Un hombre
no es otra cosa
que lo que
hace de sí mismo.
Jean Paul
Sartre
Amanece. Los primeros rayos de luz se cuelan por los costados de la
cortina de black out. Te das cuenta
que deberían haberla colocado más pegada a la ventana para que eso no pase.
Nunca lo habías notado porque siempre te despertás más tarde. Hoy es
distinto, no pudiste pegar un ojo en
toda la noche. Es el día D. Lograste diferirlo un par de veces. Hubieras hecho
lo imposible por evitarlo. ¡Mirá que tuviste días jodidos! ¿eh? Creciste en un
barrio donde el respeto se ganaba a las piñas. Desde pibe estuviste entre los
más duros. Ya joven, aguantando los trapos en plena Isla Maciel, y en la tribuna
de San Telmo, te ganaste el apodo. Topadora te dicen desde entonces, porque te
llevás todo por delante. Nunca corriste: ni ante otras barras ni por la
policía. Ni siquiera aflojaste cuando te tocó perder, como el día que aquel
cafishio te metió dos balas; o cuando te cortaron la cara en un baile. Sin
embargo, hoy, pisando los cincuenta, con una posición un poco más acomodada,
íntimamente, reconocés que estás asustado. Nadie podría imaginarlo y tampoco
vas a permitir que se den cuenta.
Decidís levantarte para enfrentar el día. Al fin y al cabo, lo que no
podés evitar es mejor que pase rápido. Antes de darte una ducha, un trago de
ginebra para ir entonando. Después dejás correr el agua tibia por tu cuerpo. Es
una sensación tranquilizadora. Igual no logra sacarte el nudo en el estómago.
Frente al espejo, te afeitás con prolijidad; recortás un poco el espeso bigote,
que le da a tu cara un aspecto fiero. Mientras te peinás ves como el pelo se
blanquea cada vez más ralo. Te abotonás la camisa blanca y pensás: ¡Puta madre!
¡Los años no vienen solos! Habías pensado ponerte la camisa negra con el saco
blanco, pero te acordás que la última vez que lo usaste te había costado un
montón sacarle las manchas de sangre. Claro que al gil que te gritó “heladero”
le debe haber costado más arreglarse la nariz. Igual, por las dudas, mejor un
saco oscuro, no sea cosa que esta vez se manche con tu propia sangre.
Salís a la calle dispuesto a tomar un taxi. Por lo que pudiera pasar,
decidís no manejar. La mañana está fresca pero soleada. Faltan treinta minutos
para la hora señalada. Vas a llegar a tiempo. Instintivamente tanteás tu
cintura. El revólver lo dejaste en el cajón. Tampoco llevás el cuchillo en la
pierna. Hoy el enfrentamiento es cara a cara y con las armas del adversario.
A pesar del caos que es el tránsito en Buenos Aires, llegás a horario.
Parado frente a la puerta de la casa, respirás hondo y tocás el timbre. Atiende
él. Te mira a los ojos. Esboza una sonrisa.
—¡Topadora!
Pensé que otra vez me ibas a plantar —te dice.
—Tuve algunos
inconvenientes…pero aquí estoy —respondés aparentando tranquilidad.
—Está bien,
pasá. Sentate ahí —-te-señala un sillón—. Enseguida estoy con vos.
Te estirás a lo
largo en el lugar indicado. Una luz potente te obliga a mover la cabeza hacia
un costado. Sobre la pared, en un cuadro alcanzás a leer:
“Universidad de
Buenos Aires, Facultad de Odontología…”
Osvaldo
Villalba
09/12/2016
Este cuento obtuvo 3ra. Mención Especial en el Premio de Literatura 2018 de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), filial 3 de Febrero.
Jajaja. Es absolutamente GENIAL. Mirá que conozco barrabravas y que le temen al dentista. Lo podría haber escrito yo. Pero es tu relato y me encanta. Te felicito.
ResponderBorrar¡Muchas gracias Luli, por leer y comentar! Seguro que vos hubieras hecho una gran historia.
BorrarMuy bueno, Osvaldo! Me encanta la forma de contar que tenés, tan directa y precisa. En esta historia me ha gustado el modo de llevar al lector a mostrarle toda la bravura y valentía del personaje para luego desarmarlo en la frase final. Te felicito. Excelente relato. Un abrazo.
ResponderBorrarAriel
Muchas gracias Ariel! Es un honor que te haya gustado!
BorrarNo sabés cómo entiendo a Topadora... la semana pasada me hicieron una operación en la boca y cuando me senté en el sillón tenía el mismo nudo en el estómago.
ResponderBorrarA medida que leía pensé que el protagonista se preparaba para achurar a alguien, así que fue muy sorpresivo e irónico el final.
Me gustó mucho, Osvaldo.
Un abrazo.
¡Y sí! En ese sillón arrugamos todos. Gracias por leer y comentar.
BorrarMe has hecho sonreír al imaginar a ese hombre rudo y fuerte a pesar de la edad, pero todo arrugado de temor al estar sentado en el sillòn del dentista. :)
ResponderBorrarBuen relato.
Saludos.
¡Gracias por leer y comentar Eugenia! Me alegro que te gustara
BorrarEstá bueno intrigante, caí en la locura, que después de esa previa ir sin armas es de locos, nunca esperé y ahí está la gracia de la trama. Abrazo Osvaldo, como siempre contigo entré por el "aro", pero sorpresa, sorpresa!! consulta odontológica, Sos impredecible, y eso0 cale mucho en narrativa, cuento corto y lo que quieras.
ResponderBorrar¡Muchas gracias Enrique, por leer y comentar. Qué el relato le haya gustado a un escritor de tu calibre es todo un premio.
Borrar¡Jajajaja! ¡Está buenísimo! ¡Menos mal que no llevó ni el cuchillo ni el arma en la cintura! ¡pobre dentista!
ResponderBorrarMe hiciste reir... ¡Gracias!
Ahora a dormir... Abrazo Osvaldo