I
– ENCUENTRO CASUAL
Nuestro destino nunca es un lugar
Sino una nueva manera de ver las cosas.
Henry Miller
Hace más de una hora que la
tormenta se descarga con toda su furia. Las ráfagas de viento sacuden el auto
como si algo lo golpeara de costado. El limpiaparabrisas, en su máxima
velocidad, no alcanza a sacar toda el agua que cae, lo que dificulta más la
visibilidad, agravado por el hecho de que, dentro de la cabina, aún con la
calefacción prendida, los vidrios se empañan. No me gusta manejar con lluvia y
menos si estoy en ruta. No me gusta manejar de noche, pero lamentablemente ya
oscureció y a los dos costados todo se ve negro. Apenas con el reflejo del faro
derecho sobre el agua acumulada en la banquina adivino el curso del camino.
“Hay tantas cosas que no me gustan pero igual tengo que hacerlas”, pienso y me
suena tan a frase hecha que sonrío, pensando que mi profesor del Rojas me diría
que no hay que usarla en un relato. Limpio con el trapo rejilla los cristales
pero es inútil, todo sigue viéndose borroso. No hay un puto lugar donde parar
en esta ruta de mierda. Desde que salí de Bahía Blanca que no vi ni una
estación de servicio para poder hacer un alto y esperar que escampe. Y los
camiones siguen pasando como si estuvieran en una autopista de cinco carriles
de una sola mano y no en una ruta de doble mano de un solo carril. Cada vez que
me pasa uno desde atrás, o de frente por la mano contraria, tengo que apretar
fuerte el volante para no irme al carajo por la forma en que se sacude el auto.
Debe faltar poco para Tres Arroyos. Cuando llegue voy a entrar y pasaré la
noche allí. Y por si todo esto fuera poco, no estoy viajando sólo.
Miro por el espejo y veo que
Lidia se durmió en el asiento de atrás. ¿Era Lidia? ¿O Elida? Creo que el
“alemán” me está alcanzando. Lleva su bebé calzado en una guagüita y la obligué
a ponerse el cinturón de seguridad que los sostenga a los dos. Lo único que me
falta es tener un accidente y cargar con la culpa que les pase algo. Yo debo
ser muy pelotudo porque apenas la conozco y ya me siento responsable de los
dos. En realidad hace sólo tres horas que la conozco y todo lo que sé de ella
es lo que me contó. Sí, definitivamente soy un pelotudo. ¿Cómo me meto en estos
quilombos? Pero no la podía dejar en banda. Repaso todo lo ocurrido para convencerme
si podría haber hecho otra cosa.
Estaba llegando a Bahía
Blanca a media tarde. Había salido después del mediodía de Viedma, y unos 50 km
antes de Bahía comenzó a lloviznar. Al entrar a la ciudad ya llovía bastante
fuerte. Si no hubiera tenido que visitar un cliente en el centro habría seguido
por el Camino Parque Sesquicentenario que bordea el casco urbano y continúa por
la ruta 3 hacia el norte. Pero tenía que pasar por un negocio de balanzas, en
la calle Caseros al 2200, para entregarle unos repuestos. El local queda a dos
cuadras del estadio del Club Villa Mitre, que juega en el Torneo Argentino A, por
lo que dejé el auto, como siempre, en la estación de servicio de Maipú, la
paralela a Caseros y Punta Alta, a una cuadra de mi destino. El playero me
saludó con la mano desde lejos y me hizo alguna broma, que no entendí, sobre la
lluvia. Debía haber cubierto las dos cuadras corriendo para no mojarme tanto,
pero los kilos y los años disminuyeron mi capacidad de hacerlo, así que
disfruté mojarme, mientras caminaba hasta el negocio. Mis treinta y tantos años
de viajante me han dado una relación casi de amistad con muchos de mis
clientes. Algunos se enojan cuando elijo dormir en el hotel si tengo que pasar
la noche en la ciudad, y no acepto quedarme en su casa, cosa que agradezco de
corazón, pero privilegio mi intimidad. En ocasiones voy a cenar con ellos, como
me ofreció esta tarde el Turco Asef, cuando me vio llegar todo mojado, después
de agradecer que le haya alcanzado los repuestos en medio de la tormenta.
