El dueño

 


La lenta angustia del despido sin

explicaciones..., cuando el patrón

quiera reducir sus gastos generales. 

"Viaje al fin de la noche" (1932) 

Louis Ferdinand Céline


El anciano sale por la escalera mecánica de la estación Perú del subte. Camina con dificultad ayudado por un bastón que lleva en su mano derecha. Viste un saco sport azul, cruzado y un pantalón gris, tan antiguo en su corte como ajado por el uso. Sus zapatos, muy bien lustrados, muestran en sus arrugas los kilómetros recorridos.

Camina hacia la peatonal que le da nombre a la estación y dobla hacia Rivadavia. Apenas la cruza, transformada en Florida y antes de llegar a Diagonal Norte, comienza a escuchar el clásico "cambio, cambio" de los numerosos "arbolitos", que lo acompañará todo el trayecto.

Al llegar a Perón dobla hacia Maipú.  Casi llegando a la esquina, sobre la vereda impar, se detiene en un pequeño restaurante. Lee el pizarrón que está en la vereda con el menú del día, junto a un par de mesas que, a esta hora del mediodía están ocupadas. Duda unos instantes y entra.

***

—¿Estás nervioso Ramón? —pregunta Enzo desde la abertura de la cocina mientras desliza el plato de milanesa a la napolitana con fritas en el mostrador para que lo retire el mozo.

—Sí, un poco —responde el bartender mientras le hace seña al mozo para que retire el plato—. Si bien el asturiano era un cabrón ya le conocíamos las mañas. Un nuevo patrón siempre es una incógnita. 

—Y, sí —agrega Enzo—. Sumado a que el correntino se fue con él y no sabemos si el nuevo patrón traerá su propio encargado. 

Se acerca el mozo a recoger el plato y sonríe al ver las caras de sus compañeros.

—Che. ¿Se murió alguien que tienen esa cara de velorio? —chicanea.

—Dale Paco. A vos todo te resbala porque ya estás cerca de jubilarte —responde Ramón—. Pero nosotros no nos podemos dar el lujo de quedarnos sin trabajo. Todavía tenemos hijos chicos.

—Tranqui muchachos. Sólo vendieron el fondo de comercio. Somos parte del paquete. No creo que el nuevo dueño se meta en líos de indemnizaciones y juicios sin antes vernos laburar —ahora su tono es cordial y logra que se aflojen.

—¡Ojalá no te equivoques! Ahí te llegó un cliente —responde Enzo al ver que ingresa un hombre con bastón caminando muy lento.

***

El anciano busca una mesa que esté alejada de la entrada y se decide por la que está contra la pared frente a la barra. Se sienta mirando hacia la puerta. Es una costumbre que tiene de las épocas difíciles de dictadura: nunca dar la espalda a la entrada, lejos de las ventanas y cerca de un mostrador que pueda servir de refugio. Sonríe. Por suerte hace años que ya no corre esos peligros pero no lo puede evitar. Revisa mensajes en WhatsApp y, al  ver que se acerca el mozo sonriendo con la carta, guarda su celular en el bolsillo interior de su saco.

—¿Le dejo la carta, señor?

—Ubaldo, llámeme Ubaldo. Mi mamá decía “el Señor está en el cielo”. Bueno ella creía en eso. 

—Perfecto Ubaldo. Soy Paco. ¿En qué lo puedo ayudar?

—Mucho gusto Paco. No sé si va a ser posible. Ocurre que salí apurado de mi casa y dejé mi billetera en otro saco. Sólo tengo quinientos pesos de cambio en el bolsillo del pantalón. ¿Qué puedo comer con eso?

—Aquí recibimos todas las tarjetas, Ubaldo. También puede pagar con QR desde el celular —argumenta el mozo.

—Es que las tarjetas estaban en mi billetera también. Y con el celular… Gracias que puedo responder mensajes —responde el anciano con una sonrisa.

Paco se atusa el espeso bigote mientras piensa qué responder. Con los valores de hoy, con ese dinero, no puede comer nada.

—Déjeme ver que puedo conseguir —le dice finalmente—. Voy a consultar con mis compañeros.

Se acerca a la barra donde Ramón y Enzo siguen charlando. Ya pasó la hora pico del mediodía y sólo quedan algunos comensales ocasionales. Los habituales, que trabajan en la zona y salen a almorzar ya se fueron o están terminando.

