Mira el reloj por enésima vez. Va a llegar tarde. Debió
levantarse más temprano. Tampoco hubiera servido, piensa. No podía dejar a
Belén con su vecina antes de las siete de la mañana. Si bien Olga, la señora
que alquila el departamento junto al suyo, dice despertarse muy temprano, no
corresponde abusar. Ya bastante la ayuda quedándose con la nena este mes que no
pudo pagar la guardería mientras busca trabajo. Pasa un colectivo pero va tan
lleno que no puede subir. Justo hoy la línea del subte A para a la mañana y los
colectivos no dan abasto. Tienen razón en su reclamo, la salud de los
trabajadores es primordial, pero justo hoy salió esta entrevista de trabajo
después de tantos intentos frustrados.
Logra subir al siguiente. Calcula veinte minutos hasta
Tribunales. Podría llegar a su entrevista con menos de diez minutos de retraso
a la hora fijada. Angustiarse no cambiará nada. Mejor centrarse en la
entrevista. ¿Qué va a decir cuando le pregunten por los últimos diez meses en
blanco en su currículum?
Hasta ahora mintió inventando explicaciones que,
evidentemente, no convencieron. Bueno, también puede ser que no la llamen por
tener una hija pequeña. O ambas razones.
Llega a destino. La oficina es en el piso once. El conserje
le indica abordar el ascensor del fondo. En el palier el blindex de la oficina menciona el nombre del estudio jurídico. Se
anuncia por el portero eléctrico a la recepcionista y empuja la puerta cuando
suena la chicharra.
—Buenos días señorita —le dice—. Mi nombre es Verónica
Peralta y tenía una entrevista a las 9,30 horas, hace 12 minutos.
—Ah, sí. No se preocupe. La doctora está demorada en una
audiencia. Tome asiento por favor —responde la joven.
Menos mal, piensa, mientras se acomoda en una butaca. La
oficina está ambientada con estilo moderno sin ser lujoso. Le resulta muy
cálida. Un gran cuadro de Frida Kalho adorna la recepción.
Saca un apunte de sus portafolios y aprovecha para estudiar.
"El nuevo Código Civil y Comercial consta de un Título
Preliminar y seis libros, a lo largo de 2671 artículos. La parte general está
contenida en el Libro Primero, a lo largo de cinco títulos que,
respectivamente, tratan de la persona humana, la persona jurídica, los bienes,
los hechos y actos jurídicos y la transmisión de los derechos".
Una mujer que ingresa como una tromba a la oficina la saca
de su lectura.
—Pudimos mediar —le dice a la recepcionista—. Pasá el
expediente Gómez contra Suárez sobre ejecución de alimentos para inscribir en
el juzgado.
Se dirige hacia el despacho y al pasar frente a Verónica le
dice:
—¡Ah! Usted debe ser Peralta. Disculpe la demora. En seguida
la atiendo.
—Sí, sí. No se preocupe.
Ingresa a la habitación dejando la puerta abierta. Es una
mujer de alrededor de cincuenta años, bonita, rubia, con anteojos. Deja sus
portafolios sobre el mueble detrás de su escritorio después de sacar varias
carpetas y acomodarlas en distintas pilas. Se saca el blazer y lo cuelga en el
perchero del rincón, al lado del ventanal. Verónica observa varios tatuajes en
sus brazos. Eso la alegra. Varias veces la discriminaron por el que lleva en el
cuello. Cuando termina de acomodarse la hace pasar. Es la hora de la verdad, si
tiene el valor.
—Formalmente: buenos días. Soy Valeria Villafañe. Nuevamente
le pido disculpas por el atraso —le dice la abogada mientras busca unos papeles
en una bandeja.
Reconoce su currículum. Ve que tiene varias frases marcadas
con resaltador. Otro punto a favor. Ha tenido entrevistas donde ni siquiera lo
habían leído.
—Para ser honesta, yo también llegué doce minutos tarde. No funcionaba el
subte —confiesa.
—Aprecio su sinceridad. Empecemos entonces —observa la hoja,
mira a su entrevistada y dice con una sonrisa—. La foto no la favorece.
—Prefiero que me llamen por mis conocimientos —responde
sonriendo también. La doctora sabe cómo romper el hielo.
—Coincido. Verónica Peralta, 29 años, soltera, una hija de
dos y medio. ¿Vive con alguien más? —pregunta.
—No, las dos solas.
—¿Cómo se arregla?
—Cuando tengo trabajo en la guardería. En este momento la
cuida una vecina.
—¿Y el progenitor?
