Encrucijada

 




Pasamos imperceptiblemente
de una escena,
una edad, una vida, a otra.
"Primavera negra" (1936)
Henry Miller

 

I

 

—¿Qué hacés acá?

La voz del guardia de seguridad me sobresalta.

—¿Eh? Nada, miraba los resultados de los partidos —respondo fingiendo estar asustado.

—Te pagan para que limpies, no para que juegues con la computadora —me grita con tono autoritario.

—Sí, sí. La...la apago y me voy —me sale bien el tartamudeo. Me paro despacio y hago tiempo para que el pendrive termine su proceso. Le pasó la franela a la pantalla, al resto del escritorio, me agacho para apagar el CPU y retiro el aparato con el dorso de la mano. El vigilador está de frente en la puerta y todos estos movimientos están fuera de su ángulo de visión.

—Listo, ya está —le digo y vuelvo al carrito de la limpieza.

En otras circunstancias le hubiera hecho tragar sus gritos a este forro. Tan inepto que no se preguntó cómo entré a la computadora. Él también se debe haber sorprendido al encontrarme ya que ésta es la única oficina que no tiene cámaras. El capo no quiere  que se filtre nada de lo que pasa aquí. Todavía me falta limpiar la planta baja. Hace un mes que laburo como nunca en mis diez años de servicio. Mi jefe podría haber pensado en otra tarea para infiltrarme. En realidad tiene razón. En este horario sólo quedan los tres de la guardia y yo.

Me pidieron sólo colocar un micrófono en su oficina, pero como estuve investigando un software que copia correos, chats y archivos protegidos me pareció interesante instalarlo en la computadora del gerente. Lo que descubra me lo voy a reservar.

 

II

 

—El General te está esperando —me dice la secretaria dedicándome su sonrisa más provocativa.

—¡Qué pena! —le digo—. Esperaba quedarme un rato aquí.

—Cuando salgas entonces.

Golpeo y entro sin esperar respuesta.

—Hola Beto —el General hace un ademán señalándome la silla frente a su escritorio—. Hiciste un muy buen laburo. Ya tenemos todo lo que necesitábamos. Tomate unos días de descanso y te hago saber cuando tenga un nuevo objetivo.

—Gracias jefe. Ya tengo callos en las manos de los cepillos y franelas.

Me pregunto si sospecha que sé más de lo que surge de los informes. Tal vez por eso me está sacando del caso. Deberé estar atento.

Nos despedimos y al salir le dejo a la secretaria la dirección del bar donde iré a tomar un trago por si le pinta acompañarme.

 

III

 

Pongo el cargador en mi Glock y tiro de la corredera. Con un ruido metálico la bala entra en la recámara.

Compruebo que el seguro esté colocado y la calzo en la cintura.

Busco en el cajón del placard una gorra con visera. Elijo la de River.

Los anteojos de sol y la campera con capucha completan el atuendo.

Cierro con doble llave la puerta del departamento después de haber colocado los dos papelitos en el marco que me asegurarán que nadie entró.

El espejo del ascensor me hace sonreír. Si no tuviera cuarenta y cinco parecería un pibe chorro.

Paso la puerta de blindex de la entrada y me detengo a encender un cigarrillo. Mientras hago pantalla con ambas manos al encendedor observo ambos lados de la calle. Están estacionados los autos de siempre salvo en la esquina izquierda, de la vereda de enfrente, donde veo un Audi con vidrios polarizados que no me es familiar.

Si voy hacia allí estoy regalado. Avanzo en el sentido del tránsito y me detengo unos segundos después para arrojar un bollo de papel en un cesto de residuos. Si lo veo moverse tendré que actuar.

Llego a la esquina. El Audi no se movió.

Mientras cruzo la avenida me pregunto si tiene sentido tomar todas estas precauciones. Al fin al cabo la agencia tiene un montón de expertos en estos operativos que casi nunca fallan. Yo soy uno de ellos. Si la última vez me excedí en el cumplimiento de la misión y descubrí cosas que no debía fue por propia decisión.

En este oficio no se puede decir "este trabajo no lo hago", "lo hago a mi manera" o "no quiero seguir, me retiro". La dedicación es vitalicia. Y la salida es natural o provocada.

Bajo las escaleras del subte y una vez en el andén me dirijo hacia donde parará el vagón del conductor. Llega la formación. Ingreso y me paro junto a la puerta. Comienza a sonar la alarma de cierre de puertas. Salto al andén un segundo antes que se accionen. Sonrío satisfecho al comprobar que la formación desaparece en el túnel y la estación quedó vacía. Con el próximo tren llego hasta la combinación con la línea  D y de ahí a Plaza Italia. Salgo a la calle y cruzo la Avenida Santa Fe. Busco la entrada al Jardín Botánico.

Faltan 20 minutos para la hora que me citó Gutiérrez. Aprovecho para dar una vuelta y reconocer el lugar. No quiero sorpresas.

Cuando Gutiérrez, entonces con veintitrés o veinticuatro años, se incorporó a la agencia, cinco años atrás, fui su instructor durante tres años hasta que el General consideró que podía volar sólo. No hemos tenido contacto desde entonces pero sé que goza de una excelente reputación. De todos modos debe ser un tema particular porque las tareas siempre se generan desde arriba, nunca desde un par.

Cuando calculo que ya es hora del encuentro activo el grabador del celular, lo guardo en el bolsillo interior de la campera y me siento en un banco.

