No hay que buscar coherencia
en el poder diabólico
Ernesto Sábato.
Abbadón el exterminador (1974)
Sin lugar a
dudas, Raúl era un escéptico. Todo aquello que no ocurriera delante de sus ojos
y que él pudiera comprobar fehacientemente no era, a su entender, digno de
tenerse en cuenta. No creía en Dios ni en el diablo. Tampoco adhería a la
teoría evolucionista.
—No está
suficientemente probada, por eso es sólo teoría.
Asimismo
descreía de la existencia de vida extraterrestre o de fenómenos paranormales.
Sus amigos, que
conocían su forma de pensar, sacaban, a menudo, conversaciones sobre supuestos
hechos insólitos con el fin de provocarlo, cosa que lograban frecuentemente los
primeros tiempos, y que fueron perdiendo efectividad a medida que Raúl se fue
percatando de sus intenciones.
Por eso no le
extrañó cuando en la partida semanal de truco con Antonio, Roque y Jorge, el
“Colo”, que llevaban a cabo los jueves a la noche en su casa —Raúl era el único
que vivía sólo, sin familia—, el “Colo”, comentó, mientras “orejeaba” sus
cartas:
—Che, ¿saben
que mi tío Federico, el hermano de mi viejo, me dejó, por ser único pariente,
una cabaña en Laguna Yerma?
—¿Y dónde queda
eso? —preguntó Antonio.
—En Formosa. Un
pueblito sobre la ruta 81. Tiene una laguna recuperada por un dique.
—¿Ya fuiste? —inquirió
Roque.
—No, todavía
no. Mi mamá me contó que esa cabaña está embrujada.
Raúl paró las
antenas. “Ahora empiezan” pensó. Miró de reojo la cara de sus amigos, como
hacía para ver si pescaba sus señas en el juego, pero en vez de ver sonrisas
cómplices en Antonio y Roque, como en otras oportunidades, percibió caras de
sorpresa.
—¿Y vos crees
en eso? —le preguntó al “Colo”.
—¿Qué se yo? —respondió—
Yo no creo en brujas, pero que las hay, las hay.
Raúl sonrió repartiendo
los naipes:
—¡Dale, me
estás jodiendo!.
—¡No! ¡Para
nada! ¡Mirá! —el "Colo" sacó un papel del bolsillo— Este es el oficio
que me llegó desde el Juzgado de Paz de Formosa. Todos comprobaron la veracidad
del legado.
—¡Dale, vamos
la semana que viene que es fin de semana largo! —dijo Raúl.
—No, no puedo.
Estoy de guardia en la inmobiliaria —dijo el “Colo”— pero si querés ir vos, te
hago la autorización.
—¿Quién me
acompaña? —preguntó Raúl.
Antonio le
había prometido a sus hijos llevarlos a la costa y Roque se iba a Olavarría con
su pareja.
—Está bien,
haceme la autorización —dijo finalmente Raúl, todavía con algo de duda.
Dos semanas
después el “Colo” recibió la llamada del oficial a cargo del destacamento
policial de Laguna Yerma, pidiendo hablar con el señor Jorge Savio.
—Sí, soy yo —dijo
el “Colo”.
—Señor, según mis registros usted es el legatario
actual de una cabaña, cercana a la laguna, que era propiedad del señor Federico
Savio”.
—Así es.
—Le informo que
un masculino, con documentos a nombre de Raúl Quiroga, falleció de un paro
cardio respiratorio no traumático, según el informe del forense, en el citado
domicilio. La denuncia fue presentada por el empleado del martillero, quien informó
que el señor Quiroga no regresó de la cabaña el lunes, como dijo que haría.
Cuando llegamos al lugar el cadáver estaba sobre la cama. El cuerpo se encuentra en la morgue del
centro sanitario y sus pertenencias en nuestro destacamento.
Viajaron los
tres a buscar el cadáver de su amigo. El médico forense les informó que el
cuerpo no presentaba signos de violencia. Sólo le había resultado extraña la
expresión del rostro, con los ojos y la boca muy abiertos. Luego de hacer los
trámites para trasladar el cuerpo a Buenos Aires y retirar sus pertenencias,
emprendieron el regreso.
Sentados en el
living del departamento del “Colo”, todavía consternados por lo ocurrido,
vacían la bolsa que les entregó el oficial y, entre otras cosas, aparece un grabador de mano. Lo prenden,
rebobinan y aprietan el “play”. La voz de Raúl les causa una impresión que no
pueden describir:
—Hola amigos, aquí va mi crónica del viaje.