—Te agradezco Turco —le dije—
pero quiero llegar a Buenos Aires cuanto antes, porque le prometí a mi hijo
acompañarlo a la cancha de River el domingo.
De haber imaginado que la
tormenta sería tan fuerte, habría aceptado la invitación y seguro estaría
durmiendo en Bahía Blanca en este momento y no en medio de la ruta. Y tampoco
me hubiera pasado todo lo demás.
Hacía muchos años, tal vez
más de quince, que no tenía apuro por llegar a Buenos Aires. Los primeros años,
cuando todavía estaba casado, me esforzaba por llegar. A medida que fue pasando
el tiempo, y se multiplicaban las quejas de mi mujer porque “siempre estoy sola para todo”, “nunca estas cuando el nene está enfermo”, “ni
sabés como va en el colegio”, y otras por el estilo. Cosas que eran
ciertas, pero así era mi trabajo; así me había conocido y era lo que mejor
sabía hacer. No me imaginaba trabajando en una oficina, sentado en un
escritorio. Y un día, cuando mi hijo promediaba el secundario, me dijo que ya
no soportaba más, que quería separarse, que…creo que había más razones
imputables a mí. La causa principal, a mi entender, era que hacía un tiempo
salía con un compañero de trabajo, y al poco tiempo se fue a vivir con él. Por
eso, había sido una grata sorpresa que el fin de semana pasado, me haya llamado
mi hijo y me dijera:
—¡Hola viejo! ¿Vas a estar
en Buenos Aires el domingo próximo? ¿Querés acompañarme a la cancha?
Cuando salí del negocio, la
lluvia seguía siendo copiosa. Caminé hasta la estación de servicio y estaba
llegando al auto, cuando une voz de mujer me dijo:
—Señor…¿usted es el
viajante?
Si la pregunta me causó sorpresa, mucho mas desconcierto
me produjo, al darme vuelta, la presencia de la mujer, empapada, y tapando con
un plástico algo que llevaba en sus brazos. Morocha, de pelo largo que, muy
mojado, caía sobre sus hombros. Calculé que tendría unos 35 o 36 años, vestía jean
y campera azul y, sin ser muy llamativa, era bonita.
—¿Quién pregunta? —le dije—
¿Nos conocemos?
—No señor, mi nombre es
Lidia —(¿o dijo Elida?)— Necesito que me ayude
—Disculpame pero estoy al
final de mi viaje y ya no tengo efectivo conmigo. ¿Como sabías que soy
viajante?
—¡No señor! ¡No es plata lo
que quiero! Necesito que me lleve. El playero de aquí me dijo que usted era
viajante. ¡Por favor, señor!
El playero, pensé en ese
momento, cuando lo agarre le voy a pegar una patada en las bolas. La próxima me
va a entregar a los chorros.
—Vení —le dije señalando el
minimercado de la estación de servicio— vamos a hablar bajo techo.
—Sí, claro —dijo, y
comenzamos a caminar. Cuando estuvimos resguardados, todas las preguntas se
amontonaban en mi boca.
—¿Por qué a mi? ¿Dónde
querés que te lleve? ¿Qué llevás ahí?
—¡Es mi beba! —y comenzó a
llorar— ¡Por favor, lléveme! ¡Donde sea! ¡Lejos de aquí!
—¡No! ¿Cómo te voy a llevar?
¿Porqué yo, si ni me conoces? ¡Y con una beba!
—¡Por favor! Una compañera
me dijo una vez que si lograba salir le pidiera ayuda a un viajante porque son
buena gente. Por eso le pregunté al playero si había algún viajante por aquí en
este momento y me señaló su auto.
—¡Pará, pará, pará! Eso que
los viajantes son buena gente, no lo escuché jamás. Como en todas las
actividades hay de todo...pero dijiste: si lograba salir…¿Si lograbas salir de
donde?
Se quedó mirando el piso, en
silencio. Reiteré mi pregunta
—¿Si lograbas salir de donde
te pregunté?
—De una casa de chicas —dijo
con voz apagada— Ya no recuerdo cuanto hace que me tienen allí. No nos dejan
salir nunca. Tienen nuestros documentos. Es una pareja que maneja todo. Somos
unas doce chicas que trabajamos allí. Yo aproveché que me llevaron al hospital
por mi beba y me pude escapar. Pero seguro me están buscando.
