Como si se pudiese
elegir en el amor,
como
si no fuera un rayo que
te parte los huesos
y te deja estaqueado
en la mitad del patio.
Julio Cortázar
¡Qué suerte, empezó a llover! Ya salgo a
caminar. Cada vez que llueve te salgo a buscar.
Esto no me pasaba desde que, en un día de
lluvia, María Teresa se fue, dejándome un vacio que no pude llenar. Por eso,
cuando llovía, me deprimía hasta el punto de no querer salir de la cama.
Todo cambió cuando se vino esa última tormenta
de verano. Pensé que sería bueno llevar el auto unas cuadras más arriba donde
no se inunda. La lucha entre lo que debía hacer y lo que quería hacer duró
hasta que comenzaron a caer las primeras gotas. Allí no dudé más. Al fin y al
cabo, el odio a la lluvia se iba a transformar en el odio a mi obstinación si
el coche se me inundaba, sumado al dinero que eso me costaría. Salí a la calle,
entré al auto y lo puse en marcha. “Bueno, arrancó de una”, pensé. Una buena
por lo menos. La lluvia era cada vez más intensa. Los vidrios se me empañaron y
tuve que prender la calefacción, pese al calor que hacía. Lo estacioné a cinco
cuadras de casa, donde esperaba que no se inunde, y volví caminado bajo la
lluvia. “Menos mal que lo hice”, pensé cuando llegué a la esquina de mi casa,
porque la calle estaba inundada de bote a bote.
Y allí…te vi venir. Mojada como si te hubieran
volcado un balde lleno de agua en la cabeza. Bajo un paraguas pequeño que no
cubría nada, las sandalias en la mano, caminando con dificultad y lentamente
por el agua que te cubría los tobillos. El vestido clarito se te pegaba al
cuerpo y te hacía más sexy. Parecías salida de una película de Fellini. Tu
cabello, pese a estar recogido, estaba empapado, con mechones en la frente y a
los costados del rostro. Cuando nuestras miradas se cruzaron, una leve sonrisa,
casi imperceptible, se dibujó en tu rostro. Sentí que el corazón se me
derretía. Me quedé paralizado, sin reacción. Cuando decidí que te iba a decir
algo, te vi correr a un colectivo y hacerle señas. “¡Que no pare!, ¡Que no
pare!”, pensé. Y el guacho paró. Claro, yo en el lugar del colectivero también
te hubiera parado. “Seguro que ni me registró”, pensé. La sonrisa debió ser un
acto reflejo por la situación. Pero la fotografía que sacó mi cerebro no se
borró más. Y la tengo presente a cada momento.
Por eso cada vez que llueve te salgo a buscar.
Pero ahora, ya tengo planificado lo que voy a hacer. Cuando te vea venir, voy a
ir derecho hacia vos y te voy a decir
“¡Que hermosa que sos!”. Voy a tomar tu rostro entre mis manos, voy a
mirarme en tus ojos color miel y, si para ese momento no me rompiste el
paraguas en la cabeza…me voy a hundir en el abismo de tu boca.
Cada vez que llueve, te salgo a buscar y sé que
un día… voy a encontrarte.
Osvaldo Villalba
07/08/18
Qué hermoso!! Me encantó el modo de contarlo.
ResponderBorrarMuchas gracias Paula por leer y comentar!!
BorrarBuenísimo. Ojala la vuelva a encontrar.....
ResponderBorrarMuchas gracias Susana! Ojalá tenga mi suerte y ella sea como vos!
BorrarQuedó buenísimo Osvaldo!!!!!!
ResponderBorrar¡Muchas gracias Liliana!
BorrarCreo que era éste el que me habías mandado el día de mi cumpleaños. Es muy lindo, triste, esperanzador, nostálgico. Gracias
ResponderBorrarGracias por leer y comentar Giselle.
BorrarNo importa lo que se cuenta sino cómo se cuenta, esa es mi humilde opinión, y este texto es un ejemplo notable porque la forma es más valiosa que el fondo. El narrador pone todos los sentimientos en juego en una situación casual que se clausura con una ilusión, con el sueño de un bucle que le dé al personaje una segunda oportunidad. Un pequeño gran cuento. Felicitaciones, Osvaldo!!
ResponderBorrarAriel
Muchas gracias amigo por tus comentarios siempre tan alentadores.
BorrarMuy linda la manera de contar una historia: tan porteña, tan cercana. Tiene tu estilo, Osvaldo. Felicitaciones.
ResponderBorrar¡Muchas gracias Luli! Por leer y comentar. Me alegro que te haya gustado.
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