La luna de mi ventana


Coge un cántaro de vino,
 siéntate a la luz de la luna
 y bebe pensando en que
 mañana quizás la luna
 te busque en vano
Omar Khayyan

Termina el partido y voy a enjuagar mi copa en la pileta de la cocina. En el momento de abrir el grifo levanto la vista y allí está. Enorme, redonda, amarilla. Ella. La luna.



—¿Viste la luna? —le grito a Susana. Cuando veo fútbol ella se exilia en el dormitorio y le da un poco de uso a nuestro viejo televisor con treinta y tantos años cumplidos.
—No, de acá no se ve. Ahora voy —responde.
Nos quedamos un rato contemplándola. Tiene una fascinación difícil de explicar. Me gusta el sol y celebro los días soleados. Pero también me gusta caminar bajo la llovizna. Pero mirar la luna no se compara con nada.
—Lástima el mamotreto que construyeron y nunca terminaron. Si por lo menos sirviera de vivienda —me dice.
—Es cierto. Antes la veíamos apenas asomaba. Ahora hay que esperar que pase la torre. Igual me sigue gustando.

De chico, cuando visitaba a mis primas en Quilmes, las mayores nos decían a los más chicos que la luna era de queso. ¿Tendrá alguna influencia mi admiración por ella en mi predilección por todos los tipos de quesos?

Recuerdo como me devoré la novela de Julio Verne De la tierra a la luna cuando los rusos no habían comenzado a lanzar los Sputnik. Muchos años después, el 20 de julio de 1969, pude ver en un televisor blanco y negro la transmisión desde Estados Unidos del alunizaje de la Apolo XI. Siempre me quedó la duda si fue verídica esa epopeya.


¡Cuántas noches en la playa de Villa Gesell esperando que salga sobre el mar! ¡La emoción que nos embargaba a los locos que esperábamos cuando aparecía en el horizonte!



—¿Te conté alguna vez cómo la luna me salvó la vida? —le pregunto a Susana.
—¡No! Después de casi 40 años juntos… ¿todavía guardás algún secreto? —responde riéndose.
—Es que es una historia tan fantástica que nunca me animé a contársela a nadie.
—¡Y bueno! ¡Siempre hay una primera vez! Prometo no divulgarlo.
—Está bien. Ocurrió cuando yo tenía 14 años. Me habían invitado a un cumpleaños de 15. La fiesta se celebraba en un club de Vicente López que tenía varios salones, parque y salida al Río de la Plata.
Era la época del rock and roll y todos mis amigos eran eximios bailarines. Yo en cambio, tenía la plasticidad de un playmobil. Por eso ellos acaparaban a todas las chicas. A mí me quedaba conformarme con los sandwichs o las masas. Además nunca fui muy agraciado así que cuando llegaba el momento de los lentos, si quería bailar tenía que buscar alguna tía solterona.
Pero esa noche ocurrió algo sorprendente. Una piba que no era conocida por nosotros me vino a buscar y me sacó a bailar el rock. “Yo te enseño” me dijo ante mi resistencia. Era tan hermosa, con su pelo castaño, largo, cayendo sobre sus hombros descubiertos, un vestido con flores estampadas y enaguas almidonadas en forma de miriñaque marcando su cintura, que no me importó hacer el ridículo y accedí. Pensé que bailaría una o dos piezas conmigo y después a otra cosa. Para mi sorpresa no me dejó. Parábamos para tomar algo y me llevaba otra vez a bailar. No podía creerlo. Mis amigos me hacía caras y señas alentándome. Cuando llegaron los lentos se abrazó a mí y pegó su mejilla a la mía. Bailamos un montón de piezas y en un momento dijo susurrándome al oído: “Tengo calor. ¿Vamos un rato afuera?” No dudé un minuto. En cuanto estemos en el parque la beso, pensé. Salimos tomados de la mano. Caminamos alejándonos del salón hacia un grupo de álamos sobre el borde de la playa. El cielo estaba encapotado y la oscuridad era total. Llegamos a los árboles, apoyé mi espalda en un tronco y tomándola de los hombros la atraje hacia mi. Se dejó abrazar y pasó sus brazos alrededor de mi cuello. Nos quedamos unos instantes apretados, en silencio y en el momento que tomo su rostro entre mis manos para buscar su boca, las nubes se corren, aparece la luna y… ¡en su boca abierta cuatro colmillos enormes brillaron como cuchillos! No paré de correr hasta llegar a la avenida.

—¡Ah! ¡Qué loco sos! —me dice riendo Susana—. Por un momento pensé que hablabas en serio.
—¿No me creés?
—Claro que no, a esta altura ya sé que sos un cuentero incorregible. Eso sí, lo bueno de la historia es que no tenías secretos.
—¡Cría fama…! Mejor me tomo otra copa de vino en honor de Omar.

Osvaldo Villalba
10/06/2018

6 comentarios:

  1. Muy bueno!! Me hiciste reír. Yo también soy admiradora de la luna y justo anoche estaba perfecta para quedarse varios minutos observándola.

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  2. Que loco ! Cuentero incorregible! Jajajaja

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  3. Lo que se dice un lunático y cuentero de aquellos amigo Osvaldo. Buen relato, con recuerdos imborrables y un final a su estilo. Abrazos.

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