Los soldaditos


   El niño descubre el mundo 
con la frescura de uno ojos 
animados por el deseo 
insaciable de ver todo, de 
organizar todo, de 
comprender todo 

Razón y placer (1994) 
Jean-Pierre Changeux


Amaba subir al altillo de la abuela. Los fines de semana cuando la visitábamos, más que jugar en el jardín, prefería subir y revisar todo lo que había. Estanterías con cajones repletos de herramientas. Correajes y riendas colgando de clavos o ganchos en las paredes, que había usado mi abuelo en el corralón. Y en los rincones del fondo latas y tambores de combustible. Lo que más me gustaba era un caballete con un recado de corderito, en el que yo, montado, jugaba a los cowboys.

Una mañana de domingo, husmeando en las estanterías encontré una caja de madera, llena de polvo que nunca había visto. Estaba mezclada entre las cajas de herramientas. Acerqué un escalerita, la saqué con cuidado, y la puse sobre la mesa de trabajo.

Limpié el polvo con la mano y la revisé. Era una caja rectangular, de unos 20 cm, de largo, 15 cm de ancho y 10 cm de alto. Claro que estos detalles los puedo describir ahora. En ese momento, con seis años, carecían totalmente de importancia para mí. Al buscar cómo se abría, observé que tenía un gancho oxidado que estaba muy duro. Parecía pegado. Me acordé como hacía mi papá cuando quería aflojar algo que estaba duro: lo golpeaba con alguna herramienta. Busqué en los estantes y encontré una pinza. Golpeé el gancho varias veces con la pinza y se abrió. Levanté la tapa y… ¡Faaaa!: ¡Soldaditos! ¡Estaba llena de soldaditos!

Eran un montón de soldaditos de madera. Unos tenían armaduras y espadas. Otros eran indios con lanzas, arcos y flechas. Algunos estaban montados sobre caballos y también había fortalezas y miradores altos. En seguida me puse a jugar. Cuando me llamaron para la merienda, guardé todos los soldados en la caja, la puse en su lugar y bajé sin comentar con nadie mi hallazgo.

Durante mucho tiempo, cada vez que iba a casa de la abuela, subía al altillo y buscaba los soldaditos. Con ellos me imaginaba cientos de batallas, en las que, en ocasiones ganaban unos, y en otras sus adversarios. A veces participaban mezclados en los bandos que yo preparaba.

Una vez que mis padres viajaron y me quedé a dormir el fin de semana con mi abuela, mientras desayunábamos, me animé y le dije:

—Abuela, ¿me puedo llevar los soldaditos del abuelo que están en el altillo?

—Sí, claro. No sé a qué soldaditos te referís pero lo que fue a parar allí arriba es porque yo no lo uso para nada.

El domingo a la tarde vino mi mamá a buscarme. Yo había guardado la caja en la mochila con mi ropa. Cuando llegamos a casa, la saqué de la mochila y la guardé en mi cajón de juguetes.

Tiempo después, mientras jugaba con los soldaditos en mi habitación, entró mi papá a decirme no sé que cosa.  Sorprendido me preguntó:

—¡Eh! ¿Qué es eso?

—¡Ah! Son los soldaditos del abuelo. La abuela me los regaló.

Mi papá levantó uno y se quedó mirándolo. Esa fue la primera vez que lo vi lagrimear a mi viejo. La otra fue en mi graduación de médico cuando él con mi mamá me entregaron el título.

—Esperá que busco algo —me dijo y salió disparado. Al rato volvió con un cartón doblado en dos bajo el brazo y lo abrió. Se sentó en el suelo conmigo y me enseñó otra forma de jugar.

Pasaron más de veinticuatro años desde entonces. Hoy tengo casi treinta y uno y sigo “jugando” con soldaditos. Los de mi abuelo adornan un estante de mi biblioteca. Con unos parecidos, pero de formato más tradicional, gané la semana pasada un torneo abierto en la Asociación de Ajedrez Torre Blanca.  

                                     


Osvaldo Villalba
20/05/2014

5 comentarios:

  1. Absolutamente estupendo, como siempre amigo Osvaldo. Tienes un don!

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  2. Fabuloso y emocionante! Adelante Osvaldo! esperamos el próximo!

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  3. ¡Gracias Miguel y Rosa! No deja de ser un desafío escribir un relato cuando te dan una consigna sobre el tema.

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  4. Objetivo logrado, querido amigo: me hiciste emocionar. Siempre es lindo regresar a la casa de los abuelos, a los juegos y juguetes, a la infancia. A cualquier infancia (sana y protegida, aventurera e imaginativa).

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