Algún día en cualquier parte,
en cualquier lugar indefectiblemente
te encontrarás a ti mismo, y ésa,
sólo ésa, puede ser la más feliz
o la más amarga de tus horas.
Pablo
Neruda
I
El dolor lo saca del estado de
semiinconsciencia. Hay yuyos muy altos alrededor; trata de recordar qué pasó.
Desabrocha el cinturón de seguridad, y ve vidrios por todos lados Está en la
cabina de su auto, si lograra abrir la puerta, podría…El dolor es ahora una
cuchillada en su pierna izquierda. Quedó atrapada entre el asiento, fuera de su
eje, la puerta y el panel de comandos, quebrado a la altura del volante.
El auto está en una pendiente. Algo impide
que se desbarranque, pero no sabe qué
es. Tal vez algunas raíces o uno de esos peñascos. A través de la abertura del
parabrisas destruido, ve el capó abollado y el aceite del motor marcando un
camino al precipicio que no quiere transitar. Es mejor relajarse y no moverse.
Un sobresalto le paraliza el pecho cuando el
auto, luego de un crujido, se mueve un poco. Lo mejor sería bajarse, separar el
destino del coche y el de él. La puerta está trabada y su pierna dolorida
totalmente fuera de eje; no le hace falta ser médico para saber que está
fracturada ¿Qué pasó? Cierra los ojos, y a su mente viene un camino de tierra,
el sol de costado sobre su ventanilla. ¿Se habrá quedado dormido? ¿No vio una
curva? No puede recordar. Busca el teléfono en su campera. ¡No hay señal!
Pareciera que el destino no tiene una sola buena para él. Grita con fuerza por
si alguien anda por ahí, pero sólo escucha el ruido del viento y el piar de
pájaros.
El celular tiene poca batería, en poco tiempo
se va a apagar, pero ve en la pantalla principal el widget de un mapa. Lo abre.
Tiene el recorrido entre Jesús María y Ongamira, por la ruta provincial 17.
¿Ongamira? Como relámpagos aparecen las imágenes en su mente. ¡Sí! ¡Allí iba!
¡A buscarla! ¿Cómo que no iba a volver? Si su contrato en el hotel se había
terminado. Además ella sabía que él la esperaba ansioso. Seguro que el
atorrante de su jefe le está haciendo la cabeza. Nunca lo tragó. Se acuerda
bien como la mira. Y ahora está atrapado en este podrido auto sin saber cómo ni
cuándo alguien lo encontrará. Claro que esto le pasa por atolondrado. ¿Cómo se
califica a un tipo que se manda por un camino poco transitado sin avisarle a
nadie que irá por ahí? Podía haberle avisado a ella que iba a buscarla, por lo
menos se preocuparía cuando no llegara. Tampoco le contó al despistado de
Aníbal, su compañero de cuarto. Nadie
sabe siquiera que viajó. Mucho menos a dónde. La calificación no deja lugar a
dudas: ¡Es Boludo!
Los pómulos y la frente le arden. Se toca
despacio y descubre en su mano trocitos de vidrios y sangre. Igual es la pierna
lo que más le duele. La rodilla está muy hinchada. Debe haber algo que pueda
hacer, piensa, pero no se le ocurre nada. Prueba la bocina. ¡Funciona!
Tocándola en forma intermitente tal vez alguien la escuche.
Comienza a sentir hambre y sed. Muchas veces
pensó que debería llevar en el auto una botella de agua a mano y algo
comestible, como un alfajor o galletitas. En realidad le pasa cuando lo
necesita. Entonces se promete hacerlo para volver a acordarse cuando le vuelve
a pasar. ¡Como ahora! Busca en su riñonera. ¡Tiene pastillas! Algo es algo.
II
Anochece. Todo alrededor pronto se pone
negro. Gira la llave del auto en contacto y prueba las luces. Mientras la
batería tenga carga iluminará y tal vez alguien note la luz. ¿Se verá el auto
desde el camino? ¿O quedará escondido por los yuyos? Si no se ve, nadie lo va a
encontrar. Si pudiera salir buscaría maderas y haría una fogata. Tal vez así alguien la vea. ¿De qué sirve pensar en alternativas imposibles? ¿Será éste su final? Tal vez en algunos años encuentren el auto con
el esqueleto adentro y se harán un montón de conjeturas. ¿Quién lo mató?
¿Ajuste de cuentas? ¿Crimen pasional? Un poco de humor negro o resignación.
Comienza a tener sueño.
III
Abre los ojos. Ya amanece. Mira su reloj: las
cinco y media. Los faros todavía iluminan. Corta el contacto para guardar un
poco de batería. ¿La pierna le duele menos o se acostumbró al dolor? Las
pastillas se acabaron. Una bandada de cotorras pasa chillando, y de pronto
escucha un ruido que le suena a la mejor música: ¡ladridos! ¡perros! ¿Podrá ser
que vengan acompañados de humanos? Comienza a gritar y toca bocina con el
último aliento de voz y de la batería. Alguien grita: “¡Por acá! ¡Por acá!”
mientras los sollozos se le amontonan en la garganta.
Osvaldo Villalba
26/11/2016