Un almuerzo en familia

 




La paz y la armonía constituyen 
la mayor riqueza de la familia. 
Benjamín Franklin

 El domingo amaneció fresco y soleado. Alberto se levantó temprano para lo que acostumbraba últimamente. Después de siete meses de pandemia sin salir de su casa, sin más actividades que limpiar, limpiar y después limpiar, él y su esposa, Elvira, comenzaron a levantarse cada vez más tarde. Claro, también se dormían a la madrugada con un empacho de series y películas. El único contacto exterior era recibir semanalmente los delivery del supermercado y demás proveedores de alimentos. Una vez a la semana compraban comida hecha para cortar la rutina de cocinar. Tuvo que aprender usar la cortadora de césped y la bordeadora para mantener el fondo de su casa habitable. Extrañaban tanto al jardinero como a su mujer que trabajaba en las tareas domésticas. Ahora debían hacerlo todo ellos.

 

A sus hijos sólo los veían por videoconferencia, otra cosa que tuvieron que aprender a usar ya que no eran muy duchos en las tecnologías modernas. Pero hoy es un día diferente. Es el Día D. O mejor dicho el Día E, del Encuentro. Tras la autorización de la ciudad a reunirse hasta diez personas en domicilios privados al aire libre Alberto organizó por primera vez desde el verano un asado en su fondo. En la semana había prolijado el césped y, mientras se cebaba unos mates comenzó a limpiar la parrilla. En todo este tiempo no la habían usado. Demasiado trabajo para sólo dos personas. El sábado le habían entregado las bolsas de carbón y una de leña que usaba por el sabor ahumado que le daba a la comida. Se alegró porque aún le quedaba un cajón para hacer astillas que no recordaba.

 

Hoy volverían a ser seis a la mesa. Germán, su hijo mayor y Carla, su nuera; Doris, su única hija mujer; Daniel, el menor y ellos dos. Trajo de la cochera los caballetes y los tablones para armar la mesa larga. Quería mantener el distanciamiento para no correr riesgos. Germán y Carla viven en Vicente López, donde alquilan un departamento a dos cuadras de la Avda. Maipú. Doris se fue a vivir con una amiga a Luis Guillón porque ambas estudian en la Facultad de Lomas de Zamora. Daniel, que trabaja en el microcentro, se quejaba siempre, cuando vivía allí, de lo lejos que queda Villa Devoto y terminó alquilando un monoambiente en Caballito.

 

Elvira, por su parte, encargó en la semana toda la batería de productos para preparar un montón de platitos con ensaladas como siempre hizo. El postre y el vino lo traían los chicos.

 * * *

—¡Llegaron! —grita Elvira desde la cocina mientras saluda con su brazo por la ventana.

—¿Todos? —pregunta Alberto.

No, Daniel viene en bicicleta, ya salió para acá. Germán y Carla pasaron a buscar a Doris por Constitución.

Alberto comienza a dar vuelta la carne y agrega una palada de brasas. Así, mientras sirven una picada va a estar a punto. Se pone el barbijo antes que los chicos salgan al jardín.

—¡Hola pa! —grita Doris saliendo por la puerta del comedor diario—- ¡Qué olorcito!

—¡Sí! —reafirma Carla que viene detrás—. Por vos, suegrito, voy a relegar por un rato mis convicciones y me voy a comer medio chori.

—¡Hola chicas! ¡Qué lindo verlas en vivo y en directo! —Alberto se seca los ojos echándole la culpa al humo del carbón—. Mirá Carla, este lado de la parrilla es para vos: papas y batatas al rescoldo, cebolla caramelizada, calabaza, morrón, zanahoria, choclo y berenjena grillados.

—¡Qué rico Alberto! ¡Gracias! Y veo que pusiste bastante. Porque la vegetariana soy yo pero después todos quieren.

—Tal cual. Por eso —todos se ríen.

—¡Hola viejo! Acá están los vinos —Germán deja las botellas sobre la mesa y saluda a Alberto con el codo.

—Gracias hijo. No era necesario gastar tanto, —dice Alberto mirando la etiqueta—, ya abrimos una.

