Todo empezó al poco tiempo
de que nuestro departamento fuera asaltado, hace unos 26 años atrás. Hacía unos meses que estaban trabajando en la refacción de un local que, medianera de por
medio, lindaba con el pasillo y la cocina. El departamento tenía la forma de L
mayúscula, donde en el cuerpo de la L se ubicaban dos habitaciones y el pasillo
de ingreso y en la base, el pasillo que también doblaba pasando frente al baño,
la cocina y la escalera que llevaba a la terraza. El final del pasillo, la
cocina y la escalera se apoyaban sobre la medianera del galpón. Ese día, según
me contó mi esposa, estuvieron toda la mañana golpeando con masas la medianera
del local. Cuando ella salió a buscar a nuestros hijos al colegio, el ladrón
entró por la terraza, arrancando una reja de la ventana de una piecita que daba
a la misma. Cuando volvió sólo con mi hijo, pues la nena, que era un poco
mayor, se había ido a almorzar con una compañerita, mi esposa estuvo un rato
hablando por teléfono con la mamá que la había invitado, mientras el nene, que
tendría unos 4 años, se fue a jugar a la piecita de arriba. Cuando terminó de
hablar y lo llamó, quien contestó, fue el ladrón, que le dijo, que estaba con
él, que no se diera vuelta ni lo mirara y que se metiera en baño. Con mi hijo
como escudo, pedía plata y oro, vació todos los cajones sobre la cama, y
después de varios momentos de tensión, que prefiero no detallar, se escapó por
donde había entrado. La policía, vino, miró, pero no investigó nada.
Como es de imaginar,
quedamos todos muy shockeados. Por eso, cuando al poco tiempo, recibimos el
primer llamado, en la que un hombre con voz ronca, tal vez deformada con algún
aparato, le dijo a mi esposa, que en cualquier momento iba a volver, ella tuvo
una crisis nerviosa y la invadió una profunda depresión. Comenzamos a tener
llamados todos los días y en diferentes momentos del día. Instruimos a los chicos
para que no atendieran el teléfono, Implementamos una clave para cuando llamaba
yo de mi trabajo, o cuando algún amigo quería llamarnos: dejar sonar el
teléfono tres veces, cortar y volver a llamar. En esa época no existían
celulares, ni identificador de llamadas, pero un amigo que tenía siempre la
última tecnología, nos prestó un grabador que se acoplaba a la línea telefónica
y grababa la conversación. El tipo decía que nos veía todos los días, que sabía
la hora en que llevábamos a los chicos al colegio y a la hora que volvían. A
veces le cortábamos directamente. Otras le dábamos conversación para que
quedara grabado, y después escuchar si podíamos descubrir de donde venían las
llamadas. También le hicimos saber que lo estábamos grabando, y que daríamos la
cinta a la policía. Esto no pareció preocuparlo, porque igual que yo, pensaría
que la policía no nos iba a dar bolilla. Pero así fue que una vez, le dijo a mi
esposa, que iba a entrar otra vez y que le pondría a mi hijo el arma en la
cabeza como la vez anterior. Allí nos dimos cuenta que no tenía ninguna
relación con el asalto, ya que en aquella oportunidad, el ladrón no exhibió
arma alguna, ni de fuego, ni blanca, cosa que nuestro hijo, que lo había visto,
nos confirmó. Eso nos dejó un poco más tranquilos, pero igual, era muy
estresante cada vez que el teléfono sonaba. Así estuvimos más de seis meses,
hasta que la solución vino por el lado menos pensado.
El edificio tenía seis
departamentos en planta baja y seis en planta alta. En el largo pasillo del
edificio, había, cada dos departamentos una escalera, que llevaba a un descanso
donde estaban, enfrentadas las puertas de dos unidades. Así, por la escalera
que nos correspondía, se ingresaba a nuestro departamento, que era el 11 y al de
los vecinos del departamento 10. En este último vivía un matrimonio joven,
músicos ambos. Ella es hoy una cantante y compositora famosa, radicada en EEUU.
Hablando con ellos sobre los llamados, nos enteramos que a ella también la
estaban molestando. Hasta que un día, y después de una discusión de pareja, que
son tan normales en los matrimonios, en las que se dicen cosas personales, ella
atiende el llamado de este acosador telefónico, y, para demostrar que nos
estaba asechando, como hacía con nosotros, le repite cosas que ella había dicho
en esa discusión. Inmediatamente eso prendió el alerta en la pareja. Lo que
sabía del dato que estaba mencionando, sólo había podido escucharlo en esa
discusión, pues no era un dato que otros conocieran. Los vecinos del fondo
éramos nosotros, a quien también estaban molestando, por lo que pusieron
atención en los vecinos del otro lado, el departamento 9. Fue así que en la
próxima vez que llamó, mientras ella le daba charla, él, no recuerdo con que
artefacto, escuchaba a través de la pared del dormitorio, que lo separaba de
ese departamento. ¡Y entonces lo escuchó! Era uno de los hijos de la viuda que
era propietaria del departamento. Un fulano que era suboficial de prefectura.
Tomó el tubo del teléfono y le gritó: “¡Ya te descubrí hijo de puta! Dejate de
joder o te voy a cagar a trompadas!” y
lo llamó por su nombre. El otro cortó la llamada.
Cuando vino a contarnos, no
lo podíamos creer. No nos faltaban ganas de ir a darle un escarmiento, pero el
tipo, evidentemente era un loquito, y andaba siempre calzado con el arma
reglamentaria, así que decidimos esperar a ver que pasaba. ¡Nunca más hubo
llamados!
Después, atando cabos,
recordamos otro acontecimiento que le había ocurrido a otro vecino. En el
departamento 6, el último de planta baja, vivía una señora con dos hijos adultos
y la mamá que era muy anciana. Una mañana, estando la anciana sola, recibió un
llamado contándole que uno de sus nietos había tenido un accidente y estaba
destrozado. Parecido a lo que mas adelante, se generalizó como “secuestros
virtuales”, pero en aquella época, todavía no se daban. Tampoco le pidieron
nada. La señora se descompuso, siendo atendida por los vecinos. Cuando llegó,
la hija, madre del supuesto accidentado, también tuvo un ataque de nervios. Por
fin, el otro hermano, pudo contactarse con el trabajo de este muchacho y
verificar que estaba bien y que todo había sido una broma de mal gusto. En ese
momento, no lo asociamos con las amenazas telefónicas, pero después de
descubierto el caso supusimos que también era obra de este enfermo.
Nunca fui a encararlo por
esta perversidad. Tal vez porque no soy un tipo violento, o por que en ese
tiempo era miembro de una iglesia cristiana, que enseñaba a no tomar venganza,
o simplemente por cobardía. Me limité a ignorarlo como si no existiera cada vez
que me lo cruzaba en el pasillo y por suerte no fueron muchas.
Osvaldo Villalba
06/05/2014
Osvaldo Villalba
06/05/2014
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