Misterio en el consorcio




Si se reconoce “mi estilo” es
porque siempre escribo lo
mismo. ¡Ay de mí!

Jules Renard

I - La frase que falta

Federico mira con estupor. ¡No, no! Federico está sorprendido. ¡No, tampoco!. Los ojos de Federico se abren en un gesto de sorpresa. No, no me gusta. ¿Por qué siempre que vengo escribiendo fluido me trabo en una frase?
¿Qué es ese olor? ¿Pedro se habrá olvidado de sacar la basura?. ¡Uh! ¡En el palier es más fuerte! ¡Ya está la chismosa de Doña Sofía mirando! ¡No hay movimiento del edificio que se le escape!
La saludo y le pregunto si ella también sintió el olor, aún cuando la respuesta es evidente porque está tapándose la boca y la nariz con un pañuelo. Me lo confirma  y además le parece insoportable.
Le comento que salí para ver si Pedro se había olvidado de sacar la basura. Me responde que no puede ser porque ella lo vio sacarla anoche.
¿Qué puede pasar que vos no sepas? Si vivís prendida a la mirilla de la puerta, digo para mis adentros.
Señala el departamento del fondo. Cree que viene de allí, del gitano, como ella le dice.
Le pido si puede avisarle al encargado, para sacármela de encima, y se va. Me acerco a la puerta del departamento de contrafrente y allí el olor es más fuerte todavía. Creo que lo del pañuelo es una buena idea.
       Llega Pedro con cara de dormido. Detrás lo sigue Doña Sofía. Pedro me dice que no tiene llave de ese departamento. Sería una buena idea llamar a la policía. Marco el 911 y hago la denuncia. 
     Bajamos todos a la calle a esperar al patrullero. Cuando llega el oficial a cargo nos pregunta cuál era el problema. Después de mi explicación nos informa que necesita una orden de la fiscalía para forzar la puerta. Vuelve al patrullero y lo vemos hablar por radio. Unos minutos después nos informa que están consiguiendo la orden y que le van a avisar. Cuando le llega la autorización, subimos al primer piso y el oficial con un agente que lo acompaña proceden a romper la cerradura. Nos piden que nos quedemos alejados. Cuando logran ingresar al departamento encuentran el cadáver del gitano, como le dice Doña Sofía, en un charco de sangre, sobre el sillón, con un balazo en la frente y en avanzado estado de descomposición. No me permiten verlo ni ingresar al departamento.
      El rostro de Federico refleja la sorpresa que le hubiera producido un balazo en la frente. ¡Esa es la frase!

II - Mirilla tiempo completo

¡Mamma mía! ¡Qué olor a podrido! Alguien tiró un perro muerto en el palier. Por la mirilla no se ve nada. ¡Uf! ¡Al abrir la puerta es peor! Hasta me pican los ojos. Voy a poner perfume en el pañuelo. ¡Ah! ¡Ahora sí! Por lo menos respiro el perfume. Ahí salió el barbudo. ¡Es un boludo éste! No sé de qué vive. Nunca va a trabajar. Dice el encargado que trabaja en la casa, escribiendo libros o algo así. ¿Se puede vivir de escribir? Si trabajara para un diario o una revista por lo menos cobraría un sueldo. Pero… ¿libros? Para ganar plata hay que esperar que se vendan. Bueno, por lo menos las expensas las paga.  ¿No venderá otra cosa éste? Me pregunta si sentí el olor. ¿No dije que era un boludo? ¿No me ve con el pañuelo en la boca? ¿O creerá que estoy resfriada? Dice que salió a ver si era la basura. ¡Si Pedro retira la basura todas las noches, menos los sábados que el basurero no pasa! Yo siempre lo controlo. Como decía un viejo político, “la gente es buena pero si se la controla, es mejor”. Le digo que el olor viene del departamento del gitano. No le cuento que hace tres días que no lo veo porque va a pensar que estoy espiando. En realidad, la última vez que lo vi fue cuando le abrió la puerta a la mujer del carnicero del quinto piso cuando éste había viajado a visitar a su madre en Olavarría. ¿Fue el martes? ¿O el lunes? Es igual, son tres o cuatro días. Me pide que lo busque al encargado. Le voy a interrumpir la siesta, pero esto no se aguanta más. Tengo que golpearle varias veces. A esta hora nunca da bola por más que se esté incendiando el edificio. Voy a insistir hasta que me atienda. ¡Por fin! Tuve que gritarle además de golpear la puerta. El aliento a vino que tiene justifica por qué tardó tanto en despertarse. Pero bueno, su trabajo lo hace bien. Está todo limpito. Le cuento y me dice que no puede hacer nada porque no tiene llave del departamento. El escritor llama a la policía. Me voy abajo para ver que van a hacer cuando llegue el patrullero. Detrás de mí bajan Pedro y el escritor. Cuando llega la policía habla con los hombres. ¡Qué machistas que son! Subimos pero no me dejan acercar, así que mejor me quedo en la puerta de mi departamento. Al final, no era un perro muerto, pero el gitano no era mejor que eso.