Lo que pensé que sería un
mangazo nomás, se estaba transformando en algo más complicado.
—¿Y porqué no vas a la
policía mejor, en lugar de escaparte?
—¿La policía? Son los
principales clientes del lugar. Me volverían a llevar allí. ¡Por favor!, ¡Si me
encuentran me van a pegar, y me van sacar la nena!
—Dejame pensar —le dije,
mientras en mi cabeza luchaban a brazo partido el sentido común, que me decía:
“subite al auto y andate de una vez”, con mi sentido de responsabilidad social,
que gritaba: “no podes dejarla en banda”
—¿Tenés tu documento con
vos?
—No
—¿Y el de la nena?
—Tampoco
—Si nos paran vamos a tener
problemas…
—¿Entonces me lleva? —preguntó
secándose las lagrimas con una mano, mientras una sonrisa le iluminaba el
rostro— ¡Gracias! —y con el brazo libre me tomó del cuello y me dio un beso en
la mejilla—. Ni siquiera sé cómo se llama…
—Jorge. Vamos antes que me
arrepienta.
—Sé que es mucho, pero
¿puedo pedirle un favorcito más? —preguntó mientras subíamos al auto.
—¡Y bueno! ¡Dale! Pero
sentate atrás y ponete el cinturón de seguridad, de manera que también la nena
esté sostenida. ¿Qué otra cosa?
—¿Me puede parar en un
supermercado antes de salir de la ciudad? Necesito comprar pañales y leche para
la bebé.
—¿No le das teta? ¡Ah! Y por
favor, ¡tuteáme!
—Bueno, voy a intentarlo. No,
no tengo leche. La doctora me dijo que podía ser por mala alimentación. Pero
hay una leche en polvo que es como leche materna.
Salimos de la estación de
servicio y tomé Brown otra vez hacia el centro hasta Carrefour. Cuando llegamos
me dijo:
— ¿Te puedo dejar la beba en
el asiento mientras voy a comprar?
—Sí, dale. Tomá —y le dí doscientos
pesos para que comprara.
Apenas se bajó del auto, la
beba empezó a llorar. Lo único que me faltaba, pensé. Después de un rato
comencé a pensar si volvería. ¿Y si no aparece más? ¿Qué hago con la beba? Por
eso sentí alivio cuando la vi llegar con dos bolsos. Me dio la cuenta y el
vuelto y le cambió los pañales a la beba. Después le preparó una mamadera con
todo los elementos que había comprado, incluyendo la mamadera misma, y la llevó
a entibiar al barcito del supermercado. ¡Ah! Y también compró empanadas para
nosotros.
No me cabe duda que soy un
pelotudo, sobre todo porque si me volviera a pasar, volvería a hacer lo mismo.
Aun a riesgo de que me alcance el rufián, que seguro la debe estar buscando, y
me haga pagar la cuenta.
Hace un rato pasamos el
peaje así que calculo que en media hora más llegamos a Tres Arroyos. No voy a
ir al Parque Hotel, donde paro siempre. No quiero que piensen otra cosa y
después siempre me gasten cuando pase por ahí. Voy a ir al Andrea Hotel, que
también hacen precio a viajantes y lo renovaron dejándolo muy lindo.
Ya pasó una hora y media desde
que nos alojamos en el hotel. Elegí una habitación doble, así tenemos camas
separadas. Como habíamos comido las empanadas con una gaseosa que Lidia —ahora
confirmé que es Lidia— había comprado, nos vinimos derecho a la habitación. Le
cambió los pañales a la beba, y le dio otra mamadera que entibiamos con el agua
caliente en el baño. Mientras ella le daba la mamadera me fui a dar una ducha.
De puro desconfiado que soy, sin que lo notara, puse mi riñonera en mi maletín,
que tiene cierre con clave. ¡Uno nunca sabe! Cuando salí del baño, usando por
primera vez en este viaje mi pijama, me senté en una de las camas y saqué el
libro de cuentos que estoy leyendo, pero la verdad es que no me puedo
concentrar en la lectura. Lidia se fue a duchar y la beba está dormida en el
otra cama protegida entre dos almohadas. Ahora me doy cuenta que no sé cómo se
llama. Nunca le pregunté el nombre de la beba. Cuando salga le voy a preguntar,
sólo por cortesía, porque después, seguro, no me voy a acordar. Como Lidia no
tiene ropa con ella, le presté una camisa mía para que use como camisón. Claro
que entran dos Lidias en mi camisa, pero…es lo que hay.
