El cuidador de animales



Claro, te sentás ahí y me pedís
 que te cuente… ¿Querés que te cuente?
Te cuento.
Clide Gremiger
Explosión – Demonios Humanos

¿En serio me lo decís? ¿Vos crees realmente que Nemesio es un fracasado? ¡Ah! ¡Además un indolente sin futuro! ¡Y también un bueno para nada! ¡Qué fácil resulta desde tu posición poner etiquetas! Con tus veinte años, como hijo del dueño, pensás que te las sabés todas. No niego que te asiste la autoridad legal, como hijo de Don Ramón, de hacerte cargo del circo, mientras dure la convalecencia de tu padre, pero de ahí a venir como una topadora a pasarnos por arriba a todos hay un trecho. ¡Catorce años hace que no pisas el circo! Cuando cumpliste los seis años tu mamá te llevó con ella a la ciudad y nunca más regresaste. ¿Qué sabés de circo? Seguro que también pensás que el Pelado y yo ya estamos viejos para ser payasos ¿no? Pero con Nemesio…¿Vos sabés quien es Nemesio Flores Rojas? ¿No? ¿Querés que te cuente? Te cuento.

Ese flaco bajito, morocho, de cara redonda, bocón, con nariz de boxeador, entró al circo cuando apenas había cumplido los doce años, y todavía faltaban siete para que vos nacieras. Habíamos llegado a un pueblito perdido en el desierto y acampamos a las afueras del caserío. Tu padre siempre contrataba gente de los lugares donde parábamos para armar la carpa. Así apareció Nemesio. Don Ramón le dijo que eso era trabajo de hombres, pero le insistió tanto que al final lo conchabó. Su primer trabajo fue sacar todas las piedras del piso para que no se rompieran las lonas al apoyarlas. Luego repartir las invitaciones para la función y finalmente darle agua y comida a los animales. Habíamos cargado el camión cisterna de agua en la última estación de servicio y  él hizo un montón de viajes llevando el pesado tacho de agua desde el camión hasta las jaulas. ¡No sabés con qué alegría lo hacía! ¡Cantaba a voz en cuello y nos contagió a todos! Cuando nos fuimos del pueblo, se escondió entre las lonas en un camión y se vino con nosotros. Al llegar a la próxima parada, cuando lo descubrieron, Don Ramón quiso llevarlo de vuelta al pueblo, a sus padres, antes que lo persiguieran por ladrón de chicos, como se acusaba en esa época a los gitanos, pero Nemesio le contó que no tenía padres, que vivía en la calle, que nadie en el pueblo lo iba a extrañar y que más de uno festejaría que se haya ido y así librarse de sus travesuras.  Y se quedó.

¡Claro! El pueblo se salvó pero empezamos a sufrir nosotros. Encontrábamos ranas en nuestras cuchetas. ¡Ni te imaginás los gritos de las bailarinas! Nos escondía los elementos de trabajo, o los modificaba para que funcionaran mal. Yo tenía una flor que ponía en el ojal de mi saco que, al apretar en mi bolsillo un pomo de goma, arrojaba agua al que estaba frente a mí. Se tomó el trabajo de torcer el pico de salida y, cuando lo apreté, el chorro me dio en la cara. A Hércules, el Forzudo, le cambió la tira de goma, pintada como si fuera de hierro, con la cual hacía su número, simulando doblarla con mucho esfuerzo, por una de metal de verdad que apenas si pudo levantarla. Lo corrió por todo el circo. ¡Ah! ¡Y el día que le puso grasa a la soga que usaba Jorge para subir hasta el trapecio!  Fue tanto su enojo que nosotros no podíamos más de la risa. Le gritaba: ¡Flores Rojas, vení acá, sino flores rojas voy a llevar a tu entierro! Claro que todo eso lo hacía en los ensayos. Para él la función con el público era sagrada y la disfrutaba como si nunca hubiera visto lo que hacíamos. Por otro lado, en su tarea específica, nunca nadie cuidó tanto de los animales como él lo hace. Todos los bichos lo conocen y se acercan apenas lo ven aparecer.

Por suerte para nosotros creció, y la adolescencia le encendió otras prioridades. Entre ellas, la hija del domador de fieras, la que hoy comparte el lugar con su padre. No tenia…No tiene…ojos más que para ella. Pero nunca, en tantos años se animó a encararla. ¡Mirá que lo alentamos! ¡Tan extrovertido que es para otras cosas! ¡Tan tímido para esto! Pero ella lo sigue esperando. Se pasan horas hablando. Creo que en algún momento se va a animar, o ella tomará la iniciativa. ¿No te parece que hay que darle la oportunidad que ocurra?

El mes pasado, cuando se enfermó el Pelado, Nemesio lo reemplazó en nuestro sketch. ¿Podés creer que cuando tenía que darme el cachetazo, en lugar de hacer sólo el amago, me lo pegó de verdad? ¡Lo quería matar! Pero los pibes lo festejaron tanto que, al final, me la banqué. Yo se que él está esperando que el Pelado o yo nos jubilemos para tomar nuestro lugar, ser el preferido de los niños, tener un carromato propio y…¿sabés?... creo que se lo merece.

Lo último que te cuento: Cuando la trapecista quedó embarazada fue una alegría para todos los integrantes. Porque somos una familia. Nos peleamos como en todas, pero también nos queremos. Y Nemesio estaba feliz. Cuando el bebé nació lo llevaba a pasear en el cochecito para que su mamá volviera a los entrenamientos. Le daba la mamadera, le cambiaba los pañales y lo hacía reír con sus monerías. Cuando empezó a dar sus primeros pasos le compró una pelota. Y se pasaban horas jugando. En los pueblos, cuando llegábamos, preguntaba si había calesita para llevarlo a dar vueltas en los caballitos que suben y bajan. Cuando el niño cumplió los seis años, su madre, que ya arrastraba algunas desavenencias con su esposo decidió irse a la gran ciudad para que su hijo dejara de ser nómade y pudiera ir a una escuela estable. ¡No sabés la tristeza que su partida le causó a Nemesio!

¡Epa, epa, epa! ¿Qué pasa? ¡Los que lagrimeamos somos lo payasos! ¡El público se tiene que reír! ¡Vení, vení! ¡Dame un abrazo!

Osvaldo Villalba
16/04/2016