Ningún
sonido es tan constante y particular como el que producen las olas en las rompientes
de nuestras costas. Ya sea varios metros adentro o sobre el límite húmedo de la
playa, aquellos que solemos frecuentarlas, podemos reconocerlo con los ojos
cerrados. Otro tanto pasa con el olfato. El aroma del mar nos penetra apenas
nos acercamos. Basta mirar la foto para que ambos se reproduzcan con nitidez en
nuestra mente.
Ésta
es la primera vez en los últimos treinta y un años que no salimos de
vacaciones. Aquel verano de 1990 estaba sin trabajo. Después de ser el jefe de
Contaduría por diez años la empresa determinó que no encajaba en el perfil que
requerían. Un poco lentos para darse cuenta. Me despidieron en el mes de
noviembre y en Buenos Aires es bastante difícil encontrar trabajo en verano.
Pero este año es diferente. La pandemia cambió el mundo. Y tal vez por mucho
tiempo no retornemos a la normalidad que conocíamos. Y como siempre pasa, lo
que no apreciamos por considerarlo rutinario, cobra importancia cuando lo
perdemos.
Para
combatir la nostalgia me puse a ver fotos y videos de Villa Gesell. A medida
que recorría los archivos la música del mar resonaba en mis oídos. Estaba
finalizando el año 2013 cuando una serie de imágenes me llevó a la mañana del 4
de marzo de ese año.
Era
un día nublado, había llovido en la madrugada y, con mi esposa, aprovechábamos
los mejoramientos temporarios para salir a caminar. Nos dirigimos hacia el
muelle. Cuando estábamos a unos cien metros vimos un bulto negro entre los
pilotes. Pensamos que sería alguno de los tantos perros callejeros que
deambulan por allí. A medida que nos acercábamos otras personas se habían
detenido a mirarlo. Llegamos y nos sacamos la duda. Era un lobito.
Seguramente
alguna corriente lo había alejado de la manada. Era muy chiquito. Con una
pareja de jóvenes y dos señoras comenzamos a llamar a Mundo Marino y Greenpeace
pero todos respondían con excusas. Alguien dijo que en Gesell había una oficina
de fauna marina. Consultamos con un guardavidas. No tenía ni idea. Mientras lo
cuidábamos para que no se le acercaran perros, temblábamos de frío. Finalmente
alguien se comunicó con la oficina de turismo y nos dieron un número. El lobito
posaba para las fotos.
Cuando nos pudimos comunicar dijeron que
vendrían en media hora más o menos. Finalmente aparecieron. Después de casi una
hora, en un jeep desvencijado. La mala onda que traía el chofer se sentía más
que las olas.
Bajó con otro ayudante y con una red y una
jaula pudo reducirlo. El pequeño les dio bastante pelea.
Osvaldo Villalba
19/03/2021