Escucho que se cierra la
ducha, seguro está por salir, así que simulo estar concentrado en mi libro. Sin
embargo no puedo dejar de espiar por el rabillo del ojo la puerta del baño.
— ¡Que buena es una ducha
caliente después de tanta mojadura! —dice mientras se seca el pelo con la
toalla chica— Me queda un poco grande tu camisa —se ríe.
Levanto la vista del libro y
la miro. Es verdad, pienso, la prenda le queda grande pero igual se adivinan
sus formas por debajo. Tiene los dos primeros botones desabrochados. ¿Qué le
puedo contestar que no delate mis pensamientos?
—Y sí. No es fácil hacer una
dieta estando siempre de viaje y comiendo cualquier cosa.
—No lo decía por eso, vos
estas muy bien —vuelve a reírse.
—Ahora agregá: “para la edad
que tenés” y la completas.
—¡No malo! No quiero decir
eso —responde después de la carcajada— ¿Tenés un cepillo para prestarme?
Busco en mi botiquín y se lo
alcanzo. Vuelca todo el pelo hacia el costado derecho y comienza a cepillarlo
inclinando la cabeza, dejando al descubierto todo su cuello y parte del hombro
izquierdo. Trato de poner mi atención en el libro otra vez.
—¿Se portó bien mi princesa?
—Sí, durmió todo el tiempo.
A propósito… ¿Cómo se llama?
—Gladys
—Es muy chiquita. ¿Cuánto
tiempo tiene?
—Un mes y medio
Se acerca a mi cama y
extendiendo el cepillo me dice:
—¿Podés cepillarme de atrás,
que no alcanzo?
Se sienta en mi cama dándome
la espalda y comienzo con el cepillado. Con mi mano izquierda levanto su
cabello y mis dedos rozan el costado de su rostro, su cuello, su oreja. Con la mano derecha paso el cepillo, hasta la
mitad de su espalda. Después cambio de mano y repito del otro lado. Siento que
mis pulsaciones aumentan como si estuviera en una ergometría.
—Sos muy bueno —dice.
—No, soy como cualquiera.
Con muchas cosas malas y algunas buenas. No te creas eso que te dijeron sobre
los viajantes.
Se da vuelta y pasa sus dos
brazos alrededor de mi cuello.
—No me importan los demás.
Vos sos muy bueno.
Mi primer impulso es
abrazarla y besarla. Pero temo estar aprovechándome de su situación de
desamparo.
—¡Pará, pará! —le digo— No
hace falta que hagas esto. Lo hago de onda, sin intenciones secundarias.
—No lo estoy haciendo por
agradecimiento. Lo hago porque quiero hacerlo. ¿No te gusto? ¡Ah claro! A lo
mejor por quien soy… —dice bajando los brazos.
Entonces la tomo de la
cintura y la aprieto contra mi pecho hasta que puedo sentir el calor de su
aliento.
—¡No tengo prejuicios
hermosa! Sólo quería estar seguro que no lo hacías por obligación.
Nos besamos con pasión, sacándonos
la ropa uno a otro, y abrazándonos hasta que en el contacto nuestra piel parece
fundirse.
—¡Pará, pará! —digo de
repente— no tengo condones.
—Yo compré en el súper, por
las dudas —responde riendo y vuelve a besarme.
¡Ya amaneció! La luz se
cuela entre las rendijas de la cortina de enrollar. Nunca me gusta bajarla del
todo porque quiero percibir como amanece. Generalmente me despierto varias
veces por las noches, pero esta vez dormí de un tirón. Claro que nos dormimos
bastante tarde. Lidia duerme acurrucada a mi lado y tiene un brazo pasado sobre
mi pecho. Durante la noche escuché llorar a Gladys (¡me acordé!) y ella se
levantó a darle una mamadera seguramente, porque escuché como corría el agua
del lavatorio, utilizando el sistema casero de entibiado que descubrimos ayer.
Pensé que quizás después se acostaría con la nena, pero no, volvió a acostarse
a mi lado. Yo me hice el dormido, y ella
igual me dio un beso y me abrazó. Después de un rato, por su respiración, me di
cuenta que se había vuelto a dormir. En un rato voy a pedir que nos traigan el
desayuno a la habitación; después a preparar el auto para el último tramo.