Me encuentro en la puerta de la cabaña. En realidad se parece más a una tapera
El techo es de chapas oxidadas y algunas faltan. Las paredes son de troncos que
tienen profundas rajaduras. El material de las juntas, parece barro y está muy
reseco. La puerta y la ventana del frente se ven torcidas y desencajadas de sus
marcos. Hasta aquí se llega por un camino de tierra invadido por matorrales y
pastos altos a casi un kilómetro de la ruta. El remís me dejó allí y no quiso
entrar por el camino, sin darme ninguna explicación. Ya cuando llegué al
pueblo, el empleado del martillero que me entregó la llave del candado me
preguntó si ya tenía alojamiento y me aconsejó que preguntara en la estación de
servicio donde me recomendarían una señora que da hospedaje y también, si
quería pescar, me conseguiría quien me lleve en un bote. “Hay dorados, pacúes,
tararirtas y surubíes”, me dijo. Cuando le conté que dormiría en la cabaña,
abrió grandes los ojos, repitiendo “¿En la cabaña?”. “Sí, ¿Porqué?” “Por nada,
por nada”, me dijo, sacudiendo la cabeza.
Se escucha el
clic del corte de grabación y unos segundos después sigue:
—Acabo de abrir el candado. Unía una cadena
gruesa que pasaba por un agujero en la puerta y otro entre el marco y la pared
de troncos. Me costó abrirlo porque estaba muy oxidado. “Hace mucho tiempo que
nadie la ocupa”, me dijo el empleado del martillero. Retiré la cadena, empujé
la puerta, y se abrió con un chirrido. Los goznes necesitan W40. Escuchen (se escucha el ruido que produce la puerta movida varias veces). El ambiente central es amplio. Hace de
sala y cocina. El sol entra por la puerta e ilumina los escasos muebles, una
mesa de madera cuadrada y dos sillas rústicas, debajo de la ventana. Un
aparador de dos cuerpos a la derecha de la entrada. El cuerpo de abajo tiene
tres puertas macizas, el cuerpo superior es un cristalero, con puertas caladas,
que seguramente nunca tuvo vidrios. Hay algunas latas antiguas, de las que se
usaban para galletitas sueltas, frascos y vasos de vidrio en los estantes. A la
izquierda, una mesada de material pegada a una cocina económica, negra, con
discos de hierro fundido en sus hornallas y una tapa de hierro por donde se
debe cargar la leña. Tiene restos de ceniza todavía. Sobre la mesada hay un
farol a kerosene, pero el depósito de combustible, de vidrio color rojizo se ve
reseco. Menos mal que traje linterna. Al fondo se ve una puerta. Allá voy.
Otra vez se
escucha el corte de grabación.
—Como sospechaba es el dormitorio. Todo está
cubierto de mucho polvo. El único mueble es una cama de madera de dos plazas.
El colchón está en pésimas condiciones. A lo mejor hubiera sido mejor dormir en
el pueblo, ¿no? Por lo sucio que está, ¡eh! no crean que tengo miedo. La
ventana da al fondo. ¿A ver qué se ve? (otra vez se
escuchan chirridos) Aquí también falta
W40. ¡Ah! Es un patio trasero, con pasto muy alto y allí al fondo se ve un
galponcito bajo, cuadradito, que imagino es el baño. Y más allá, el espejo de
agua con más aspecto de pantano que de laguna, por la cantidad de yuyos que
tiene.
Corte de
grabación otra vez.
—Se hizo la noche. Estuve caminado por el borde
de la laguna. Alejándose un poco de la cabaña se ven muchas aves. Lo raro es
que cerca de la cabaña no se escuchan. Hace calor pero igual me voy a acostar
con ropa por lo sucio que está el colchón. Como no hay almohada voy a usar mi
mochila. Todo está muy oscuro. Y muy silencioso. Tengo sueño.
Corte de
grabación.
—¡Algo golpeó mi cama desde abajo y me despertó! —su voz se escucha agitada— Prendí el grabador que guardé debajo de la
mochila. Miré con la linterna alrededor pero no se ve nada. —pasan unos
segundos de silencio— ¡Otra vez! …. ¡De
nuevo! ¡Los troncos de la pared se están poniendo rojos como si estuvieran
hechos brasas! ¡La cama se está moviendo! ¡Se levanta! ¡Esto no puede estar
sucediendo! ¡Debe ser una pesadilla! ¡La cama cayó de golpe y se sacude! —su
voz suena aterrorizada— ¡No es un sueño!
¡Estoy despierto y estoy grabando! ¡Pero no puedo moverme de la cama! ¡Los
troncos parecen encendidos pero no dan calor! ¡Carajo! ¡Ahora estoy asustado de
verdad! ¡Una sombra oscura está cubriendo el techo! ¿Qué está pasando? ¡Se
viene hacia mi! ¡Noooooo! ¡Aaaaaaaahhhhh!
El casete sigue
corriendo hasta el final sin que se escuche nada más. Los amigos se quedan en
silencio. Se miran con una mezcla de asombro y horror. Apagan el grabador.
Osvaldo Villalba
21/04/2014