Premonición



Sueños, esos pedacitos de muerte. 
Narraciones extraordinarias 
Edgar Allan Poe 

Su propio grito lo sacó de la pesadilla. Se sentó en la cama, traspirado, le faltaba el aire. El sueño se había vuelto recurrente. No podía precisarlo con seguridad pero estaba seguro que en los últimos días lo había sufrido más de cuatro veces. Con variantes, pero el final en todos los casos era similar: un enorme camión con cuatro grandes faros que encandilaban y bocina ensordecedora que avanzaba de frente a gran velocidad. Algunas veces estaba caminando por una ruta; otras manejaba un auto desconocido. Invariablemente se despertaba antes del choque.

Todavía estaba oscuro pero la luz de la calle, ingresando por la ventana abierta, se reflejaba en el cielorraso del dormitorio, y le daba al ambiente una tenue luminosidad. Igual encendió la luz del velador para convencerse que todo estaba bien y fue a lavarse la cara. Regresó al dormitorio y se sentó sobre el costado de la cama. Frente a él estaba el placard, con puertas espejadas; a su espalda, del otro lado de la cama, la cómoda, que también tenía un gran espejo. Siempre le resultaba sorprendente ver su figura reproducida hasta el infinito. Volvió a acostarse con la intención de dormir un rato más pero no pudo conciliar el sueño.

Franco pasaba la mayor parte de su tiempo en la ruta. Viajaba veinte días seguidos y después, una semana libre, en su casa. En esa semana, uno de los días concurría a la empresa para la que trabajaba para cumplir algunos trámites administrativos. Esa mañana debía pasar a retirar las órdenes para comenzar el viaje al día siguiente, por lo que decidió irse a duchar. Se levantó, puso a funcionar la cafetera eléctrica necesitaba desayunar antes de salir y se metió en el baño.

Una espesa niebla cubría el tramo de la Ruta 14 entre Santo Tomé y Gobernador Virasoro. Todavía faltaban un par de horas para que el alba dibujara sus primeras pinceladas en el horizonte oriental. El camión avanzaba a considerable velocidad más de la aconsejable de acuerdo a las condiciones climáticas rumbo al norte. El tránsito era escaso. Algunos camiones que venían de Brasil, viajando en grupos de dos o tres por seguridad, algún micro de larga distancia y, muy ocasionalmente, automóviles particulares.  

En sentido contrario, 30 km más adelante, un automóvil mediano, color gris, ingresaba en el banco de niebla. Viajaba detrás de tres camiones que circulaban muy pegados complicando el sobrepaso.  Diez minutos después el automóvil aceleró y comenzó a pasar al primer camión.

El camión que avanzaba hacia Misiones salió de una curva cuando, después de cruzarse con otro, se encontró, como a 400 metros, con un automóvil que venía de frente. El chofer del camión prendió las luces altas, tocó desesperadamente la bocina y, de un volantazo, lo dirigió hacia la banquina. El camión se inclinó peligrosamente, zigzagueó unos metros y finalmente se detuvo. El automóvil, por un segundo, pasó sin ser tocado y se alejó sin detener la marcha. Franco, todavía temblando, abrió la puerta del camión, se bajó, y se quedó mirando la ruta en la dirección en que se fue el auto. No alcanzó a ver ningún detalle del coche, pero de algo estuvo seguro: sabía lo que sintió el conductor.

Osvaldo Villalba

14/10/2014

      

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