—Vaya una a saber.
—¿Figura en el Acta de Nacimiento? ¿Alimentos?
—Sí, figura. Le pasó algo los primeros meses cuando tenía
trabajo formal. Después nunca más. Y no tuve medios para hacer el reclamo
legal.
—Conozco muy bien esos procesos —responde la doctora—. Veo
que le gusta el derecho. Está estudiando.
—Sí, comencé Abogacía a Distancia en la Universidad de
Ciencias Empresariales y Sociales. Tenía un costo accesible pero teniendo
trabajo obviamente. Este año no pude seguir.
—Vamos a sus objetivos. ¿Qué está buscando con este empleo?
—El aviso decía "Importante Estudio Jurídico". Eso
es lo primero que me atrae. Un importante estudio tendrá casos afines y de allí
es de donde se aprende. Por supuesto que, si lo consigo, mi trabajo tendrá una gran
proporción de tareas rutinarias, "cadetear" en los tribunales, buscar
datos, jurisprudencia, tipear escritos y otros, pero todo deja enseñanza porque
así una asimila planteos y estrategias del accionar de sus superiores.
La doctora, con un gesto de aprobación y sorpresa, le
responde:
—¡Vaya! Lo tiene claro. Me ahorró la descripción de lo que
buscamos nosotros. Veo que ya ha trabajado con dos colegas antes. ¿Razones de
los cambios?
—Mejorar en remuneración y condiciones —la tensión acelera
su pulso y el temblor de sus rodillas. La próxima pregunta condicionará toda la
entrevista.
—¡Ahá! Pero aquí dice que pasaron diez meses desde su último
trabajo. ¿Dónde estuvo la mejora?
—...
—¿Algo que me quiera contar? —La doctora le acerca una caja
de pañuelos al observar que Verónica está a punto de quebrarse.
—Gracias —toma uno de la caja y se seca los bordes de ambos
ojos tratando de que no se le corra el maquillaje. —En realidad sí. Estuve
trabajando hasta hace tres meses cuando me despidieron.
—¿Fue tan grave como para no ponerlo?
—Me demandaron por lesiones.
La doctora no parece sorprenderse. Se recuesta en su sillón
y se saca los anteojos.
—Contame en detalle, por favor —le dice tuteándola por
primera vez.
Verónica respira hondo y se acomoda el flequillo.
—Una compañera de facultad que trabaja en ese estudio me
consiguió la entrevista cuando se enteró de la búsqueda. Me llamaron enseguida.
Todo fue muy bien los primeros seis meses. Me gustaba la tarea que me asignaron
y creo que la realizaba con eficiencia. Hasta que el hijo del socio principal
del estudio me pidió como secretaria privada. Allí comenzó el calvario. Desde
el primer día comenzó a acosarme. Primero de palabra, diciéndome linda y otros
adjetivos similares. A la semana ya se animó a tocarme la mano cuando le
llevaba algo, acariciarme el pelo cuando pasaba. Después me invitó a tomar algo
a la salida. Al principio no quise ser grosera pero tampoco me mostré receptiva
a sus insinuaciones y me negué a su ofrecimiento. Pero cuando se fue poniendo
más insistente, mostré desagrado y no me importó contestarle mal. Pero en lugar
de desanimarse parece que mi actitud avivó su ego y se fue al... ¡Perdón! Me
acuerdo y me saca —toma otro pañuelo.
—Está bien, "se fue al carajo" es muy gráfico
—completa la abogada.
Su intervención la hace sonreír aún enjugándose un par de
lágrimas rebeldes.
—Sí, tal cual. Teníamos que armar la contestación de una
demanda y me pidió si podía quedarme. No me agradaba la idea pero reconocí que
el plazo se vencía y justificaba la excepción. Al fin y al cabo no podía
interponer mis problemas personales al cumplimiento de mis obligaciones.
Arreglé con mi vecina que buscara a la nena del jardín y nos quedamos solos en
la oficina. Trabajamos duro y terminamos el escrito. Ya me estaba convenciendo
que mis temores eran prejuiciosos cuando todo se convirtió en un torbellino.
Fui a buscar mi abrigo al perchero y me abrazó de atrás e intentó besarme el
cuello. "¿Qué hacés?", le dije, "soltame". "Si yo sé
que querés", me susurró al oído. Me sacudí tratando de soltarme pero no
podía. Le grité un montón de cosas que no recuerdo y vino a mi mente como
jugábamos a pelear con mis hermanos: le di un pisotón con el taco en uno de sus
pies y, cuando aflojó, giré con el codo en alto y le di en plena cara. Empezó a
sangrar por la nariz y salí corriendo.