Parece que ya no llueve porque hay rayos de sol que ahora se filtran por la
persiana.
Acabo de pasar Azul. Van
tres horas desde que salí de Tres Arroyos, así que faltan unas cuatro horas más
para llegar a Buenos Aires. El plan original de salir a las nueve de la mañana
se deshizo como un cubito en agua caliente. Todavía no puedo creer como se
desarrollaron las cosas. Por momentos me parece que lo soñé. Habían traído el
desayuno y disfrutamos de compartirlo. Nos reíamos por cualquier cosa. Me
sentía raro cuando bajé a preparar el auto, creo que podría decir feliz. Revisé
el aceite y el agua y fui a la recepción a pagar la cuenta. Mientras esperaba
la liquidación miraba las noticias en la televisión del lobby. Era un canal de
la zona porque pasaban noticias locales, lo que no me despertaba mayor interés…
hasta que una placa me golpeó como si Tyson me hubiera conectado un gancho en
la mandíbula. En letras rojas decía:
ROBAN BEBE DEL
HOSPITAL
PENNA DE BAHIA
BLANCA
|
En el desarrollo de la nota
pasaban una entrevista a la madre, que llorando mostraba una foto de su hijita,
a quien llamaba Romina…pero para mi… ¡era Gladys!
Corrí a la habitación, y
seguramente por mi cara, Lidia debió presentir que algo pasaba, porque bajó la
cabeza cuando me vio entrar y esquivaba mi mirada.
—¿Porqué me mentiste? —grité—
¡Me usaste! ¡Te aprovechaste de mi ingenuidad para involucrarme en un delito!
¡Por favor! ¡Qué pelotudo soy!
La indignación creciente que
sentía tapaba, de algún modo, el dolor y la frustración que sentía en ese
momento. Lidia comenzó a llorar.
—¡Perdoname! ¡Perdoname por
favor! ¡Te puedo explicar!
—¿Explicar? ¿Qué me vas a
explicar? ¿Qué sos una mentirosa? ¿Qué nada de lo que dijiste o hiciste es
cierto?
—¡No! ¡No es así! ¡Por
favor…escuchame! ¡Por favor!
Traté de calmarme un poco.
Sobre todo para pensar con claridad que pasos seguir. No es bueno tomar
decisiones en caliente.
—Está bien Lidia. Te
escucho. Lo que no quiere decir que te vaya a creer. En realidad hasta dudo si
te llamarás Lidia. Y después… de aquí a la comisaría. Eso no tiene discusión. A
ver qué querés contarme ahora.
Nunca pude mantenerme
indiferente al llanto de una mujer. Y aunque estaba herido, en mi amor propio
primero, y en mi confianza traicionada después, igual me conmovía. Entre
sollozos y con voz entrecortada, empezó a hablar.
—Sí, me llamo Lidia. Lidia
Azucena Velázquez más precisamente y nací en Misiones. Cuando tenía 17 años, una
mujer dijo que me conseguiría un trabajo en Buenos Aires, con cama adentro y yo
le creí y lo acepté. Cuando llegué comprobé que no era una casa de familia sino
un prostíbulo. Me sacaron el documento y desde entonces pasé por varios
lugares, con distintas personas que siempre nos tenían encerradas. Hace dos
años con otras dos chicas nos trajeron a Bahía Blanca al lugar que te conté.
—De modo que esa parte de tu
historia es cierta —interrumpí.
—Sí, vas a ver que casi toda
es —había empezado a calmarse—. A mitad del año pasado perdí un embarazo de
casi seis meses por una paliza que me dieron. ¡Quedé muy mal! Yo quería tener
el bebé —vuelve a llorar.
—¡Pero esta no es la forma!
¿Cómo pudiste? ¿No pensás en la madre? Ella también está llorando…
—¡Mentira! —me interrumpió—
¡Ella no la quería!. ¡Si había querido abortarla y se le pasó el tiempo!
—¿Vos la conoces?
—¡Claro! ¡Es una de las
chicas de la casa! No la cuidaba, ni le daba de comer. Me dejaron acompañarla
al hospital porque había perdido peso. Hace todo ese circo porque están los
canales de televisión. Pero en el hospital tampoco quería darle la teta. Por
eso aproveché el cambio de guardia de las enfermeras y me la llevé.
