Un vaso de whisky


¿Es superior el vaso transparente
a la mano del hombre que lo crea?
Nicanor Parra – Preguntas a la
 hora del té (poemas y antipoemas)

Se despierta en una habitación desconocida. Lo último que registra es el sonido de una sirena, un vehículo a gran velocidad y una camilla rodando por pasillos iluminados. Intenta moverse y un dolor agudo en su costado izquierdo, debajo de sus costillas, lo paraliza. En su antebrazo una vía gotea suero desde la percha al costado de la cama. Entra una enfermera y lo ve despierto.
—Buen día —le dice mientras renueva la bolsa—. ¿Cómo se siente?
—Todavía no lo sé. Tengo la boca seca y me duele acá —responde tocándose el costado descubriendo un apósito pegado con cinta.
—En un rato pasa el cirujano para ver cómo está la herida. Ahora le traigo un vaso de agua. Más no puedo darle todavía.

“¿Herida?” se pregunta. Nuevas imágenes van apareciendo en su cabeza. Ve al Chino abalanzarse sobre él empuñando un cuchillo. Recuerda haber barrido el lance con el brazo izquierdo hacia afuera protegiendo su vientre y un dolor punzante en el costado que le corta la respiración. Debió hacerle caso a Lucho cuando le aconsejó que no hiciera la denuncia. “Igual yo te banco” le había dicho Lucho. ¡Es un tipazo!
En cambio Rafael, su socio, se había enfurecido con él. “Ahora, por tu culpa, el Chino no nos entrega los vasos” le gritó. “¿Quién sos ahora? ¿Miembro de la Liga de la Justicia? Tenemos un negocio y funciona comprando barato y vendiendo caro. No creyéndote el Defensor de Menores”
“Es un insensible” piensa. “Le importa más el vaso que genera plata que la explotación de los pibes.” El mes pasado se había aparecido con la novedad. Un tipo que les vendía vasos de whisky a la mitad del precio que les cobra la cristalera. Y si no le pedían factura y pagaban en efectivo podían conseguir un 10% adicional.
Cuando fueron a verlo, en la costa del Riachuelo del lado de Provincia, entre Avellaneda y Lomas, el taller le pareció un espanto. De chapas, un calor infernal con los hornos al mango y poca ventilación. Pero eso era lo de menos. Lo que le pareció inadmisible fue ver unos diez pibes entre 11 y 13 años soplando el vidrio dentro de los moldes. Ni soñar con medidas de seguridad ni ropa adecuada. Los crisoles desde donde juntaban el material con la punta del caño iluminaban sus caritas con resplandores amarillos y anaranjados y le daban a la escena un aspecto dantesco.
El Chino, un morocho grandote, pelo corto, barba candado y una panza prominente, los hizo pasar a una piecita en el fondo y les puso las muestras sobre la mesa que hacía las veces de escritorio. Cerraron el negocio y cuando volvían le dijo a Rafael: “Este tipo es un delincuente. ¿Cómo puede tener pibes trabajando en esas condiciones? ¡Es un explotador! Y el lugar es inhabitable”. “No empecés con tu onda sindicalista. Ya bastante te aguanto con nuestros empleados”, fue la respuesta.

—¿Cómo va amigo? ¿Le duele? —la voz del cirujano lo sacó de sus pensamientos.
—Un poco. Cuando me muevo.
—A ver…—le quita el apósito y comienza a limpiar la herida—. Zafó por un poquito, ¿eh?. Unos centímetros más arriba y no la contaba. Lo único extraño es el ángulo de ingreso de la hoja. Hacía abajo. No es común en este tipo de heridas. Bueno, sigue todo bien.
—¿Cuándo me puedo ir doctor?
—En dos o tres días, si todo sigue igual. Su amigo, el que lo trajo, dijo que iba a buscar ropa a su casa y volvía. ¡Ah! Y ya puede comer algo. Ahora le dejo la autorización a la enfermera.
—Gracias doc.

