o el aburrimiento en
el peor de los casos
Carla Montero
—¿Compraron los libros para el
abuelo, chicos?
La pregunta de mamá que me temía.
—No todavía —responde mi hermana—,
pero esta semana sin falta me ocupo.
Odio su mansedumbre. ¿Es que
nunca se rebela por nada?
—Ma, vos que sos una buena hija,
podrías ocuparte ¿no? —le digo.
—Ah, sí. Claro que soy una buena
hija y me ocupo de mi regalo. Lo que no sé es si soy una buena madre ya que,
con 28 y 26 años como tienen tu hermana y vos, están en edad de asumir sus
propias responsabilidades —mi vieja tiene respuestas para todo.
—Pero el abuelo es judío. ¿Por
qué festeja la Navidad? Y con esa ridiculez de regalar libros. Ya no se usan.
Ahora viene todo electrónico —insisto.
—Mi papá es judío, pero no
religioso. Y mi mamá era católica. Y festejaban todas las fiestas con tal de
reunirse a comer cosas ricas —me responde mi madre—. Además vos fuiste siempre
su consentido. ¿Por qué no le preguntás y tratás de convencerlo? Me parece que
"esa ridiculez", como vos le llamás, tiene que ver con su historia.
—Está bien. Voy a hablar con él.
Ahora me están esperando los pibes en la canchita, pero si tenés tiempo, cuando
regrese quiero que me refresques la memoria. Sé que nos la contaste hace mucho
pero casi no me acuerdo —respondo mientras me calzo la mochila y busco las
llaves del auto.
* * *
—Ya volví, ma. ¡Qué rico olor! Se siente
desde el palier. Los vecinos ya están haciendo cola. Y yo traigo un hambre.
—Exagerado. No te sientes a la mesa sin
lavarte las manos.
—Regla número uno desde que tengo uso de
razón. ¿Mi hermana viene a cenar?
—No. Salió con el novio.
—Más milanesas para mí. Ella se lo pierde.
—Me parece que ella prefiere estar con su
novio. No es de las que vende su primogenitura por un plato de milanesas.
—Mmm. ¡Están buenísimas, ma! Y tu referencia
a la cita bíblica me recuerda que tenemos pendiente repasar la historia del
abuelo. ¿Te parece ahora?
—Dale. Sólo te aclaro que todo lo
que sé es por mi mamá. Mi papá nunca habla de eso.
—Sí, eso sabía. Por eso quiero
conocer los detalles antes de hablar con él.
—Bueno. Mi papá nació en 1937 en
la ciudad de Kalisz.
En 1939, con la invasión de Polonia por el ejército alemán, su padre fue apresado y enviado al gueto de
Lodz con una gran cantidad de judíos polacos, mientras que su madre y él que
tenía dos años fueron llevados al Campo de Gurs, en la Francia ocupada por los
nazis. De su padre se supo que después de la invasión alemana a la Polonia
ocupada por la Unión Soviética fue trasladado a Lublin y ahí se pierde la
historia. Su madre con él lograron ser rescatados, emigrando protegidos de
Europa. Así llegaron a Buenos Aires, apoyados por otros refugiados polacos. Por
lo que sé su vida fue difícil. La madre limpiaba casas de familia y él cuando
terminó la escuela entró a trabajar de aprendiz en un taller mecánico. Cuando
mi mamá lo conoció había conseguido ingresar a la Marina Mercante, que en las
décadas de 1950 y 1960 había crecido mucho.
—Buenísimo ma. Me queda claro. ¿Y
el tema de regalar libros?
—Eso nunca lo supe. Cuando yo
nací ya lo practicaba y nunca se me ocurrió preguntar.
—Está bien, ma. De eso me ocupo
yo. Voy a pensar bien como abordar el tema sin que se enoje o se sienta
incomodado.
* * *
—Hola pibito —me dice el abuelo acompañando
su ademán de invitarme a pasar—. Estoy tomando unos mates. ¿Me acompañás?
—Sí, dale. Traje unas facturas.
—La verdad, cuando me llamaste para venir a
charlar, me preocupé un poco a pesar que me aseguraste que estaba todo bien —me
dice el abuelo mientras me extiende un mate.
—Es que quería saber algunas cosas que no
daban para hablar por teléfono —respondo mientras abro el paquete de facturas.
—¡Uh, medias lunas con dulce de leche! Eso me
puede —exclama el abuelo—. Pregunte nomás paisano.
—Ahí va la primera: si vos sos judío, ¿cómo
es que festejás la Navidad?
—Tardaste más de lo que imaginé en preguntarme.
—Es que todos estos años lo discutí con mamá.
Pero ya quiero escucharlo de tu boca.
