Abuelos



Cuando tenga hijos entenderá la vida.
Cuando tenga nietos, entenderá la eternidad.
California fuego y vida (1999)
Don Winslow

Día 36 de la cuarentena, o confinamiento obligatorio como dice el DNU. Miro la calle por la ventana del dormitorio o de la cocina que muestran la esquina de Rivadavia y Sánchez de Bustamante.  Desde el balcón, que da al norte, tengo una vista más amplia por el pulmón de manzana. Lo más cerca de la calle que llego es la entrada del edificio cuando bajo a buscar algún delivery o a recoger las cosas que mis hijos nos compran. Mi esposa sufre más que yo el encierro y encontró la forma de tener contacto con el sol y el aire usando el balcón como sala de lectura en una reposera de playa con toldo incorporado. Mientras tanto, intercalando el tiempo de lecturas con el de escrituras, terminé un cuento empezado hace tres años y que retomaba cada tanto. Otro lo deseché por no encontrarle la vuelta a las modificaciones que necesita.
A causa de mis 76 años estoy entre los ciudadanos de riesgo, los adultos mayores, los abuelos, como dicen algunos comunicadores en la radio o en la televisión. Esta última acepción me produce un escozor que no puedo disimular. “Yo no soy tu abuelo”, les diría, “tengo mis propios nietes”, por usar lenguaje inclusivo.

Pero estas cavilaciones me produjeron otros interrogantes. Tengo un montón de vivencias como abuelo. ¿Y yo mismo como nieto? ¿Qué recuerdos tengo de mis abuelos? No muchos. La mayoría sólo por referencias de mis padres. La realidad es que nunca los conocí.
Buscando en una antigua valijita de madera que era de Remigio, mi papá, encontré las fotos que están al principio. En la primera se ve a Beato Gaspar Villalba y Amalia Arce, mis abuelos paternos. Nacieron, vivieron y murieron en Curuzú Cuatiá, Corrientes. Una vez mi viejo fue a su pueblo natal pero yo no pude acompañarlo porque mi mamá era muy sobreprotectora y no me dejó. Remigio era el mayor de un montón de hermanos, de los cuales sólo conocí a seis. Mi abuelo murió cuando yo era chico, diez u once años más o menos.  Cinco años después, falleció mi abuela. Lo que quedó en mi memoria de esa época es acompañar a mi papá al correo todos los meses para enviarle un giro postal a sus padres, a pesar que él era un laburante al que no le sobraba nada.
Hace algunos años saldé una cuenta que tenía pendiente: conocer Curuzú Cuatiá. Lamentablemente no tenía ningún domicilio de aquella época pero igual me emocionó mucho recorrer sus calles y parques.
En la segunda foto posan Ramón Cohen y Margarita Lavignolle, mis abuelos maternos. Ramón nació en Tánger, en esa época Marruecos español. Margarita, pertenecía a una familia de origen francés. No sé si ella nació en Argentina o vino de pequeña, pero hoy supe por una prima que habían tenido oposición familiar a su casamiento. Infiero que la familia de ella se oponía a que se uniera a un judío. Tuvieron cuatro hijos, dos varones, Samuel y Moisés, y dos mujeres, Raquel, mi mamá, y Perla. Mi abuela había fallecido mucho antes que yo naciera. Mi abuelo murió cuando yo tenía cuatro o cinco meses de nacido.
A Moisés, según mi mamá, le atraían los caballos. Siempre buscaba trabajos en corralones y lugares afines. Cuando tenía 17 o 18 años, alrededor de 1920, hubo en Quilmes, donde vivían, una huelga de panaderos anarquistas. Un comerciante le pidió que le manejara el carro de reparto de pan y en el transcurso del mismo recibió un disparo. Contaba mi mamá que no pudieron operarlo porque “la bala se movía en su cuerpo”. A los veinte o veintiún años las consecuencias de ese atentado lo llevaron a la muerte. Por lo menos la familia lo atribuía a ese hecho.
Samuel no tuvo hijos. Desde que recuerdo  vivía con su esposa en el mismo departamento que mis padres. Igual que mi viejo era chofer en La Martona.
Perla tuvo cuatro hijas, que fueron muy compinches en mi niñez y adolescencia. El auge actual de la tecnología en telefonía e internet hace que hoy esté conectado con mis primas segundas.

La pandemia alguna vez pasará. Volveremos a nuestras rutinas habituales. O tal vez ya nunca sean iguales. El tiempo lo dirá. Y mientras esperamos me dieron ganas de contar algunas historias que tenía postergadas.

Osvaldo Villalba
24/04/2020

7 comentarios:

  1. Muy bueno Osvaldo, que interesante esta cronológia de tu historia, me encantó!!!! Que lindo poder tener un recuerdo o de cierta manera poder identificar y reconocer a tus abuelos aunque no los hayas conocido!!!!!

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  2. Es bueno conocer la propia historia. A mí me faltan muchas piezas de ese rompecabezas, y me pone feliz saber que mis nietes van a disfrutar (o no) de conocer su propia génesis.
    Abrazo Osvaldo. Gracias por compartir

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  3. Suerte tienen algunos de tener recuerdos de gran parte de su familia y no recuerdo de historias contadas mucho tiempo después.

    Un balcón, al día de hoy, cotiza sus metros cuadrados en oro.

    Saludos,

    J.

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    1. En realidad, en mi caso es casi todo contado, aunque fue mientras iba creciendo.
      Y del balcón...sí, cotiza bien.

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  4. Gracias a vos Sandra por leer y comentar. Siempre me resultaron interesantes las historias familiares. Y claro, también los atañe a Leo y Santi.

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