El viejo




I – BUCHÓN

Más sabe el diablo por
 viejo que por diablo.
Refrán popular

—¿Qué carajo pasó? ¿Cómo nos pudieron sorprender así? —Los gritos de Manolo, acompañados por puñetazos en la mesa los tiene a todos con las cabezas gachas, incapaces de sostenerle la mirada—. Mejor que piense que fue casualidad a que alguien nos entregó —continúa—, porque si llego a enterarme que hubo un buchón entre nosotros y lo descubro, va a lamentar haber nacido.
Manolo es un líder indiscutido. De los treinta y cinco años que tiene, seis los pasó en la cárcel, condenado por robo, homicidio en ocasión de robo, —la empleada de la joyería—,  más una condena adicional por intento de fuga. Salió con libertad condicional hace dos años, mucho antes de lo que le correspondía. Se dice que untó convenientemente a unos fulanos en el juzgado para que le consiguieran el fallo. Ahora es más duro e insensible que antes de caer preso.  Con toda la intención de seguir en la misma, apenas pisó la calle, reclutó gente para dedicarse al único laburo que conoce: el afano. A más de uno, por incompetentes, les tuvo que dar la baja anticipada a causa de su obsesión por cuidar todos los detalles y no equivocarse.
Por eso la bronca que está descargando con su gente en este momento, ante el fracaso del operativo de anoche en el restaurante, donde había una mesa de ratis comiendo. Cuando empezaron los tiros, los tres que entraron salieron corriendo y rajaron en los dos autos, uno conducido por Rolando, a quien llaman el Viejo y el otro por Manolo. Él siempre les dice que sólo se enfrenten si están acorralados. Algo le hace ruido con esa mesa de policías; de ahí su enojo.
Hace poco más de un año que el Viejo está en la banda. Lo trajo el Paraguayo. El Pampa y el Pelado completan el grupo. El Pampa es un tipo jodido, desagradable, de los que no mira a los ojos cuando habla. Ya tuvo con él un par de encontronazos. Si bien Rolando es el mayor del grupo, todavía le da el cuero para ponerle los puntos a cualquiera. El Pelado recién debe haber pasado los veinte. Es hijo de un tipo que Manolo conoció en la cárcel. Es un buen pibe pero anda siempre muy fumado. Todos le dicen que para salir a laburar hay que estar limpio, con todos los sentidos alertas, pero nunca les da bola. Debe necesitar la droga para darse coraje. Al Paraguayo lo conoció  en la villa del Bajo Flores, cuando llegó  del sur. Enseguida empezó a meterle mano a los autos que levantaban unos pibes, los que le pusieron el apodo, y rápidamente se hizo cartel: “el Viejo es un capo preparando maquinas” y el Paraguayo no tardó en contactarlo.
—¡A mí me conocés hace una pila de años, Manolo! No sé si todos pueden decir lo mismo —dice el Pampa, haciendo obvia referencia a Rolando.
—¿Y eso qué garantiza? —pregunta el Viejo sin mirarlo y para provocarlo, dirigiéndose a él, le dice— A lo mejor alguien encontró tu precio ahora.
—¡Te voy a cagar a trompadas, hijo de puta! —se levanta como una tromba, haciendo caer su silla hacia atrás.
—Me gustaría que lo intentes —le dice pausadamente mientras se para—. Sería una buena  oportunidad para que te hagas una dentadura nueva.
—¡Basta! ¡Siéntense los dos! —Manolo golpea la mesa por enésima vez—. Se terminó la reunión. Salgan de a uno, con intervalos de veinte minutos, ya saben.

Rolando se sienta y espera el último turno. Cuando se queda sólo con Manolo, le dice:
—Si vos querés, se me ocurrió una forma de descubrir si hubo un buchón.
—Te escucho.
Cuando termina de explicarle su plan, Manolo le dice:
—¡Es bueno! Sólo que queda uno afuera…
—¡Sí, claro! Lo que pasa es que nadie está obligado a declarar contra sí mismo.
—¡Siempre tenés una respuesta! —dice sonriendo.
—Para eso uno acumula años. Si no se suma sabiduría también, ¿para qué se vivió?