—Entonces…la madre debe
saber que fuiste vos…
—Y… si. Al ver que tampoco
estoy… Pero no creo que diga nada. En la casa la matan si habla mucho y algo se
destapa.
—Es una historia
complicada…No sé si puedo creerte. Pero lo que no puedo es ser cómplice en algo
así. Tenés que devolverla... aunque sabes cuales son las consecuencias.
—Si, claro. Igual en cana no
voy a estar peor que en la casa. Y tal vez cuando salga…Además lo quiero hacer
por vos. No quiero traerte más problemas. ¡Te portaste tan bien conmigo! Y
después de lo de anoche…
—¡De eso mejor ni hablemos! ¡Tengo
bastantes mentiras por hoy!
—Jorge, eso sí que no fue
mentira. Nada en mi vida fue más
verdadero.
No hay caso, pensé, sigo
siendo un viejo reblandecido y pelotudo… pero le creí.
Después vinieron las
interminables horas en la fiscalía, declaraciones y más declaraciones. Varias
veces las mismas preguntas para ver si me contradecía. Por fin me dejaron libre
pero citado en calidad de testigo cuando llegue el juicio.
Lidia quedó detenida
esperando que el juez de turno decida el procesamiento y el destino hasta el
momento del juicio. La fiscal nos dijo que el hecho de haberse presentado
espontáneamente lo mencionaría a su favor. Romina, o Gladys para mí, bajo el juez
de menores, será enviada preventivamente a un hogar hasta que una asistente
social determine la capacidad de la madre antes de su restitución.
La fiscal nos dejó solos
unos minutos para despedirnos. Fue un abrazo interminable y un beso que todavía
me duele en los labios. Le dejé mi número de celular para que me llame —o me
haga llamar— y me cuente cómo sigue todo y le prometí que la visitaría cuando
se conozca su destino.
El sol se está poniendo a mi
izquierda y atrás, sobre la ruta. ¿Podré volver a mi vida normal? Trato de
enfocarme en el partido de mañana, que puede significar un campeonato para el
Millo, después de pasar por el descenso. Y lo voy a disfrutar con mi hijo,
después de tanto tiempo sin compartir algo. Pero no puedo dejar de pensar en Lidia.
Esto parece una historia para un tango. ¡Eso! ¡Un tango! Un tango triste… Me
viene a la mente María… Pongo la pista en el auto y continúo mi viaje cantando
a voz en cuello…
Osvaldo Villalba
17/07/2014
II - NUEVOCOMIENZO
Unidad Penitenciaria 52
Las situaciones inesperadas…
En ellas se encierran, a veces,
las grandes oportunidades
Joseph Pulitzer
El cielo, a mi izquierda,
comienza a aclarar. Todavía no asomó el sol pero las nubes sobre el horizonte
toman un color rojizo. Hace un poco más de tres horas que salí de casa así que
en poco tiempo estaré entrando en Azul. Si bien hace dos años que dejé mi
actividad de viajante por el interior para atender una zona de Capital y Gran
Buenos Aires, este trayecto venía haciéndolo una vez por mes. Ésta va a ser la
última.
Esta historia comenzó hace un
poco más de cuatro años, a principios de mayo de 2014. Más exactamente el 2 de
mayo. Ese día cambió mi vida. El feriado del 1° lo había pasado paseando por
Las Grutas y a la noche me fui a dormir a Viedma. Si no hubiera tenido que
entregar unos repuestos al Turco en Bahia Blanca me hubiera vuelto a Buenos
Aires el 30 de abril. Quería estar en mi casa el domingo 4 sin falta porque mi
hijo me había invitado a la cancha a ver a River. Faltaban tres fechas para
terminar el campeonato y el Millo iba tercero detrás de Gimnasia de La Plata y
Godoy Cruz y el domingo recibíamos a Racing en el clásico más viejo de la
historia argentina. ¡Cómo festejamos! Ganamos 3 a 2, quedamos ubicados 2° y dos
fechas después obtuvimos el campeonato. El primero después de haber descendido
a Primera B y lograr el ascenso al año siguiente. Después vino la era Gallardo
con un montón de triunfos internacionales que todavía seguimos festejando.
