Una tarde grabada a fuego en su corazón

      La historia los juzgará.

Salvador Allende

 

Jueves 16 de Junio de 1955. El pibe, tenía 11 años, estaba en 5° grado (de los de antes, de los de 1° Inferior y 1° Superior, y que se terminaba en 6°). Iba a la Escuela Tomás Espora en la calle Solís casi esquina Brasil. Esa tarde se esperaba un desfile aéreo, no sabía bien porqué. 

Años más tarde, con su pasión por la historia argentina y la revisión de los hechos que contaban los manuales clásicos surgida en los últimos tiempos, se enteraría que era un acto de desagravio a la bandera argentina, que había sido quemada en un confuso episodio frente al Congreso, luego de haber sido arriada por grupos católicos, quienes izaron la bandera papal, enfurecidos por la sanción de la Ley de Hijos Naturales y la Ley de Divorcio. 

El pibe había nacido casi con el peronismo, la mejor época de la vida laboral de su padre.  Por eso, para él ser peronista era una cosa natural. ¿Cómo no serlo si nunca antes su viejo había cobrado aguinaldo, gozado vacaciones pagas o percibido sueldos dignos? ¡Y hasta poder disfrutar el día franco, yendo al cine y después a comer pizza en Las Cuartetas! Le contaba su mamá que antes, cuando le daban un día franco, y que no era pago, ellos salían a caminar y se quedaban por la calle hasta que veían salir el reparto de La Martona, con el suplente, y recién ahí volvían a casa. Porque si el suplente no llegaba, lo venían a buscar y tenía que salir a trabajar.

Pero en ese momento no prestaba atención a todo eso. Lo bueno fue que a las 10 de la mañana, más o menos, se suspendieron las clases, y los mandaron a casa. Qué bueno, pensaba, será para poder ir a ver el desfile. Volvió a su  casa, dejó el guardapolvo y el clásico portafolios que se abrochaba con tiritas de cuero y hebillas, y fue a buscar a su amigo Luis, para ver si tenía que ir a clase. Luis vivía en un departamento en la vereda de enfrente de su casa. El barrio, en el límite entre Constitución y Barracas, era de casa bajas, departamentos hoy conocidos como PH y también alguna casa de "inquilinato" vulgarmente conocido como conventillo. Él mismo vivía en un departamento al fondo de un pasillo de casi 40 metros.

Había compartido con Luis desde 1° inferior hasta 3° grado en el Turno Mañana de la escuela Tomás Guido en la calle San José y 15 de Noviembre, pero después de eso los varones no podían seguir en turnos mixtos y los grados de 4° a 6° eran sólo de varones o de nenas. Luis se había pasado a la tarde de la misma escuela, pero como la madre quería que fuera de mañana, lo había pasado a la otra escuela. Luis no sabía nada y se puso muy contento sospechando que no tenía que ir a la escuela. De todos modos había que esperar a la una (no se decía 13 horas en esa época) que entraba la nueva dirección del colegio para ir a preguntar. Por supuesto no había teléfonos. Los pedidos a la empresa telefónica tardaban entre 5 y 8 años en instalarse. Se quedaron jugando en la calle. Allí pasaban la mayor parte del tiempo libre, hasta que llegara la hora de comer y volvían a casa sin esperar a que los llamaran. 

Cuando el pibe se fue a comer ya se escuchaba el ruido de los aviones sobrevolando la ciudad. Su viejo, después de comer se iba a dormir la siesta porque aún trabajaba de noche manejando el camión de La Martona que repartía leche a los negocios del centro. 

Era cerca de la una de la tarde cuando comenzaron las explosiones. Como siempre pasaba, todos corrieron a la calle, mientras la comida, recién servida quedaba en los platos. En la calle los vecinos se miraban sin entender que pasaba. "Están bombardeando la Casa de Gobierno" dijo uno. El pibe miraba azorado como un avión pasaba rasante sobre el barrio y después de un giro volvía para el centro. Luis le dijo: "vamos a mi terraza a ver que vemos". El departamento de Luis tenía terraza propia y una piecita con una escalera de caños empotrada a la pared que subía hasta el tanque de agua. Fueron con Luis y subieron hasta el tanque. Justo en ese momento pasaron dos aviones y vieron como desde el Arsenal de Guerra que estaba en Combate de los Pozos y Brasil, donde hoy está el Hospital Garrahan, les disparaban con un cañón antiaéreo y vieron como reventaban los proyectiles alrededor de los aviones. Eso sólo lo habían visto en las películas hasta ese momento. La mamá de Luis, Doña Rosa, les gritó de abajo: "Bajen que es peligroso". Los grandes escuchaban la radio. Cuando bajaron, Doña Rosa le dijo: Tu mamá quiere que vayas a tu casa. 

Fue corriendo y la encontró llorando. "¿Que pasa?" preguntó. "Tu papá", le dijo ella, "se quiere ir a la plaza". Entró a la pieza en el momento en que su viejo, poniéndose un saco, se acomodaba en la cintura una pistola calibre 32, una Beretta, le parecía que era. "Papá, ¿que vas a hacer?" Su viejo lo miró y con la vista nublada le respondió: "Tantas veces cantamos La vida por Perón, bueno, ahora es la ocasión".

Al pibe se le hizo un nudo en la garganta. Sólo atinó a decirle: "Pero...¿que vas a hacer con una pistola contra los aviones?" Entre la madre y él, al final lo convencieron que ellos lo necesitaban vivo, y que el General también necesitaba que sus trabajadores estuvieran vivos y luchando desde los sindicatos que era lo que sabían hacer... y se quedó. 


      El pibe no podía entender en ese momento el coraje y la grandeza de su viejo, pero años después su recuerdo lo llena de orgullo. El sábado fueron juntos a la Plaza de Mayo a ver los destrozos que habían cometido esos asesinos. Más de 300 muertos y alrededor de 700 heridos fue el saldo atroz de esa tarde que quedó grabada para siempre en su corazón.

 


Osvaldo Villalba
16/06/2012