***

—Los cité porque hay algo que resolver —dice Manolo, con la voz más grave que de costumbre—. Anoche la brigada abrió un auto, que teníamos estacionado en la cortada que da sobre las vías, en el que, supuestamente, debían estar los fierros para el próximo golpe.  ¿Tenés algo para contarnos Pampa?
—¿Yo? ¿Por qué? ¡Si vos me dijiste que me ibas a avisar cuándo tenía que buscarlo!
—¡Porque eras el único que sabía esa dirección! —grita poniéndose de pie—. Los demás tenían otras direcciones.
—¡Es una trampa! —y dirigiéndose al Viejo— ¡Vos me la tendiste! ¡Te voy a matar!
Se abalanza e intenta agarrarlo del cuello. Él se corre de costado dejándolo pasar y le aplica una patada en las costillas haciéndolo caer.
El Pampa se levanta con intenciones de seguirla. Manolo se interpone y le grita fuera de sí:
—¡Basta! ¡Nadie más que vos y yo sabíamos esa dirección! ¡Andate! ¡Estás fuera!
El Pampa se levanta, mira a Rolando, hace un ademán como de cortarse el cuello y sale. Manolo les dice a los otros dos:
—Paraguayo, encárgate de él. Vos, Pelado acompañalo. ¡Con cuidado, que es peligroso!

***

Se sirve una copa de vino y busca el celular escondido detrás de unos libros. Piensa que tuvo suerte, pero además, el plan que le propuso era bueno. Levantar tres autos, estacionarlos en distintos lugares y pasarle las direcciones a Manolo. Lo que no pudo saber es cuál vehículo le asignó a cada uno. El Pelado vino sólo a preguntarle cómo llegar a la dirección que le dio. Al Paraguayo le preguntó directamente si conocía la zona. Él, pensando que todos tenían la misma información, respondió como llegaría. Por la descripción supo cual le había tocado. De modo que, por descarte sacó cuál le dio al Pampa.
Hace la llamada. Suena dos veces y atienden.
—Hola, Gutiérrez habla.
—Hola comisario. Soy yo. Tengo los detalles del nuevo golpe.
—¡Ah, bien! Lo escucho.
—Antes quiero agradecerle el operativo en el auto, salió redondo.
—Era fácil. Igual los muchachos se frustraron al no encontrar nada. Yo no les dije que era un cebo. ¿Y lo nuevo?
—Va a ser el viernes, a eso de las 1500 hs, en un aserradero de Camino de Cintura y Ruta 205. Después le paso bien la dirección por WhatsApp. Por lo que se filtró, una constructora va a llevar un pago importante, en efectivo porque es en negro. ¡Por favor! ¡Que sus muchachos no se apuren como en el restaurante! Vamos a estar en dos autos. Yo voy a salir hacia Monte Grande por la 205, y el auto de Manolo hacia la Riccieri por Camino de Cintura. Con que nos esperen un poco más adelante, no va a haber resistencia. El tipo más jodido ya no está.
—Buena data. Tranquilo. Sólo tengo una inquietud personal. ¿Por qué tanta dedicación por un pájaro de poco vuelo?
—Es una historia larga.
—Un jefe que tuve me decía que todo lo que hacen los hombres siempre es por plata o por mujeres.
Alicia, su hija, le sonríe desde la foto en la pared del cuarto. Sabe que en el cielo también está sonriendo. Fue muy injusto.  No hacía falta. Ya le había dado todo lo que había de valor en la joyería.
—Su jefe la sabía lunga, comisario. A lo mejor, algún día, lo charlamos.


II – EL ASALTO



La justicia, aunque anda
 cojeando, rara vez deja
 de alcanzar al criminal 
en su carrera.
Quinto Horacio Flaco
(Horacio)