En un rato va a llegar Lucho. Se conocen desde la primaria. Siempre fue un bocho. Es abogado y se ofreció a asesorarlo cuando se puso en sociedad con Rafael. Le contó la experiencia y su intención de hacer la denuncia. Lucho trató de disuadirlo. “Mirá que son organizaciones. Que todos hacen lo mismo. Son tipos muy pesados”. “Si no lo hago no me respetaría a mí mismo” fue su respuesta. Aceptó patrocinarlo. Hicieron la denuncia en el Ministerio de Trabajo de Lomas y les dieron fecha de audiencia. “Yo te acompaño ese día como tu abogado” le había dicho. Como no quería cobrarle pensó en hacerle un regalo. Decidió encargar una chapa de bronce para colocar en su puerta que decía: Dr. Luis Angel Flores Abogado. La retiró el día de la audiencia y la guardó en el bolsillón interno de la campera de jean para dársela a la salida de la Audiencia. “Eso nunca pasó” piensa, “debe estar todavía en el bolsa con mi ropa que veo en el placard”.
Ayer a la mañana Lucho pasó a buscarlo por su casa y fueron en su auto hasta Banfield, donde está el Ministerio. Estacionaron en la calle paralela a la Avenida Hipólito Yrigoyen, casi Hipólito Vieytes, a una cuadra. Subían por la escalera al segundo piso y al llegar al último rellano aparecieron el Chino y otro tipo con más pinta de matón que de abogado y comenzó a increparlo.
—¡Hijo de puta! ¡Hiciste que me clausuraran el galpón! —Y se abalanzó sobre él.
—¡Hola! ¿Cómo anda el Justiciero? —dice Lucho entrando—. Te traje algo de ropa porque la que tenías ayer la manchaste toda de sangre. ¡Sos un sucio!
—¡Ah! ¡Qué amigo que sos! Con amigos así… Contame que pasó ayer que lo último que me acuerdo es al Chino viniéndose.
—¡Ah! Después que te ensartó el tipo que venía con él lo agarró y por suerte había dos efectivos de la Bonaerense en el piso y lo redujeron. La audiencia se pospuso por razones obvias y el tipo tiene ahora una causa penal además de la administrativa. Los agentes llamaron a emergencias y yo me vine con vos en la ambulancia. Más adelante veremos como sigue. Ahora lo que importa es que te pongas bien.
—¡Gracias capo! ¡No se qué haría sin vos! Sólo quiero pedirte dos cosas más. La primera que inicies la disolución de mi sociedad con Rafael. Ni quiero verle la cara.
—¡Ja! Eso lo descontaba. Esta mañana mientras desayunaba empecé a preparar los escritos. ¿Y la segunda?
—Que me alcances de esa bolsa de ropa mi campera de jean.
Lucho va hasta la bolsa. La desata, revuelve, saca la campera y se la da. Busca en el bolsillo y saca un paquete.
—Tomá esto es para vos.
Lucho abre el paquete y se queda mirando con expresión sorprendida.
—¡Gracias! Pero mirá esto —le extiende la placa que debajo de la palabra Abogado muestra la abolladura de un puntazo y un rayón hacia abajo.

Osvaldo Villalba
27/12/2017



Confidente



¿No va a arder jamás para siempre
la víctima secreta del Amor?
George Freiherr von Hardemberg (Novalis)
  
