Hasta que no hayas amado a un animal
una parte de tu alma permanecerá
dormida.
Anatole France
−¿Esta es Revancha? –le pregunto,
incrédulo, a la joven colaboradora que la trae caminando hacia el alambrado, conduciéndola
con una soga enganchada al bozal.
−¡Sí! ¿Viste cómo cambió? –me dice la
chica, con un brillo en los ojos que le ilumina todo el rostro.
Revancha, una yegua de pelaje marrón
con una mancha blanca en la cabeza, vino casi pegada a la espalda de la joven,
con pasos lentos pero firmes. Ya no se le notan las costillas ni los huesos de
las ancas. Se queda quieta contra el alambrado, permitiéndome acariciarla. El
nudo que tengo en la garganta no me deja decir nada más. No quiero que me vean
llorar, pero no sé si voy a lograrlo.
¿Cuánto pasó desde aquella tarde?
¿Seis meses? ¿Siete? Tal vez ocho. Era invierno todavía, veníamos en el auto de
Rolo, con Nacho, de perder por goleada, −cuatro a uno−, la semifinal del torneo
interclubes, por una calle de tierra en una zona de quintas de Berazategui, cuando
vimos, en la cuadra siguiente, un carro con caballo, parado casi sobre la
zanja, y dos hombres agachados en el suelo en la parte de atrás. Cuando nos
fuimos acercando vimos que había otro caballo acostado en el suelo, atado al
carro, y que uno de los hombres trataba de hacerlo parar golpeándolo con un
rebenque. Rolo paró la marcha y yo me bajé.
−¡Ey!, ¡Ey! ¡No le pegués! –le grité−
¿No hay otra forma de levantarlo?
−¿Y a vos qué carajo te importa?
¿Porqué no te metés en tus cosas? –me respondió.
−¡Porque no me gusta ver que golpeen a
nadie! –volví a gritarle.
−¿Querés ver cómo te doy a vos? –dijo
mientras se acercaba blandiendo el rebenque.
−¡Yo no lo intentaría! –sonó atrás mío
el vozarrón de Nacho, el arquero del equipo, un metro noventa y ocho, noventa y
cinco kilos.
Rolo también se había bajado. El tipo
lo pensó mejor, volvió hacia el carro, desenganchó el caballo que estaba tirado
y subió por atrás. El otro ya estaba en el pescante y se fueron en medio de un
montón de insultos.
Nos quedamos los tres, alrededor del
caballo, interrogándonos mutuamente con la mirada. Y ahora… ¿Qué hacemos? Rolo
recordó que su madre conocía una institución dedicada al rescate de caballos. A
lo mejor podían hacer algo por el animal.
−¡Llamala! –le dije, mientras iba al
auto a buscar una botellita de agua de la heladera que traíamos en el baúl.
Mientras Rolo hablaba con su mamá,
intentamos con Nacho, volcar de a chorritos en el morro al caballo para ver si
tomaba. Lo acariciábamos pensando que así lo calmábamos, pero la verdad es que
no teníamos la menor idea de cómo proceder.
−¡Ya está! –dijo Rolo− Mi vieja me
dijo que llamemos al 911 que ella se ocupa de avisar a la institución. Le pasé las
coordenadas del GPS para que tuviera idea de donde estábamos.
−¡Che! Si no vienen ¿Cómo ves el
caballo en tu terraza? –me preguntó Nacho.
−¡Qué gracioso! ¡Te quiero ver a vos
subiendo un fardo de pasto por la escalera quince pisos: –le respondí, y los
tres nos reímos para aflojar la tensión.
Estábamos tratando de comunicarnos
cuando vimos venir, desde el fondo de la calle, a unos trescientos metros, a
los carreros con tres o cuatro personas más.
−¡Houston, estamos en problemas! –dijo
Nacho imitando la voz de los doblajes.
−¡Y bueno! −dije− Si ya perdimos una
por goleada…
−¡Llegó la caballería! –gritó Rolo en
ese momento, señalando atrás, por donde habíamos venido.
La combi en que viajaba una parte del
equipo rival se detuvo detrás de nuestro auto. Se bajaron dos de los pibes a
preguntarnos que nos pasaba. Les contamos, advirtiéndoles que seguramente los
tipos venían a recuperar el caballo. Uno de ellos volvió a la combi e hizo que
bajara el resto. El número desalentó a los tipos que se quedaron a dos cuadras
y no avanzaron más.
Cuarenta minutos después, llegó el
equipo de la fundación, y el doctor revisó al animal, una yegua, nos dijo: "está muy
débil y deshidratada". Pudimos comprobar el amor y la calidez con que le
hablaba. El patrullero también había llegado y el doctor estaba comunicándose con
la fiscalía, para obtener el permiso para trasladar el animal. Le preguntamos
si teníamos forma de volver a verla y nos contó que periódicamente organizaban
visitas a la estancia donde los caballos se recuperan en perfecta libertad, con
toda la atención veterinaria que necesitan y donde nunca más serán usados para
trabajo alguno. Le prometimos que estaríamos atentos a las invitaciones. Cuando
nos despedíamos Rolo le dijo al doctor:
−Doctor, ¿podemos ponerle un nombre?
−¿Cómo la llamarías? –preguntó el doctor.
−El partido lo perdimos por goleada
–dijo Rolo− pero ella fue nuestra Revancha.
Y aquí estamos, con Rolo, acariciando
a una Revancha tan radiante y hermosa que tiene sabor a campeonato.
Osvaldo
Villalba
26/09/2016
Nota
del Autor:
Este
cuento es sólo ficción pero está basado en muchas historias reales de rescate
llevadas a cabo por una fundación de mi conocimiento e intenta ser un homenaje a la institución
y al profesional veterinario que la dirige.
Por fin! se hacia desear tu cuento! maravilloso y emocionante!!Homenaje a todos aquellos que se dedican al rescate de animales en situación de maltrato...
ResponderBorrarGracias Rosa Musciano Grilli!!
BorrarImpresionante, por aquí mis hijos y amigos amamos a los animales. M encantó un día con tiempo podemos hablar. En las sierras de Lavalleja tenemos una cabaña y hay un grupo de gente con veterinarios que recibe caballos abandonados y que impide que que los eliminen cuando esta viejos o enfermos. Muy bueno
Borrar¡Gracias Enrique! ACMA es una ong que rescata caballos maltratados, enfermos o abandonados que gozan de libertad el resto de sus vidas.
BorrarBuenísimo tu relato. Me hizo llorar como cuando leeo los pobres caballos que rescata Acma. Y que alegría después de unos meses verlos gorditos, libres, con su cabeza levantada......muy buen relato como siempre. Te admiro !!!!!
ResponderBorrar¡¡Gracias Susa!! ¡¡Por tus palabras y por bancarme todo el tiempo que dedico a escribir!!
BorrarHermoso cuento impregnado de amor.
ResponderBorrarGracias Paola!!!
Borrar