Miro el cuentakilómetros parcial
y marca 289. Si bien ya conozco bien la salida de la Ruta 3 que tengo que
tomar, me gusta escuchar la voz de la española del GPS del celular diciendo: a quinientos metros gire a su derecha y tome la salida con dirección a Avenida
Mujica. Conecto el teléfono.
Después del partido fuimos con mi
hijo a festejar a La Farola de Belgrano. Pizza y birra de por medio nos
convertimos por un rato en técnicos y comentaristas deportivos. Cuando agotamos
el tema me animé y le conté todo lo que me había pasado entre el viernes y el
sábado. Bueno, no todo. Algunas cosas las di por sobreentendidas. Tenía mucho
temor por su reacción. Me sorprendió,
—Viejo ¿Cómo no te quedaste con
ella? Es evidente que te movió las estructuras. ¿Por qué te volviste?
—No me quería perder el partido
con vos. Mirá que domingo nos tocó.
—Sí, está bien. Pero ¿la
llamaste? ¿Averiguaste dónde la llevaron?
—No, no me animé.
—¡Dale viejo! Vos nunca fuiste
cagón. Siempre me enseñaste que hay que jugarse por lo que uno siente. Y yo que
te conozco sé que estás tocado. ¡No me defraudes!
Esto último lo acompañó con una
carcajada y un golpe en mi hombro. Casi se me saltan las lágrimas. ¡Que viejo
reblandecido que soy! Y lo completó con algo que nunca hubiera imaginado.
—Mirá, el abogado con el que
trabajo tiene un montón de contactos con la justicia. Después pasame bien los
datos que en la semana te averiguo cómo están las cosas.
El GPS del celular emite el
mensaje que estoy esperando. Unos segundos después aparece el cartel que dice Unidad Penitenciaria N° 7 – Azul 4. Aún
en la señalización vial se discrimina a las mujeres. La Unidad Penitenciaria
52, Femenina, está pegada a la 7 pero no está mencionada. Allí voy. Cincuenta
metros más adelante tomo la salida por la Avenida Mujica. El boulevard que
separa ambas manos sigue sin mantenimiento. Me detengo un momento en la
banquina para programar el teléfono desde donde estoy hasta el penal para no
errarle a la calle por la que se debe ingresar. Ya otras veces me perdí, El
auto hay que dejarlo antes de la Unidad 7 y caminar hasta la 52.
El martes siguiente a la cena con
mi hijo me llamó por teléfono.
—Hola viejo. Como estaba seguro
que no me ibas a pasar nada ya estuve tirando cables. Imaginate que el caso
revolucionó todo Tres Arroyos. ¡Sos famoso viejo! Justo una de las chicas del
estudio, la abogada más nueva, es de allí. El padre tiene un estudio muy
importante. Esta noche lo llama y mañana o pasado me canta la posta.
—Gracias. Lo que pasa es que no
quiero involucrarte en mis locuras.
—Naa. Tranqui. Le pedí que me
averiguara donde la llevaron y cómo hay que hacer para llamarla. Después te
toca a vos ¿eh?
—Sí, muchas gracias.
El resto de la semana me dediqué
a rendir ventas y cobranzas en las empresas para las que trabajo. El viernes a
la tarde, cuando llegué a casa, tenía un mensaje en el contestador: Hola viejito. ¿Cuándo salís de nuevo?
Llamame que te cuento lo que averigüé.
Cuando lo llamé quedé sorprendido
de todo lo que se había movido. La abogada, Andrea dijo que se llamaba, había
averiguado a través del padre que Lidia estuvo hasta el martes en comisaría
pero que después la fiscal pidió el traslado al penal de Azul porque había
sufrido una agresión por parte de otras detenidas. Me reiteró la pregunta que
había dejado en el contestador y le comenté que comenzaría otro viaje la semana
del 20.
—Buenísimo viejo. Andrea viaja a
su casa el viernes de la semana que viene y yo me ofrecí a llevarla si nos
conseguía una entrevista con el padre. Nos espera el sábado a la mañana. Donde
podemos parar supongo que vos los sabés mejor que yo. Después vos seguís tu
circuito y nosotros volvemos a Capital.
La reunión en la casa de Andrea
fue un éxito. Se lo debo a mi hijo. El padre, Marcelo Larraburu, resultó un
típico hombre del interior, Con una posición muy acomodada, pero sencillo y
campechano. Y muy eficiente en su metier.