—Enzo, el viejo dice que tiene sólo quinientos pesos. ¿Qué le podemos servir con eso? —pregunta Paco.

—Un pan y una taza de agua caliente, si él se trae el saquito de té —responde serio el cocinero.

—¡No seas guacho! —Ramón no puede evitar la carcajada —. Hacele una milanesa con puré por lo menos.

—¡No puedo chabón! Tengo toda la mercadería inventariada. Eso nos pidió el abogado del nuevo dueño. Lo hicimos con el asturiano antes de que firmara en la escribanía. Si hasta marcó las botellas de los licores por donde estaba el contenido. Vos lo sabés bien, Ramón. ¿O no te pidió que tomaras nota de los tragos que sirvieras después para controlar con la rendición de la caja esta noche? —protesta Enzo.

—Tenés razón, tano —le dice Paco—. ¿Sabés qué? Anotámelo a mí. No me da la cara para decirle que no lo podemos atender.

—No, pará —interviene Ramón—. Lo pagamos a medias. 

—No me dejen afuera, che —dice sonriendo Enzo—. Sale una napolitana con puré, entonces, ya que somos tres.

***

—¿Cómo estuvo la milanesa, Ubaldo? —pregunta Paco acercándose a la mesa.

—Excelente Paco. No he comido ninguna mejor. Pero…Eso no cuesta lo que hablamos ¿no? —la pregunta incómoda al mozo.

—Ehh…No, no. Es una atención de la casa. ¿Va a pedir un postre o prefiere un café? —Paco intenta desviar la conversación.

—Sería un abuso. Gracias. Le pago entonces —Ubaldo busca en el bolsillo de su pantalón.

—No, no. Está bien Ubaldo. No puede irse sin nada de plata. Como dije es atención de la casa. El total. Otro día pasa y nos paga. 

Mientras el anciano le agradece al mozo, ingresa al negocio un hombre con portafolio y se dirige al mostrador. Viste un traje gris de elegante confección. Habla algo con Ramón quien inmediatamente le hace una seña a Paco para que se acerque. Paco se disculpa con el cliente y se acerca al mostrador.

—El doctor Faín pregunta si no vieron al señor Anzovino, el nuevo propietario. Es su abogado —les dice Ramón a Paco y a Enzo.

—No, no —responde Paco—, nadie con ese apellido se contactó conmigo. ¿Y vos Enzo?

—Encerrado aquí en la cocina ¿por dónde va a entrar? ¿Por la chimenea?

El abogado se ríe por la salida del cocinero mientras Ramón se disculpa.

—No, tranquilo, tiene razón —responde Faín—. Es raro porque me escribió que ya estaba aquí.

—Y estoy aquí —interrumpe Ubaldo acercándose al grupo.

Los tres empleados se miran sorprendidos tratando de entender la situación. 

—Es que como no habías llegado no me pareció apropiado presentarme solo —continúa Ubaldo dirigiéndose al abogado—. Entonces decidí entrar y sentarme como un cliente. El problema fue que me olvidé la billetera y no tenía ni dinero ni tarjetas.

—Sí, perdón —responde Faín—. Se prolongó demasiado la audiencia, como te escribí. 

Enzo es el primero que reacciona de los empleados.

—Mucho gusto Don Anzovino. Soy Enzo. Tengo listo el inventario de toda la mercadería que hicimos ayer con el asturiano. Así le decíamos al anterior propietario. Y aquí está el detalle de lo que se usó hoy. ¡Ah! Y lo que le servimos a usted está anotado a cargo de nosotros tres.

—Llamalo Ubaldo —interviene Paco—. Así me pidió. 

—Eso Paco —sonríe Ubaldo—- Llámenme Ubaldo a secas. Enzo, le digo que su milanesa estaba súper. El costo obviamente estará a mi cargo. La verdad, me alegra sobremanera que sean tan solidarios. Son un gran equipo. No necesito ningún inventario. Quien estará en el día a día con ustedes será mi hijo que está volviendo de sus vacaciones el próximo fin de semana. Me falta saber su nombre —dirigiéndose al bartender.

—Ramón, Ubaldo. Mucho gusto.

—¿Qué tal si brindamos con un espumante, muchachos? 

Un aplauso cerrado distiende por fin las tensiones acumuladas.


Osvaldo Villalba 

01/04/2024