Amurallar el propio
sufrimiento es
arriesgarte a que te
devore desde el interior
Frida Kahlo
Cecilia sube al micro y busca el asiento
correspondiente a su ticket. Había elegido ventanilla para disfrutar el
paisaje. El campo siempre le trajo paz. Esa que en su vida le ha sido tan
esquiva. Esa que perdió cuando, con solo seis meses, su madre la abandonó.
Pone su mochila en el maletero y se ubica. El
asiento del pasillo todavía no está ocupado. Solo espera que quien lo ocupe no
intente darle charla. Hoy necesita gozar de este viaje en silencio. Después de
un fin de semana alejada de su rutina vuelve a su casa en busca del sueño que
parecía imposible. Busca en su cartera, en el bolsillito interno, unas hojas
tan ajadas como su espíritu que tantas veces releyó en los momentos difíciles.
Dobladas en cuatro, las dos páginas desgranan una historia tan triste como su
vida, pero con final feliz, que hace varios años le hizo llegar un viejo
escritor, al que ni siquiera conoció personalmente. Vuelve a leerla, aún cuando
la sabe de memoria. Tantas veces la consideró una fantasía que le parece
imposible estar viajando a buscar la nota de la última materia de su carrera de
abogada.
Hay tanta similitud entre las penurias de la
protagonista y su propia vida que, aunque revive su dolor siguiendo el relato
del narrador, una reflexión del escritor en un pasaje del cuento la
tranquiliza. "No podemos cambiar nuestro pasado. Tampoco podemos borrarlo
de nuestra vida. Pero sí podemos intentar superarnos y dar vuelta la página
hasta que las viejas heridas sean sólo cicatrices. Y en cada logro esas marcas
nos van a recordar que pudimos sobreponernos." La tiene resaltada porque
en todo este tiempo le sirvió de apoyo.
No recuerda cuando se quedó dormida pero la
despertó el movimiento de los pasajeros cuando el micro ingresaba en la
Terminal de Ómnibus de Zárate. Toma un remise hasta su casa. Es lunes, son las
9.00 de la mañana así que los chicos están en el colegio. Su marido debe estar
en el trabajo. Agradece estar sola porque
está muy nerviosa para charlar con alguien. Se da una ducha y busca la
ropa que había dejado preparada el jueves pasado para ir a la universidad.
La facultad es un hervidero. Los alumnos se
arremolinan en las paredes donde están pegados los listados con las notas. Como
siempre, las expresiones de alegría se mezclan con las de desazón o bronca.
Siente que el estómago se le aprieta. No desayunó porque no podía ingerir ni
agua, pero igual tiene una pelota en la panza como si se hubiera empachado. Cuando
llega a la pared donde está su materia no se anima a acercarse.
"Vamos", se dice, "Ceci no vas a aflojar ahora". Busca en
las paginas la R. "Ramirez, Raznozcick, Rivas, Rodríguez, Romero Cecilia
…..¡8!." ¡No lo puede creer! Mira de nuevo mientras las lágrimas le
empañan la visión. Se seca con el dorso de la mano y comprueba que es así. Se
va llorando sin importarle que la vean y cuando llega a la puerta la reciben
aplausos y gritos que corean su nombre mientras sus hijos y su marido la llenan
de espuma.
Cierra los ojos mientras los abraza e imagina la
voz del viejo escritor que le dice: "Cecilia, pudiste dar vuelta la
página"
Osvaldo Villalba
28/12/2019
Que hermoso relato...es increible la forma que tiene de contar las historias
ResponderBorrar¡Muchas gracias Julieta!
Borrar¡Muchas gracias!
ResponderBorrar¡¡¡Bellísimoooo!!!
ResponderBorrarComo todos tus relatos, está muy bien narrado y le ponés tanto sentimiento que le llega al lector.
ResponderBorrarUn gran abrazo, Osvaldo.
¡Este comentario de una escritora de tu calibre ya es un premio para mi! ¡Gracias!
BorrarLa mayoría de las veces somos nosotros mismos quienes boicoteamos nuestros propios intentos por dar vuelta la página.
ResponderBorrarSaludos
J.
Es la tendencia a aferrarnos al pasado. ¡Gracias por leer y comentar,José!
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