Cuando llegamos ya había estado investigando antecedentes y nos contó que en el
2003 hubo un caso parecido, también en el Hospital Penna de Bahía Blanca y el
abogado de la acusada, para evitar el juicio oral, convino con el fiscal un
juicio abreviado, consiguiendo una sentencia de 5 años y 8 meses. Teniendo en
cuenta que ese tipo de delito tiene una pena de 5 a 15 años, fue todo un
acierto la estrategia. Sugirió seguir el mismo camino. Le ofrecí que tomara el
caso y aceptó. Prometió gestionar los permisos para visitar a Lidia. Al
finalizar nos agasajó con un asado que fue el mejor que he comido en toda mi
vida. Al margen del caso me pareció que entre mi hijo y Andrea había onda. Con
el tiempo se confirmó.
Llego al portón de entrada. Hoy
me quedo afuera. Hoy no voy a ingresar. En el estacionamiento vi que ya estaba
el auto de Marcelo, el abogado. Me tiemblan las piernas. Recuerdo las veces que
pasé este portón. Las humillaciones soportadas todo este tiempo por parte de
los guardias del servicio penitenciario en las revisiones para entrar. Marcelo
trabajó rápido. Fue a visitar a Lidia para informarle que yo lo había
contratado y le firmara el poder para poder presentarse en el juzgado. También
le llevó una tarjeta de teléfono para que pudiera llamarme. Me contó que ese
día ella lloró toda la entrevista cuando supo que lo enviaba yo. Cuando ella me
llamó lloramos los dos. Después, siguiendo las instrucciones del abogado, me
pidió como visitante ante la administración del penal para que pudiera
presentarme. Todo ese trámite duró como un mes. Desde esa primera vez vine
todos los meses. El juicio se dio como lo planificó Marcelo. A los dos años
salió la sentencia: 5 años y tres meses. A los cuatro años, al cumplirse el 75%
de la condena se solicita la libertad condicional. Cuando el juzgado la aprueba
pueden pasar unos quince días hasta que se haga efectiva. Ese día es hoy.
Llevo casi dos horas esperando.
Estoy muy nervioso. Hace un rato le envié un mensaje a Marcelo. Me respondió: ya casi estamos. Supongo que eso
significa que no hay problemas, que la demora es porque los trámites son
engorrosos. ¿Por qué soy siempre tan negativo?
Se abre el portón y salen los dos. Lidia suelta el bolso de su ropa y
corre hacia mí. Nos fundimos en un abrazo. Después ambos abrazamos a Marcelo.
—¡Gracias doctor! —lo digo en
serio aún cuando bromeo con el título. En estos años, con todo lo que vivimos,
ya somos amigos, además de casi consuegros.
—Fue un placer —me dice—. Además
me pagaste ¿no?.
—Te esperamos en Buenos Aires
para festejar.
—Allí estaré.
Salimos a la ruta. Agradezco que
el auto tenga caja automática porque Lidia no me suelta la mano.
—Mi hijo y Andrea nos esperan
para cenar —le digo.
—Me va a dar gusto conocerlos.
—¡Ah! Hablando de mi hijo,
escuchá esto —le digo mientras pongo el pendrive
en la radio—. Lo grabé cuando él me hizo
ver que no podría vivir sin vos.
Tuve que parar en la banquina
para que pudiéramos besarnos.
Osvaldo Villalba
13/09/2019
Muy bueno. Me atrapó. Y con tanguito y todo....Te felicito!!!!
ResponderBorrarMuy bueno, impecable. Me quedé con la sensación de que puede tener una segunda parte...¿No?
ResponderBorrarA tu pedido, salió El final
BorrarInteresante historia, un relato onírico en que las fantasías se convierten en realidad. Ambos protagonistas encuentran la imagen idealizada del otro. Define con claridad la personalidad de los dos personajes. Tiene instantes graciosos, otros de suspenso, también ternura y una pasión intempestiva, compulsiva.
ResponderBorrarUna historia de amor
ResponderBorrarUna historia de corrimiento del prejuicio
Una historia de lluvia y de sol
Una historia inevitable.
Y ese tango!!!❤️❤️❤️❤️❤️
Gracias amiga!! Y feliz día!!
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