El periodismo es
libre
o es una farsa.
Rodolfo Walsh
—En dos minutos, apenas termine un llamado en curso, el Sr. Benítez lo
recibe —le informó la secretaria.
Estaba nervioso, no podía negarlo. Tomó asiento en la antesala del
despacho del editor y aunque estaba decidido no podía evitar esa sensación de
un puño apretando su estómago. No era muy optimista en cuanto al resultado de
la reunión. El día anterior se había ido
de allí muy descorazonado. Cuando la secretaria le dijo que podía pasar,
al abrir la puerta, como un flash, vino a su mente el diálogo con Benítez.
—Rafael, vos sabés que no podemos publicar esto —le había dicho el
editor mostrándole las hojas que entregara esa mañana—. Esta nota es como poner
una bomba en la alcaldía.
—Pero todo es real. Cada dato está chequeado y tenemos los documentos
que demuestran la corrupción.
—Ese no es el punto. No podemos echarnos al intendente en contra. Si
enganchamos a algún inspector municipal en un cohecho… Todo bien. Lo
denunciamos, ellos lo sacrifican y equiparamos nuestra posición con las
denuncias sobre los que estuvieron antes y el público sigue creyendo en nuestra
imparcialidad. Pero una denuncia que involucre directamente al jefe…
—¿Y la plata que este contrato le cuesta al pueblo, que nos cuesta a
todos? ¿Eso no importa?
—No digo que no importa. Sólo creo que debemos ser cuidadosos. Mirá si
con el escándalo nos saca la pauta publicitaria ¿Cómo te voy a pagar el sueldo?
Eso sin contar con que nos manden los muchachos
a visitarnos.
—Ah, entiendo. La verdad está supeditada al equilibrio económico o al
miedo al apriete. Bueno, usted es el editor. Haga lo que crea conveniente.
Sin despedirse se retiró y se fue directo a su casa. Estaba tan enojado
que no pudo disimularlo ante su esposa e hijo, Ana y Juan Marcos, que lo
esperaban para cenar. Intentó, sin éxito, responder con evasivas el
interrogatorio sobre qué le pasaba, pero ellos lo conocían demasiado como para
conformarse y terminó contándoles.
—Bueno Rafael —intentó tranquilizarlo su esposa— Si no publican la nota
no va a pasar nada.
—Mama, no es así —intervino el hijo—. Papá
es periodista. Ocultar una noticia así es como ser cómplice.
—Pero si es la editorial la que no quiere publicar no sos culpable
—insistió ella.
—Juan Marcos tiene razón, Ana No denunciar esto es ser un encubridor.
Además… ¿Tengo que soportar que la editorial ignore así una investigación que
me llevó casi un año? Entrevistando gente en horarios insólitos para no
despertar sospechas. Quitándole tiempo a ustedes.
—¿Y entonces? —preguntó Ana.
—Mando al carajo la editorial, renuncio y hago la denuncia en la
fiscalía. Esperaba hacerlo apenas me aprobaran la nota, mientras estuviera en
imprenta, para que la revista tuviera la primicia, pero que, cuando se
publicara, ya estuviera en la justicia.
—¿Te parece quedarte sin trabajo? —insistió Ana.
—¡Mamá! ¡La dignidad está primero que cualquier trabajo! ¡Me lo
enseñaron ustedes! Y si papá no consigue un puesto en otro medio compramos
brochas y rodillos y nos vamos a pintar casas por el pueblo.
La respuesta de Juan Marcos lo conmovió. Nunca pensó que un pibe de
dieciséis años tuviera esa claridad de conceptos. La decisión estaba tomada.
—Ah Rafael, pasá, sentate —la invitación de Benítez lo sacó bruscamente
de su cavilaciones, sorprendido por todo lo revivido en esos pocos segundos.
—Gracias señor Benítez. Vine en cuanto su secretaria me avisó de la
reunión porque creo que es necesario darle un corte a este tema.
—Sí, es cierto. Opino igual. Estuve pensando en todo este asunto,
—Benítez se rascó la barbilla— y creo que es de tal gravedad que, por sí o por
no, requiere una respuesta rápida. ¿Vos entendés mi posición?
—Sí. Claro que la entiendo. Pero no la comparto. ¿Usted entiende la mía?
—Pues claro. ¿Cuánto hace que te conozco? ¿Cinco años? Hablé con el
Directorio de la editorial. Para decirlo en francés, se cagaron todos.
—¿Y entonces? —la salida le sacó a Rafael la primera sonrisa en los
últimos dos días.
—¿Qué vas a hacer si la nota no se publica?
—Presentar mi renuncia y llevar la información a la justicia.
—¡Me lo imaginaba! ¿Sabés? Cuando ingresé a la editorial, hace más de
veinte años, era cronista de espectáculos. Chimentos de la vida de los
artistas, comentarios de las películas y toda esa basura. Cuando se jubiló el
de policiales me dieron el puesto. Creí que tocaba el cielo con las manos.
Hacía las investigaciones mejor que la policía. Hasta que un día me frenaron
porque había alguien importante del pueblo implicado. Yo tenía principios, pero
al igual que Groucho Marx, cuando no gustaron, apelé a otros. Y así me fui
acomodando a las conveniencias. Y llegué alto a costa de venderlos. Se fue
muriendo el periodista y creciendo el comerciante. Y así llegué a editor.
Le extendió las hojas de la nota que Rafael había presentado el día
anterior.
—Tomá. Dale la última revisada a la nota. Se publica este domingo Podrán
matar al comerciante pero el periodista no está dispuesto a morir dos veces.
Osvaldo Villalba
Muy bueno. Los principios se llevan hasta el final. No se negocian.....
ResponderBorrarGracias Susana!!! Es así...
BorrarAy, Osvaldo. En esta hermosa profesión uno odia estar en esa encrucijada de publicar o no publicar. Y sobre todo cuando la decisión no depende de uno. No debería ser así. Simplemente lo que se destapa debería salir a la luz. Qué maravilloso sería que existieran más Benítez como el de tu relato.
ResponderBorrarSí, claro Paula, que los principios no se negocien. Gracias por leerme y comentar siempre!!
BorrarLos principios......hoy en dia que pocos lo tienen, el valor de la palabra dada. Algunos no resisten archivos y llevan bien alta sus frentes.....
ResponderBorrarEs cierto. Estamos tan acostumbrados a ver los que se dan vuelta como panqueques y siguen como si nada.
Borrar