—¡Todos quietos! ¡Las manos donde pueda verlas!
Son cuatro. El contador no identifica al que gritó. Dos tienen armas largas. Los otros, pistolas tipo nueve milímetros.  No se sorprendió. Cuando pararon los autos en la vereda presintió el atraco. Por la forma de estacionar. Entran rápido, no le dan tiempo a nada. Tampoco a avisarle a Elena, la administrativa. Ella sí se asusta y empieza a llorar. 
—¡Tranquila, levantá las manos despacio! —dice el contador mientras siente que lo empujan con la punta del fusil.
—Venite para acá —la llama el  Paraguayo—. Al suelo los dos.
Mientras se acuestan despacio el contador los observa y trata de retener las descripciones: "El más viejo, como de sesenta y pico, pelo blanco. Otro, de alrededor de treinta y cinco, fornido. Un pibe de veintitantos con el pelo cortado al ras. El morocho que parece paraguayo debe rondar los cuarenta. El segundo parece el capo. Los manda al viejo y al paraguayo al taller" 
—Traigan para acá a los que estén en el fondo —grita Manolo.
Al rato aparecen arreando a los cuatro operarios. Los hacen acostar junto a los otros y les sacan los celulares a todos. El Paraguayo arranca los cables de los teléfonos de línea.
—¿Donde está Fridman? —pregunta Manolo.
El contador se sorprende que conozcan al dueño. "¿Sabrán todo?", piensa.
—Se fue al mediodía —responde.
Manolo  manda al Pelado a que cierre la puerta y dé vuelta el cartel a “Cerrado”. 
—¿Quién tiene la llave de la caja? —pregunta el viejo—. Sabemos que recién les entró bastante tela. No se hagan los héroes.
 —Yo —dice el contador levantando la mano.
"Evidentemente saben", piensa. Fridman le había encargado entregar la mercadería y cobrarles al contado. Como cuatrocientos cincuenta mil pesos y diez mil dólares. Sin factura.
—Levantate despacio y abrila —dice el Viejo señalando la oficina con el caño de la escopeta.
Se levanta y camina hasta el box del dueño. Cuando llegan frente a la caja le dice:
—Tengo la llave en el bolsillo. Voy a sacarla. —No quiere darle la oportunidad de que piense que intenta algo. El Viejo sonríe sorprendido y responde:
—Dale, tranquilo.
Abre la caja y se aparta. El Viejo saca dos bolsos de su mochila y los llena con los fajos que hay en la caja. Revisa una carterita de un estante y cuando ve que son cheques los desecha.
—¿Hay plata en algún otro lado?  —pregunta.
—No, ahí está todo.
Le hace una seña con el arma y vuelven al salón. Le entrega uno de los bolsos a Manolo. Éste le hace una seña con la mano de pulgar para arriba..
—Salgan en tres minutos —le dice al Viejo mientras se va con el Paraguayo.
El Pelado les quita las billeteras, relojes y anillos al resto del personal. Le hace una seña al contador para que le entregara lo suyo. Le da el reloj y un fajo de billetes que lleva en el bolsillo aclarándole que no usa billetera.
Cuando le toca el turno a Elena, empieza a tocarla y ella se pone a llorar. El Viejo le grita:
—Dejala pibe. Vinimos a otra cosa. ¡Ustedes! —les dice a los empleados—. No asomen las narices por los próximos diez minutos.
Salen. El contador se para y les hace seña que guarden silencio. Se acerca a la vidriera y comprueba que los autos ya no están.
Manda a uno de los muchachos al negocio de al lado a que llame a la policía. 

***

Es sábado a la mañana. El contador está con dos de los empleados del taller en la fiscalía de Esteban Echeverría esperando que llegue la fiscal. Los citaron para una rueda de reconocimiento. El oficial les cuenta que el día del asalto varios móviles de la brigada interceptaron a los dos autos a pesar de que se habían ido en sentido contrario. Uno de los sujetos se resistió disparando un arma y fue abatido. Los otros delincuentes fueron detenidos. Cuando llegue la fiscal les van a presentar distintos grupos de personas para que, detrás de un vidrio, identifiquen a los detenidos.
Veinte minutos después la fiscal los hace pasar de a uno. El contador es el último. 
Entra a un cuarto que tiene una ventana vidriada que da a otra oficina. La fiscal le aclara que del otro lado no pueden verlo porque es espejado. En el otro cuarto hay un grupo de cinco personas paradas de frente. La fiscal le dice que se tome su tiempo y le diga si reconoce a alguien. Mira con calma. El segundo de la derecha es el que parecía paraguayo por su tonada. Lo marca. Sale por otra puerta. A los operarios que estaban con él no los ve. "Nos deben separar adrede", piensa. La operación se repite una vez más e identifica al pibe. Luego, en la oficina del secretario le muestran varias fotografías y reconoce en una al que le pareció el jefe. Le dice al secretario que no encontró en los grupos al viejo que sería el cuarto. 
—No importa —responde él—. Muchas gracias por su colaboración. Con esto es suficiente.

Se va para su casa intranquilo. El cuarto está libre. ¿Correrá algún riesgo? "Ojalá lo atrapen antes de que comience el juicio oral", piensa.

***

—Gutiérrez habla.
—Hola comisario. Caso cerrado.
—Hola. ¿Cómo está? Su data fue impecable. ¿No quiere seguir trabajando con nosotros? Le puedo conseguir rango y sería remunerado.
—No gracias comisario. Mi objetivo está cumplido. Me vuelvo al sur.
—Al final no me dijo a qué se debía ese objetivo.
—¡Ah! ¿Se refiere a lo que opinaba su jefe? Le aseguro que por plata no es.

Osvaldo Villalba 

24/01/2019




 




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