III - La siesta es sagrada

¿Quién carajo está golpeando la puerta? ¡Son las tres de la tarde! ¡Qué ganas de joder! ¿Y si me hago el boludo? ¡Uh! ¡Es Sofía! ¡Como grita! Mejor me levanto porque no va a parar. ¿Qué sale olor a podrido del departamento del primero contrafrente? ¿Y qué quiere que haga? ¿Qué le ponga desodorante? No, no tengo la llave para entrar. El gitano no confía en nadie. ¿Qué me va a dejar una llave? ¿Quién le dijo que me llame? Ah, el barbeta. Ahora bajo. ¡Ahora quiere llamar a la policía! ¿Y por qué no la llamó antes? ¿Para qué me necesitaba a mí? ¡Qué ganas de joder! Pero bueno, ahora me tengo que quedar. Aunque sea para hacer rostro. Voy a poner cara de preocupado aunque a mí, todo esto, me importa un carajo. Además, a esta hora nadie del edificio me ve que me estoy ocupando. No como en las mañanas, cuando todos se van a trabajar que dejo que me vean lustrando los bronces de la puerta de entrada y limpiando los blindex. O por las tardes cuando regresan, bien paradito, con el uniforme, en el hall de entrada. Bueno, por lo menos está Sofía. Ella se va a encargar de contarle a todo el mundo que yo estuve presente.
La policía no deja que nos acerquemos así que mejor me voy a seguir con mi siesta. Ya me contarán como termina.

IV - Comando radioeléctrico

La tarde viene tranquila. Llevamos casi la mitad del servicio sin novedad por lo que le indico al chofer que se dirija a la estación de servicio de Avellaneda y Fray Cayetano para tomar algo en la cafetería. Nos faltan dos cuadras para llegar y la radio emite su fatídico: “Atención móvil 345 llamado de emergencia”. Respondo con el clásico: “Aquí móvil 345 indique coordenadas”. “Bogotá 2381, entre Fray Cayetano y Caracas. Vecinos reportan mal olor que sale de un departamento”. “QSL, en diez minutos estamos allí” No es urgente así que vamos primero por nuestro café. Cuando llegamos al objetivo hay dos masculinos y una femenina en la puerta. Me confirman la denuncia por lo que llamo a la comisaría para que gestionen la autorización de la fiscalía de turno para forzar la puerta. Me quedo en el móvil hasta que llega la autorización. Subimos al primer piso, el sargento y yo, con dos de los vecinos, el otro masculino, encargado del edificio, se retiró. Les pido que se queden a distancia por lo que la femenina se dirige a su departamento del primer piso al frente. El vecino del departamento interno se queda en el palier, y el sargento con una barreta fuerza la cerradura de la puerta de la unidad contrafrente, identificada con la letra C. Ingresamos al living encontrando el cuerpo de un masculino, en avanzado estado de descomposición, causante del olor denunciado, recostado en un sillón sobre un gran charco de sangre y con un impacto de bala en el hueso frontal con posible orificio de salida por el occipital. Procedemos a cercar la zona y comunicar el hallazgo a la comisaría para que den parte a la fiscalía y a Policía Científica. Dejo al sargento de consigna hasta que lleguen las instrucciones de la fiscalía y del juzgado de turno y me dirijo a la comisaría para redactar el informe de lo actuado.