—¡Tremendo! —dice la doctora—. ¿Cómo siguió?
—Me fui a mi casa llorando. Sabía que lo había arruinado.
Busqué a la nena que ya estaba dormida y me acosté, aunque no pude dormir. Al
día siguiente no fui a trabajar. A la tarde vino mi amiga y me contó que la
oficina estaba revolucionada. Nicolás, así se llama, fue a trabajar con una máscara como la que usan los
jugadores de fútbol en la nariz. La secretaria del abogado principal le contó
que estaban analizando hacer una denuncia por lesiones para obligarme a
renunciar o echarme con causa. Le agradecí la info. Como era viernes, iba a
pensar que hacer el fin de semana y el lunes tomaría una decisión.
—¿Recibiste alguna notificación durante el fin de semana o
en la semana?
—No, ninguna. Por eso, a mediodía del lunes llamé al estudio
y le pedí una entrevista al socio principal. Me citó a última hora de la tarde.
Cuando llegué no quedaba casi nadie en la oficina, salvo su secretaria. Me hizo
pasar. ¡Estaba tan nerviosa! Nunca había hablado con él. Me recibió con
amabilidad. No mencionó lo que había pasado ni tampoco me preguntó. Es probable
que conociera las costumbres de su hijo. Sólo me dijo que seguramente
entendería que ya no podía seguir trabajando allí. Que su hijo estaba muy
enojado y había hecho una denuncia por lesiones en la fiscalía a cargo de un
viejo conocido del estudio y que, si yo aceptaba renunciar, él personalmente se
encargaría de pararla en la fiscalía.
—¿Una denuncia penal se puede retirar? —pregunta la doctora
con entonación de mesa examinadora
—Eso exactamente le pregunté. Me dijo por supuesto que no,
pero el fiscal le prometió que si le presentaban un escrito comunicando que no
se avanzaría con una querella penal, él archivaría la causa por falta de
mérito. No me quedó otra salida que aceptar.
—Tenías la opción de argumentar violencia de género —dice la
doctora.
—Sí, es cierto. También lo pensé. Pero implicaba someterme
al juicio, quién sabe por cuánto tiempo, buscando trabajo con una causa pendiente.
Pensé en mi nena, en cómo mantenernos y creí que sería más fácil conseguir
empleo si borraba ese período. Por eso, aunque el vínculo laboral se disolvió
por renuncia, no quise incluirlo en el currículum por temor al informe que
pudieran dar. Pero íntimamente sé que va a ser difícil conseguir trabajo en
este rubro. Sumado a Belén, tan chiquita... Le agradezco su atención y lamento
haberle hecho perder su tiempo —Verónica se pone de pie y le extiende su mano.
—¡Pará, pará! —le dice la abogada indicándole con un gesto
que tome asiento—. La entrevista no terminó aún. ¿Acaso pensás que por ese
incidente no calificás?
—...
—Todo eso que me contaste ya lo sabía antes de citarte. No
habrías calificado si me mentías. No se puede trabajar en esta profesión sin confianza
plena. Y por tu nena, yo crié a la mía sola casi desde que nació porque los dos
años y medio que estuvo su progenitor era como si no existiera.
—¿En serio lo sabía? —pregunta incrédula Verónica.
—En este ambiente los chismes corren más rápido que las
sentencias —responde sonriendo Valeria—. En realidad es mérito de mi hermano
que tiene una memoria de elefante. Él hace penal aquí y, cuando vio tu nombre
en las solicitudes, se acordó la repercusión que tuvo el caso en los pasillos
de tribunales, sobre todo por la fama de "ganador" que tiene el
fulano. Hasta se hicieron memes con La Máscara y La Justiciera. Se puso a
buscar como se había resuelto el caso y sólo encontró que la denuncia se
archivó. Consultamos entonces con la doctora que hace laboral, para ver si
había algún juicio o conciliación y tampoco encontramos nada. Por eso quería
escucharte
—No me enteré para nada de todo lo que me cuenta. Como no
fui más a la facultad tampoco vi a mi amiga. En realidad tampoco ella me llamó
más, así que no sé ya si llamarla así.
No sé que más decir...
—Decime si podés empezar mañana. Yo hago civil y derecho de
familia. Vas a trabajar conmigo.
—¡Sí, gracias! ¡No sé cómo agradecerle!
—Podés enseñarme tus técnicas de defensa. Una nunca sabe.
Osvaldo
Villalba
10/09/2023