—Ahí llegó Daniel. Chicas. ¿Me ayudan con los platitos de las ensaladas? —pide Elvira desde la puerta de la cocina. 

* * *

La parrilla va quedando vacía. El sonido de cubiertos sobre los platos se hace más lento. La conversación gira hacia el concurso de cocina que está de moda en la televisión. Germán le pregunta a su padre si vio el partido de River del viernes con suplentes. Entonces los hombres se apartan del otro tema y comentan los pormenores. En realidad todos no. Daniel permanece en silencio como casi toda la tarde. Germán lo advierte.

—Pibe, ¿qué te pasa que estás tan callado? —le pregunta.

—Nada, nada.

—Estás raro. Cuando recién llegaste, con el barbijo, no me di cuenta. Pero después, cuando los bajamos para comer…Estás muy serio —insiste.

—No me pasa nada. Es cansancio.

Instantáneamente el diálogo capta la atención del resto de la mesa.

—Bueno nene, si no te pasa nada contáselo a tu cara —le dice su hermana.

—Contanos Dani, somos tu familia —le dice Elvira.

Daniel está a punto de quebrarse. Se recompone y dice:

—Elisabeth, la chica que sale conmigo, está embarazada.

—Pero eso no es malo —dice Alberto. —Se casan como Dios manda y listo.

—Pará, pará, papá. El tema va más allá de casarse o no —interrumpe Germán. Y dirigiéndose a Daniel —¿Ustedes quieren tenerlo?

—¿Y cómo no lo van a tener, hijo? —pregunta horrorizada Elvira.

—Mamá, un embarazo se puede interrumpir si es de poco tiempo. Y sin riesgo —agrega Doris.

—¡Ya tenías que salir vos con esas cosas! Vos y tus amigas “pañuelos verdes” son una blasfemia —le grita Elvira

—Y vos y la iglesia donde vas, y que te lavan el cerebro, son de la Edad Media —le responde Doris, también gritando.

—¡Paren, paren, paren! Esto no ayuda —la voz firme de Carla se hace oír en la mesa —. Vamos a calmarnos y pensar en forma civilizada.

Se sirve un poco de gaseosa. Bebe lentamente y de un vistazo advierte que captó la atención del resto. Sigue:

—En primer lugar como va a seguir esta historia sólo le compete a Daniel y ¿Elizabeth dijiste, no? ¿Qué tan seria es la relación Dani?

—Somos compañeros de facultad. Hace muy poco que salimos. Creo que ninguno de los dos pensó en nada serio. Nos cuidamos. No sé cómo pudo pasar —responde Daniel.

—Bueno, vamos por partes —continúa Carla—. Creo que lo primero que deben hacer es definir entre ustedes que esperan de la relación y hasta donde están dispuestos a llegar. Como psicóloga he comprobado muchas veces que una convivencia forzada por algo distinto al deseo de estar juntos, no siempre funciona. En la mayoría de los casos está condenado al fracaso. Yo no soy ni “pañuelo verde” ni “pañuelo celeste”- Tampoco soy religiosa. Pero creo que quien debe tomar la decisión de seguir adelante con el embarazo, o no, es Elizabeth. Ella y su corazón deben decidir si está dispuesta a sacrificar o postergar las prioridades que tenía hasta ahora, ya sea sola o con vos. Interrumpir un embarazo no es algo agradable. Ser madre soltera o sola tampoco es sencillo. Vos, Daniel, tendrías que apoyarla en su decisión. Y si decide tenerlo vos decidirás qué clase de padre vas a ser, aunque no seas su compañero de vida.  A Elvira y Doris les sugiero que intenten tener una charla sin preconceptos, que puedan expresarse sus sentimientos sin agresiones y escuchándose. Aunque no se pongan de acuerdo nunca. Son familia. Somos familia. La familia se apoya y se sostiene en los momentos difíciles. Pido un brindis por sabiduría para lograr la mejor decisión.

Muy conmovidos el resto se une a la invitación.

Osvaldo Villalba 

23/11/2020

 

NOTA: Este relato participó del Certamen del Gobierno de la Ciudad para Adultos Mayores obteniendo del Jurado una mención por Originalidad.



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