V – El último que se entera

¿Por qué me citó a mí el fiscal si casi no lo conocía al fulano ese? ¿Habrán citado a otros vecinos también? Me lo habré cruzado una o dos veces en los últimos dos años, porque nunca usa el ascensor. Tampoco va a las reuniones de consorcio. Igual, tiene, o tenía, algo que no me gustaba. No sé que es, pero no lo tragué nunca. La verdad, no lamento en absoluto lo que le pasó. Claro, a la justicia no se lo dije para que no pensaran nada raro. ¡Y me preguntaron si yo tenía llave de su departamento! ¿Para qué mierda iba yo a tener la llave de su departamento? No me enteré hasta la noche, al volver de la carnicería, que lo habían boleteado. ¡El tipo me miró con una cara! Insistía en saber si había discutido con él alguna vez. ¿De qué iba a discutir si no teníamos trato en absoluto? Al final me dijo que podía irme y si tenía algo más para declarar lo llamara.
Por lo que me contó el portero, andaba en la mafia de los autos. Le decían el Gitano, no sé si era sólo un apodo. ¡Debió ser un ajuste de cuentas!
La que quedó muy conmocionada fue mi mujer. Se ve que se impresiona con estas cosas. ¡Claro! ¡Siempre viendo novelitas rosas! Cuando quiero ver una película de acción me dice que vaya sólo al cine, así la disfruto tranquilo y ella no se pone nerviosa. Y si es en la tele, se va al dormitorio a chatear con sus amigas.

VI – Y el mundo sigue andando

¡No puedo parar de llorar! ¡Tengo una angustia que me oprime el corazón como si me lo apretaran con una pinza! Tengo en “repeat” en mi teléfono Sus ojos se cerraron, en la voz de Gardel. No sé si me alivia o me hace peor, pero no puedo dejar de escucharlo. “Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando, su boca que era mía ya no me besa mas…”
Menos mal que mi marido está todo el día afuera. Trato como puedo de recomponerme a la noche cuando llega del negocio. No sé cómo voy a seguir viviendo sin sus besos, sus caricias, sus brazos apretándome, haciéndome vibrar como nadie pudo hacerlo. ¡Y mañana me llamaron a declarar en la fiscalía!
¡Nunca quise a nadie como a él! Y sé que nunca volveré a querer a nadie así. Cuando me casé era tan jovencita que ni sabía qué era el amor. Jorge era un buen muchacho, trabajador. Era aprendiz en la carnicería del barrio. Me gustaba y pensé que eso era amor. Y después pasaron muchos años en que la vida se fue transformando en rutina. ¡Hasta que el Gitano se mudó al edificio! Al principio era muy correcto, pero muy galante. Siempre me decía cosas lindas. Yo le respondía con una sonrisa y un “gracias”. ¡A los cuarenta años empecé a sentir mariposas en el estómago cuando lo veía venir! Hasta que un día, como él no usaba el ascensor, por vivir en el primer piso, bajé por la escalera a la hora en que salía y esperé en el segundo piso hasta escuchar cerrar su puerta. Entonces bajé y nos encontramos en la escalera. Nos miramos y sin decir palabra me dio un beso que me partió la boca.
A partir de ahí nos veíamos en su departamento cuando mi marido viajaba para comprar reses o cuando se iba de pesca con sus amigos. Después ya no podíamos esperar a que esto sucediera y empezamos a vernos casi todos los días. ¡Como esperaba el momento de encontrarnos!
Pero la semana pasada me dijo que debíamos hablar. Bajé intrigada y lo encontré muy serio. Me contó como su comunidad acostumbraba a arreglar los casamientos entre las familias. Por eso debíamos dejar de vernos, se iba a casar. Muy enojada, argumenté que yo era casada y eso no había impedido que hiciéramos el amor. ¿Qué le impedía a él hacer lo mismo?

Se quedó callado, bajó la cabeza y me dijo que él no iba a engañar a su esposa. ¡No me dejó opción! Abrí el cajón de la cómoda donde guardaba el chocolate que siempre comíamos después, tomé el revólver que había visto allí antes. ¡Si nos vas a ser mio!, le dije…¡Y lo maté!

Osvaldo Villalba
15/03/2016

(Nota del Autor : 
Raymond Queneau (1903-1976), francés, cuenta que por 1930 asistió a un concierto, El Arte de la Fuga, sobre variaciones de una obra de Bach. Esto lo inspiró, entre 1942 y 1949, a escribir Ejercicios de Estilo, donde un tema nimio, tomado como ejemplo, es relatado por 99 personajes diferentes para mostrar, justamente, sus diferentes estilos. En ese trabajo está inspirado este relato)