—Te estoy aburriendo ¿no? —Tu voz suena a disculpa.
—¡No! ¡Para nada! —Me apresuro a responderte. Cualquier cosa menos aburrimiento. ¿Te cuento? ¡Si pudiera! Envidia, bronca, dolor. Pero sobre todo…¡Amor! Hace más de una hora que, sentados frente al río, en esta hermosa costanera de Vicente López, me contás los desplantes que te hace el estúpido de Pablo. Los deseos de agarrarlo del cuello y romperle la nariz de un frentazo son tan intensos como el de tomar tu rostro entre mis manos y comerte la boca. Pero no tengo el coraje para ninguna de las dos cosas. Entonces miento.
—Lo que pasa es que mirar el horizonte de agua me pone melancólico, pero te estoy escuchando. Me apena mucho que sufras por sus desaires.  Deberías tomar una decisión.
“Rajalo de una vez, yo te voy a consolar”, pienso. Pero…
—Sí, es cierto —me decís—, pero no puedo. No sé por qué es tan insensible. Tampoco por qué siempre lo perdono.
“Porque no te quiere. Porque nunca te va a querer como te quiero yo”, pienso. “Porque sólo se quiere a sí mismo”.
—Tendrías que ahondar en esos por qué —te digo—. No existe ninguna razón para que aguantes sus insolencias.
—Tenés razón. Cuando me quedo sola no paro de llorar —se te quiebra la voz y tus ojos se humedecen.
Contengo las ganas de abrazarte. Respiro hondo y pongo mi mano sobre la tuya. Una corriente eléctrica me recorre el cuerpo y mi corazón se larga al galope. ¿Cómo puedo ser tan cobarde? ¿Cómo puedo ser tan boludo? ¡Este es el momento! ¡Abrazala! ¡Decile que no podés vivir sin ella!
—Nunca hablé con nadie de esto —continuas un poco más recompuesta—. Te lo cuento a vos porque sos mi amigo.
¡Puñalada en el estómago! ¡Gancho al hígado! No soy tu amigo, te gritaría, no quiero ser tu amigo. ¿Estoy condenado a ser eternamente la víctima secreta de este amor?
—¿Qué te pasa? ¡Estás llorando! —me decís al observar los gruesos lagrimones caer por mis mejillas. Saben salados.
—Es que…—titubeo—, no soy tu amigo. Yo te amo. Estás en mis pensamientos todo el tiempo. Y sufro como nadie con tus conflictos. Te lo tenía que decir.
Mientras me abro veo como se va transfigurando tu rostro. La sorpresa se va convirtiendo en disgusto. Tu enojo estalla como una granada.
—¿Cómo me decís esto ahora? Después de todo lo que te conté, pensando que eras mi amigo. Seguro disfrutás lo que me pasa con Pablo. Todo lo que me decías era para tu interés personal.
—¡No! ¿Cómo me decís eso? Sólo quiero lo mejor para vos. ¿Cómo me voy a alegrar si te hacen sufrir?
—Ya no puedo creerte nada. ¡Andate por favor!
—Pero…
—¡Andate! ¡No te quiero ver más!

Mediodía del sábado. Me siento en el suelo, recostado contra el árbol. El día está gris y ventoso. El viento levanta copitos de espuma en el río. Hoy no hay veleros. El domingo pasado me fui de aquí con el corazón roto y una sensación de vacío que no se fue en toda la semana. Ni sumergiéndome en el trabajo ni sentándome a escribir y mucho menos con ganas de agarrar la viola. Parece que va a lloviznar. “El cielo llora como mi alma” pienso y sonrío con lo cursi de la frase. ¿Cómo se sale de esto? ¿Lo curará el tiempo? Hoy me parece que no. Tengo el teléfono apagado porque no quiero hablar con nadie. Ni siquiera fui esta mañana a jugar al fútbol con los pibes. Igual, al único que no pude engañar fue al abuelo. Anoche cuando terminamos de cenar y salí al patio se vino conmigo.
—¿Qué te anda pasando pibito? —preguntó bajito.
—Nada abu. Todo bien.
—Contáselo a tu cara entonces, porque parece que no se enteró.
Es muy bicho el abuelo. Me insistió hasta que le conté. Después de escuchar con atención, sentenció:
—Mirá pibe. Siempre es preferible penar por ir de frente que sufrir por comerte los sentimientos. Nunca te arrepientas de la verdad.
Empieza a lloviznar. Ojalá el abuelo tenga razón.

—Sabía que te iba a encontrar acá —tu voz me sobresalta.
—Es mi lugar preferido —respondo sin mirarte.
—Por eso lo sabía. ¡Uh, que serio! ¿Estás enojado?
—¿Por qué estaría? —te miro y mi corazón se acelera.
—¡No aprendés más! —me decís con una sonrisa que me derrite como un cubito en agua caliente—. ¿Cuándo vas a decir lo que sentís de primera? ¿Por qué? Porque te traté mal, porque te eché, porque te dije que no quería verte más.
Te sentás a mi lado. Ya me ablandaste.
—En realidad no es enojo —te digo—, es pena, es dolor por pensar que me quería aprovechar de…
No me dejas terminar. Rodeás mi cuello con tus brazos y me tapás la boca de un beso.
¡El abuelo es un genio!

Osvaldo Villalba
20/11/2017