Aquellos
que tienen algún código
y se rigen
por él, se les respeta
y se les
estima.
Andrzej
Sapkowski
Esa mañana de noviembre
del '59 el calor era pegajoso. Roberto bajó del colectivo en Velez Sarsfield y
Osvaldo Cruz y caminó por esta última hacía el Oeste con una caja de cartón en
cada mano.
Vivía en el edificio
contiguo al mío. Construcciones viejas de departamentos tipo PH, con pasillos
largos de revoque saltado. Su mamá era la encargada de cobrar los alquileres
para el dueño de ambos complejos. Éramos amigos desde antes de ir al colegio.
De estar todo el día juntos. De tomar la leche a la tarde en la casa de
cualquiera. Era cuatro años mayor que yo pero congeniábamos como con ningún
otro pibe del barrio. Cuando el propietario puso en venta los departamentos
casi todos los inquilinos compramos, de modo que, de adolescentes seguimos
siendo amigos.
Esa noche de verano la
barra se juntó en la esquina de la farmacia a tomar fresco. Faltaba poco para
que terminen las clases así que casi ninguno tenía mucho para estudiar. Roberto
no siguió el secundario y trabajaba en lo que conseguía. Cuando lo vimos llegar
con cara larga le pregunté:
—¡Eh, negro! ¿Qué te pasa
que traés esa jeta de velorio?
—Me robaron.
—¿Cómo que te robaron?
¿Dónde?
—En la villa del
Riachuelo. Voy siempre a entregar los puchos al bar del Paraguayo y nunca me
pasó nada. Pero esta mañana, cuando pasé el Oratorio del Sagrado Corazón y me
metí por el pasillo que lleva al bar, dos chabones con navajas me cortaron el
paso y se llevaron las dos cajas de cigarrillos. Guita no tenía más que para el
colectivo. Así que llegué al bar y le pedí al Paraguayo que me prestara unas
monedas para el bondi. La joda es que sin guita el mayorista no me entrega ni
un cartón de puchos.
Pasó toda la semana sin saber nada
de él. El sábado a la siesta estábamos haciendo un picadito en 15 de Noviembre
y Saenz Peña, —15 de Noviembre era asfaltada, las otras empedrado y la pelota
saltaba para cualquier lado—, cuando
llegó más contento que tortuga con rueditas.
—¿Acertaste la quiniela
negro? —le pregunté.
—¡No! ¡No saben lo que me
pasó!
—Si no nos contás no
vamos a saberlo nunca —dijo otro de los pibes.
—Resulta que esta semana
—comenzó a relatar—, gracias a que ustedes me prestaron la guita pude volver a
hacer la entrega al bar del Paraguayo. No vaya a ser que aproveche otro
proveedor y me saque el laburo.
—Ahorrá los detalles,
andá al meollo —dijo el "genio" de la barra y provocó la risa de todos.
. —Está bien —siguió
Roberto—. Cuando llegué al bar el Paraguayo recibió la mercadería, me pagó y
antes de que me fuera me dijo:
—¿Ves el tipo de la boina que está sentado frente a la ventana? Me dijo
que lo vayas a ver.
Me acerqué a la mesa y le
dije;
—Disculpe señor. ¿Usted quería verme?
—Ah, sí. ¿Vos sos el proveedor de cigarrillos? Decime. ¿Qué te paso la
semana pasada?
—Me asaltaron señor. Dos chabones.
—Decime exactamente qué te sacaron.
—En una caja tenía los negros. Tres cartones de Particulares fuertes,
tres de los suaves y cuatro de 43 70 y en la otra los rubios. Cinco cartones de
Jockey y cinco de Colorado.
—¿Marlboro, Chester o LM no tenías ninguno?
—No maestro, de esos nunca me pidieron.
—¡Paraguayo! —le gritó— ¡A ver si subís el nivel! Hoy es lunes,
dejame ver, el jueves venite aquí a verme.
—Y el jueves cuando entré
estaba en la misma mesa. Cuando me vio me hizo señas con la mano, me hizo
sentar, me convidó con un cortado y me dio un sobre con la guita que valían los
puchos que me afanaron. Me aseguró que nunca más me iban a molestar y que me felicitaba
por no haber aprovechado a nombrar puchos más caros.
—¡Ah! Un capo el tipo. Con códigos —dijo uno de
los pibes.
—Me dijeron en el bar que
es “el capo” —respondió Roberto.
—La semana que viene
llevale un cartón de Chésterfield al fulano, por lo menos —le dije.
—Sí, ya lo pensé. Acá
está la guita que me prestaron. Son amigos de fierro.
Terminamos todos
abrazados. Eso sí, lo mandamos al arco porque con la redonda era medio tronco.
Osvaldo Villalba
05/10/2019
¡Muy bueno, Osvaldo! Parece que también los "capos" tienen sus códigos.
ResponderBorrarUn abrazo.
O por lo menos la tenían en esa época. Los que entraban a la villa a trabajar eran intocables.
Borrar¡Muchas gracias Mirella por leer y comentar!
BorrarQue bueno!!!! Más allá de todo la amistad siempre deja precedentes.
ResponderBorrarSi, fue importante para mí en mi niñez y adolescencia y le debía está historia a Roberto.
BorrarLas cosas como son, todo bien con la amistad, pero si no sabes jugar, siempre al arco.
ResponderBorrarSaludos,
J.
¡Jajaja! Es así. Hasta los "amistosos" eran "a cara de perro"
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