Cinco minutos después veo que viene del lado de Las Heras.

—Hola jefe. ¿Hace mucho que espera? —pregunta Gutiérrez.

—No, recién llego. Sólo el tiempo de dar una vuelta.

—Sí. Yo también pegué un vistazo de aquel lado —señala detrás de él— para comprobar que estuviera despejado.

—Ah, te enseñaron bien —le digo con una sonrisa.

—Tuve el mejor maestro —sonríe también—. Todas las precauciones son pocas si no se quiere ser detectado.

—Mmmm. Presiento que este encuentro no debió llevarse a cabo.

—Este encuentro...nunca se llevó a cabo.

—Comprendido —respondo—. ¿Y qué sería lo que nadie dijo en una reunión que no sucedió?

—En primer lugar que el General me asignó un nuevo objetivo. Y usted sabe que, después, eso no se comenta ni con la sombra.

—Empiezo a inquietarme —digo sin abandonar la sonrisa—. ¿Ya soy menos que tu sombra?

—Usted sabe que es mi mentor, mi modelo, ¿mi amigo? No puedo con esto.

—Sos mi mejor discípulo. Y también mi amigo. No puedo permitir que rifes todo lo que ganaste. Te dio un objetivo. Tenés que cumplirlo.

—No sé los motivos, nunca los dan, pero no quiero hacerlo.

—Hay que reconocer que el General llegó ahí por su capacidad e inteligencia para tomar decisiones. Desde que me percaté que ya no les era útil, aunque no hayan trascendido los motivos y mejor que no lo sepas así no corrés peligro, tomo mis precauciones. Cualquier miembro de la agencia que hubiera recibido el encargo la tendría peleada, con riesgo que yo ganara. Por eso este hijo de puta te comisionó a vos. Porque sabe que no te podría hacer daño.

—Debe haber alguna forma —dice Gutiérrez angustiado.

—Cualquier resultado que no fuera el esperado te pondría a vos en la situación que estoy yo ahora.

—No se preocupe jefe. Algo se me va a ocurrir. Igual no se descuide. Podría ser que nos estén vigilando o que le haya dado también el objetivo a otro para probarme. Le dejo este celular para que nos comuniquemos, tiene cargado mi contacto. Ambos son descartables.

—Increíble como creciste, pibe. Tenés razón. No hay que bajar la guardia.

Lo despido con un abrazo y vuelvo a casa. Verifico que los papelitos siguen en su lugar. Estoy más preocupado que cuando salí.

 

IV

 

Nunca pensé que el trabajo de menor riesgo de todos los que hice en estos años me sacara de circulación. Lidiar y ocuparme de tipos pesados, integrar bandas peligrosas, tratar con loquitos sueltos, todo lo que uno se imagina al comenzar un laburo como éste y con un simple "infiltrate en la organización y ponele un micrófono al manda más" ahora estoy sentenciado. Claro, la culpa es mía por hacerme eco de la nueva tecnología que me pasó el hacker y que reveló cosas que no debía saber. Lo que no tuve en cuenta es que ellos también tienen gente que analiza los sistemas y podían descubrir el spyware y su procedencia. Inexperiencia, que le dicen, en estos menesteres,

Fue una buena movida intimar con la secretaria del General. Pude así  conocer que hubo unas cuantas llamadas intercambiadas por su jefe con el gerente de la empresa justo antes que me sacara del caso. Eso ya me alertó que algo no andaba bien. El encuentro con Gutiérrez me lo confirmó. No se me ocurre cómo salir de este laberinto.

Suena el celular. En la pantalla aparece Yo. Atiendo.

—Hola —reconozco la voz de Gutiérrez—. Se dice en radio pasillo que usted descubrió datos que comprometen al General con la empresa en cuestión y algunos capos policiales. Se habla de cargamentos muy valiosos que salen del puerto de Rosario con destino al norte de España.

—Mirá vos. Se dicen tantas cosas...

—Sí, claro. Pero sería una buena razón para silenciarlo. Por eso se me ocurrió una jugada que, como están las fichas en el tablero, no deja de ser riesgosa.

—Te escucho.

—Usted y yo somos peones. Somos moneda de cambio. La única chance es coronar y obtener una dama. Yo la tengo, una fiscal que está dispuesta a cubrirnos como testigos protegidos si declaramos.

—¡Nooo! Con mi currículum, si voy a la justicia, termino con perpetua —empiezo a dudar si no me está haciendo una cama.

—Por pescar a los peces más gordos están dispuestos a borrar nuestro historial.

—Dejame pensarlo y te llamo.

La verdad, es riesgoso, pero no veo otra salida. Tendré que evaluar que garantías me da el programa y si me puedo conseguir recursos para empezar algo en otro lugar.

 

 

V

 

—Señor, tiene una llamada por línea uno —la voz de la secretaria suena nasal en el intercomunicador.

—¿Quién es? —pregunto.

—Un viejo amigo, me dijo.

Empiezan a sonar todas las alarmas en mi cabeza. Hace un año y medio que desapareció Alberto Fuentes para dar paso a Edmundo Jadzinsky, con toda una historia prefabricada, con una empresa de seguridad exitosa, pero sin "viejos amigos".

—Pásemelo.

Suena la campanilla dos veces y atiendo sin hablar.

—Hola Beto. ¿Cómo estás? —escucho la voz del General al otro lado de la comunicación.

 

Osvaldo Villalba

09/06/2023