A
sus hijos sólo los veían por videoconferencia, otra cosa que tuvieron que
aprender a usar ya que no eran muy duchos en las tecnologías modernas. Pero hoy
es un día diferente. Es el Día D. O mejor dicho el Día E, del Encuentro. Tras
la autorización de la ciudad a reunirse hasta diez personas en domicilios
privados al aire libre Alberto organizó por primera vez desde el verano un
asado en su fondo. En la semana había prolijado el césped y, mientras se cebaba
unos mates comenzó a limpiar la parrilla. En todo este tiempo no la habían
usado. Demasiado trabajo para sólo dos personas. El sábado le habían entregado
las bolsas de carbón y una de leña que usaba por el sabor ahumado que le daba a
la comida. Se alegró porque aún le quedaba un cajón para hacer astillas que no
recordaba.
Hoy
volverían a ser seis a la mesa. Germán, su hijo mayor y Carla, su nuera; Doris,
su única hija mujer; Daniel, el menor y ellos dos. Trajo de la cochera los
caballetes y los tablones para armar la mesa larga. Quería mantener el
distanciamiento para no correr riesgos. Germán y Carla viven en Vicente López,
donde alquilan un departamento a dos cuadras de la Avda. Maipú. Doris se fue a
vivir con una amiga a Luis Guillón porque ambas estudian en la Facultad de
Lomas de Zamora. Daniel, que trabaja en el microcentro, se quejaba siempre,
cuando vivía allí, de lo lejos que queda Villa Devoto y terminó alquilando un
monoambiente en Caballito.
Elvira,
por su parte, encargó en la semana toda la batería de productos para preparar
un montón de platitos con ensaladas como siempre hizo. El postre y el vino lo
traían los chicos.
—¡Llegaron!
—grita Elvira desde la cocina mientras saluda con su brazo por la ventana.
—¿Todos?
—pregunta Alberto.
—No, Daniel viene en
bicicleta, ya salió para acá. Germán y Carla pasaron a buscar a Doris por
Constitución.
Alberto
comienza a dar vuelta la carne y agrega una palada de brasas. Así, mientras
sirven una picada va a estar a punto. Se pone el barbijo antes que los chicos
salgan al jardín.
—¡Hola
pa! —grita Doris saliendo por la puerta del comedor diario—- ¡Qué olorcito!
—¡Sí!
—reafirma Carla que viene detrás—. Por vos, suegrito, voy a relegar por un rato
mis convicciones y me voy a comer medio chori.
—¡Hola
chicas! ¡Qué lindo verlas en vivo y en directo! —Alberto se seca los ojos
echándole la culpa al humo del carbón—. Mirá Carla, este lado de la parrilla es
para vos: papas y batatas al rescoldo, cebolla caramelizada, calabaza, morrón,
zanahoria, choclo y berenjena grillados.
—¡Qué
rico Alberto! ¡Gracias! Y veo que pusiste bastante. Porque la vegetariana soy
yo pero después todos quieren.
—Tal
cual. Por eso —todos se ríen.
—¡Hola
viejo! Acá están los vinos —Germán deja las botellas sobre la mesa y saluda a
Alberto con el codo.
—Gracias
hijo. No era necesario gastar tanto, —dice Alberto mirando la etiqueta—, ya
abrimos una.
—Ahí llegó Daniel. Chicas. ¿Me ayudan con los platitos de las ensaladas? —pide Elvira desde la puerta de la cocina.
* * *
La parrilla va quedando vacía. El sonido de cubiertos sobre los platos se hace más lento. La conversación gira hacia el concurso de cocina que está de moda en la televisión. Germán le pregunta a su padre si vio el partido de River del viernes con suplentes. Entonces los hombres se apartan del otro tema y comentan los pormenores. En realidad todos no. Daniel permanece en silencio como casi toda la tarde. Germán lo advierte.
—Pibe,
¿qué te pasa que estás tan callado? —le pregunta.
—Nada,
nada.
—Estás
raro. Cuando recién llegaste, con el barbijo, no me di cuenta. Pero después,
cuando los bajamos para comer…Estás muy serio —insiste.
—No
me pasa nada. Es cansancio.
Instantáneamente
el diálogo capta la atención del resto de la mesa.
—Bueno
nene, si no te pasa nada contáselo a tu cara —le dice su hermana.
—Contanos
Dani, somos tu familia —le dice Elvira.
Daniel
está a punto de quebrarse. Se recompone y dice:
—Elisabeth,
la chica que sale conmigo, está embarazada.
—Pero
eso no es malo —dice Alberto. —Se casan como Dios manda y listo.
—Pará,
pará, papá. El tema va más allá de casarse o no —interrumpe Germán. Y
dirigiéndose a Daniel —¿Ustedes quieren tenerlo?
—¿Y
cómo no lo van a tener, hijo? —pregunta horrorizada Elvira.
—Mamá,
un embarazo se puede interrumpir si es de poco tiempo. Y sin riesgo —agrega
Doris.
—¡Ya
tenías que salir vos con esas cosas! Vos y tus amigas “pañuelos verdes” son una
blasfemia —le grita Elvira
—Y
vos y la iglesia donde vas, y que te lavan el cerebro, son de la Edad Media —le
responde Doris, también gritando.
—¡Paren,
paren, paren! Esto no ayuda —la voz firme de Carla se hace oír en la mesa —.
Vamos a calmarnos y pensar en forma civilizada.
Se
sirve un poco de gaseosa. Bebe lentamente y de un vistazo advierte que captó la
atención del resto. Sigue:
—En
primer lugar como va a seguir esta historia sólo le compete a Daniel y
¿Elizabeth dijiste, no? ¿Qué tan seria es la relación Dani?
—Somos
compañeros de facultad. Hace muy poco que salimos. Creo que ninguno de los dos
pensó en nada serio. Nos cuidamos. No sé cómo pudo pasar —responde Daniel.
—Bueno,
vamos por partes —continúa Carla—. Creo que lo primero que deben hacer es
definir entre ustedes que esperan de la relación y hasta donde están dispuestos
a llegar. Como psicóloga he comprobado muchas veces que una convivencia forzada
por algo distinto al deseo de estar juntos, no siempre funciona. En la mayoría
de los casos está condenado al fracaso. Yo no soy ni “pañuelo verde” ni
“pañuelo celeste”- Tampoco soy religiosa. Pero creo que quien debe tomar la
decisión de seguir adelante con el embarazo, o no, es Elizabeth. Ella y su
corazón deben decidir si está dispuesta a sacrificar o postergar las
prioridades que tenía hasta ahora, ya sea sola o con vos. Interrumpir un
embarazo no es algo agradable. Ser madre soltera o sola tampoco es sencillo.
Vos, Daniel, tendrías que apoyarla en su decisión. Y si decide tenerlo vos
decidirás qué clase de padre vas a ser, aunque no seas su compañero de
vida. A Elvira y Doris les sugiero que
intenten tener una charla sin preconceptos, que puedan expresarse sus sentimientos
sin agresiones y escuchándose. Aunque no se pongan de acuerdo nunca. Son
familia. Somos familia. La familia se apoya y se sostiene en los momentos
difíciles. Pido un brindis por sabiduría para lograr la mejor decisión.
Muy
conmovidos el resto se une a la invitación.
Osvaldo Villalba
23/11/2020NOTA: Este relato participó del Certamen del Gobierno de la Ciudad para Adultos Mayores obteniendo del Jurado una mención por Originalidad.
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