Violencia


La violencia es el último
 recurso del incompetente.
"Fundación" (1951),
Isaac Asimov

Reacomoda una vez más su ropa en la valija y opta por dejar la campera afuera y atársela a la cintura. Así logra cerrarla. Echa una mirada en derredor como despidiéndose del lugar que fue su hogar durante los últimos treinta años. La habitación ahora, sin sus fotos, la cama de dos plazas pelada, los muebles sin adornos, le parece extraña. En realidad hace mucho que se siente extraña en ese lugar, donde el único objetivo en los últimos tiempos fue satisfacer los requerimientos sexuales de su marido sin que a él le importe si ella disfruta el momento. Sólo su almohada guarda sus lágrimas cuando a los cinco minutos él ya dormía.

Va al dormitorio que usó su hijo. Se le hace un nudo en la garganta cuando recuerda la primera vez que llevó la cuna a esa habitación sacándola de la pieza matrimonial. Allí pasó noches de fiebres y toses mientras el padre dormía. Tan pegado a ella cuando era chiquito. Reconoce que fue un poco sobreprotectora. Sin embargo él fue cambiando a medida que creció. Tal vez de tanto verla sometida, en los últimos tiempos, se dirigía a ella con un tono insolente. Los posters de Estudiantes de la Plata aún siguen en las paredes. Viene a su memoria el día que, en una cena, les dijo que quería irse a vivir solo. El padre, como casi todas las noches, comenzó a insultar a los gritos y le echó la culpa a ella:
—Seguro que fuiste vos la que le metió eso en la cabeza. ¿Qué necesidad tiene de irse? ¿A dónde vas a vivir Alexis? ¡A mí no me pidas plata después!
—No papá. Mamá no tiene nada que ver en esto. Lo decidimos con Sandra. Nos vamos a arreglar. No te voy a pedir nada.
—¿Por qué no terminas de recibirte primero? Te vas a pasar el día cogiendo y vas a abandonar la facultad.
—¡Papá, sos un desubicado! —se levantó y se fue a su cuarto.
—¿Y vos no vas a decir nada? La putita esa le calienta la cabeza y vos…¿Nada? ¡Sos una inútil! ¡Llevate esta basura que cocinaste! ¡Ya me sacaron las ganas de seguir comiendo!
Alexis se fue. Hace dos años. Desde entonces ella es la única que soporta todas sus agresiones. Gritos si la comida está fría, caliente, no tiene sal o gusto a nada. Insultos si llega cansado del trabajo y no hay un mate preparado. Fue muy inocente al pensar que, cuando se quedaran solos, su actitud cambiaría. Si bien las discusiones entre Alexis y su papá eran durísimas, ella siempre trató de poner paños fríos y mediar, El resultado más de una vez fue contraproducente. Ambos le contestaban mal y terminaba quedando como la mala de la película.  Después ellos miraban el partido juntos y parecía que no hubiera pasado nada. Pero la amargura en su corazón, aún le dura. 

Se detiene frente al espejo del pasillo que lleva al living. Se pone los anteojos negros. El moretón de su ojo izquierdo se sigue viendo pero menos. Lo que no se puede disimular es su labio hinchado.

Al pasar por el comedor su mirada se va al cristalero donde está el juego de copas y la vajilla que sus compañeros de trabajo le regalaron cuando se casó. Ya no tiene contacto con ninguno de ellos porque al poco tiempo de casada su marido le pidió que renuncie. Él sería quien la mantendría y ella debía sólo ocuparse de la casa. Claro que el día en que lo echaron del trabajo y hasta que consiguió uno nuevo ella salvó las papas trabajando por hora en casas de familia.
Sobre la mesita ratona aún sigue el Libro de Misa. Hace casi dos semanas que no va a la parroquia.  Acostumbraba ir a la reunión de oración de los jueves porque sábados y domingos “hay que quedarse en casa”. Todo empezó con el comentario de su vecina. Una tarde, veinte días atrás, tomando unos mates en la cocina, antes de que él vuelva del trabajo, ella le dijo:
—La verdad que vos tenés mucha paciencia. No sé cómo te aguantás.
—¿Por qué?
—Si mi marido me grita y me dice la mitad de lo que te dicen a vos, le revoleo algo por la cabeza y me mando a mudar.
—¡Eh! ¡Qué exagerada! Todas las parejas discuten.
—¡Ah bueno! ¿Para vos discutir es que te digan basura, puta de mierda y otras lindezas por el estilo? Yo pensaría en separarme.
—¡No! ¿Cómo decís algo así? Es que la situación del país nos tiene nerviosos a todos.
La vecina no insistió más pero la semilla de la duda comenzó a germinar. El jueves siguiente pidió hablar con el párroco. Cuando salió de la reunión se fue con más culpa que cuando entró. Un montón de preceptos le quedaron rondando por la cabeza: lo que unió Dios que no lo separe el hombre, el amor es sufrido, todo lo soporta, la obediencia y otras cosas. Lo único positivo que se llevó es que el párroco quiso tener una reunión con ambos. Positivo hasta que llegó a su casa porque cuando le contó a él sobre la reunión estalló.
—¿Qué tenés que andar contando las discusiones que tenemos en casa en otros lugares? ¿Quién te dio autorización para hablar de mí? ¡Ahora vas a aprender!
La paliza fue tremenda. La vecina escuchó los gritos y llamó al 911. Cuando vino la policía él parecía un corderito. Les dijo que no había pasado nada, que sólo fue una discusión y que ella se había golpeado con una puerta.
La agente femenina que vino con el patrullero entendió enseguida lo que pasaba y aunque no le creyó, no quiso agravar la situación y labró el acta de intervención sin novedades.

A la mañana siguiente la visitó una asistente social y le explicó los pasos a seguir ante nuevos actos de violencia. Le explicó que si persisten y está en juego su seguridad, hay lugares donde alojan a las mujeres, mientras se sustancian los trámites legales. Que no dudara en hacer la denuncia.
 En ese momento pensó que no haría falta. Que ella lo había hecho enojar. Se equivocó. Golpearla ya es rutina.

El timbre la saca de sus pensamientos. Abre la puerta
—Hola. ¿Estás lista? —le dice la asistente social.
—Sí, claro. Vamos a hacer la denuncia.

Osvaldo Villalba
05/05/2019