—Seguramente coincidirá con lo que ella te
contó, aunque sé que siempre se lo preguntó a tu abuela y no a mí. Era muy
chiquito cuando vinimos a Buenos Aires, así que mis primeros recuerdos de
infancia son del conventillo donde vivimos, en Constitución. Esos complejos
eran como una gran familia: nos peleábamos como en toda buena familia que se
precie, circulaban los chismes, reinaba la envidia y la competencia pero
también, como en todo asentamiento de gente pobre y sencilla, también aparecía
la solidaridad y la empatía. En nuestro caso no éramos religiosos, pero en las
fiestas judías mi madre preparaba algún plato tradicional, cuando alcanzaba
para eso. Y cuando venían la fiestas cristianas, sobre todo Reyes, los chicos
del lugar recibían regalos, por humildes que fueran, menos yo.
—Eso debía ser complicado de explicar a un
chico ¿no? —lo interrumpo.
—Claro. Y ahí intervino doña Giuliana, una
viejita italiana que un día le preguntó a mi mamá: "doña Katarina, le
molesta si le hago un regalito al bambino". Mi mamá casi llora de la
emoción y desde ese día empecé a recibir también a los Reyes Magos.
Y de grande, como tu abuela era católica y le
gustaba comer bien, empezamos a festejar el Rosh Hashaná con guefilte fish,
varénikes, knishes y baklava. Y por supuesto en Navidad con vitel toné, pollo
al horno con papas, pan dulce y turrones.
—Y disfruto ambas fiestas, abuelo —le
agrego—. Vamos por la segunda. Y ultima ¿eh? Prometo que no te jodo más.
—Dale. Esperá que ensillo otro amargo —dice
el abuelo mientras se levanta a vaciar el mate.
El abuelo llena otra vez el termo y el mate y
vuelve a sentarse a la mesa
—¿Por qué regalar libros? —pregunto sin
preámbulos.
—Me imaginaba que venía por ahí —responde el
abuelo—. Nunca lo conté, salvo a la abuela, porque en realidad nadie insistió
en saberlo. Pero debí prever que no sos de los que se conforman con un
"porque sí" —finaliza riendo.
—Me halaga, abu.
—Te lo ganaste. Descuento que sí sabés de mi
historia en Polonia. Es algo que me costó muchísimo superar en mi infancia, mi
adolescencia y mi juventud. No quería hablar ni escuchar sobre eso. En ese
tiempo no era tan habitual ni tan accesible la terapia sino hubiera sido gran
candidato.
—¿Y lograste superarlo? —me intereso.
—Con ayuda inesperada. Cuando ingresé en la
Marina Mercante estuve dos años en transporte fluvial, en Rosario. Después
conseguí un traslado a transporte marítimo. Allí comencé a viajar por todo el
mundo.
—¡Qué genial! —lo interrumpo.
—Estaba muy bueno pero faltaban marineros con
experiencia. Así fue que ingresaron al buque varios europeos. Me hice muy amigo
de un islandés, de familia dinamarquesa, llamado Thos. Le llamábamos el
vikingo, grandote y rubicundo. Nos entendíamos mitad en español y mitad en
italiano. En las charlas que teníamos por las noches me contaba sobre su
historia. Pero yo no podía contarle la mía. Creo que se dio cuenta de mi
bloqueo y para una Navidad que nos encontró en Canarias me explicó cómo había
surgido la tradición en su país de regalar libros y me trajo el suyo.
—Perdón por la digresión, abu —lo
interrumpo—. ¿Se puede saber cómo se creó?
—Sí, claro. Durante la segunda guerra el país
adoptó una política muy proteccionista sobre las importaciones. El único
producto que era barato importar era el papel. Por eso muchas empresas
cambiaron rubro y comenzaron a imprimir libros.
—Una buena medida sin duda. Y después, en la
post guerra siguieron, parece. ¿Y qué libro te regaló? —pregunto.
—Si esto es un hombre, de Primo Levi, en el
que cuenta su experiencia en Auschwitz. Ese libro me abrió la cabeza y me
desbloqueó.
—¿Sabés que pienso? —comento—. Que muchas
veces no es tan importante lo que un escritor o un poeta quiso contar en sus
textos como lo que produce en cada lector, que puede no ser igual en todos.
—Exacto. Eso mismo me pasó a mí —responde el
abuelo—. Por eso, cuando Tosh murió de neumonía dos años después, le prometí
que seguiría su tradición. La abuela entendió la importancia que tuvo para mí y
la adoptó, tu mamá también la siguió sin saber por qué lo hacía.
Ese es todo el secreto. Manías de viejo, que
le dicen. Así que vos no te sientas obligado.
—Claro que no abuelo. No estoy obligado —el
nudo en la garganta casi no me deja seguir—. ¿Podemos encontrarnos el sábado
para ir a la librería a elegir tu regalo? Va a ser un placer hacerlo juntos.
Osvaldo
Villalba
21/11/2022