Ascenso


El fútbol que vale es el que

uno guarda en el recuerdo.

Roberto Fontanarrosa

 

—Estoy nervioso —le dije.

—Tranquilo. Vamos a ganar —respondió mi primo con su aplomo de siempre.

Admiraba su seguridad. Tal vez porque a mí me faltaba. Además teníamos una relación que yo percibía más estrecha que con cualquiera de los demás familiares de su mujer, quien, en realidad, era mi prima hermana. Y eso a pesar de la diferencia de edad. Yo tenía dieciséis años y él andaba por los treinta y pico. Era segundo comandante, o algo así, de Gendarmería y sin embargo, conmigo, que sabía que no me gustaban los militares porque los veía autoritarios, no lo parecía. Hoy pienso que tal vez en la intimidad de su hogar, con su familia, podría serlo.

Pero mi incondicionalidad había nacido tres años antes, en el invierno de 1957, cuando viajó a Buenos Aires, —estaba destinado en Malargüe—, seguramente para programar su traslado que se daría a fines de ese año o principio del siguiente. Un día vino a casa de mis padres, me llevó a la proveeduría de Gendarmería y me compró mi primer blue-jean más una campera de cuero negra como las que soñábamos viendo a James Dean y Sal Mineo en Rebelde con causa. Nunca supe si fue un regalo o mis padres le pagaron. Él era el artífice.

La tribuna visitante del estadio de Talleres de Remedios de Escalada reventaba de hinchas. Faltaban tres fechas para terminar el campeonato pero con la diferencia de puntos que ostentaba Los Andes sobre el segundo bastaba ganar ese partido para ser campeones.

Todo había empezado en 1958. Mis primos habían alquilado una casa en Lomas de Zamora y muchos sábados yo iba a almorzar con ellos. Ya había nacido su primer hija, una rubiecita hermosa, —hoy es abuela pero sigue siendo hermosa—, cuando en una sobremesa mi primo me comentó que a dos cuadras estaba la cancha de un club que competía en la Primer B del torneo nacional.

—¿Querés que vayamos a verlo —me dijo.

—Dale, vamos.

Y comenzamos a ir cada tanto cuando jugaba de local. Los Andes era un club de mitad de tabla casi siempre.

Pero dos años después, en 1960, comenzó a ganar y ganar y ganar. Nos entusiasmamos y lo seguimos aún de visitante. Menos a Rosario, Santa Fe, Junín y Morón conocimos casi todas las canchas de la B. Cuando fuimos a la Isla Maciel a la cancha de Dock Sud, aún cuando perdimos 3 a 2 cobramos por la hinchada dentro de la cancha y nos corrió la montada afuera. Con mi primo subimos a un colectivo que pasaba y después preguntamos donde iba.

Y ahí estábamos en la tribuna visitante de Talleres esperando el partido definitorio. Mi primo tuvo razón. Ganamos 2 a 1 con goles de Migone y Baiocco. Y fuimos campeones por primera vez en la historia del club.

El regreso desde la estación de Lomas por la calle Laprida fue en caravana cantando:

Sí, sí señores, soy de Los Andes,

soy de Los Andes de corazón.

Porque este año de aquí de Lomas,

de aquí de Lomas,

salió el nuevo campeón.

 

Osvaldo Villalba

14/02/2021

 

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